El camino de la poesía implica un tránsito de búsqueda, un sendero que recorre pasadizos intrincados, bordes sombríos y secretos quizás nunca develados: un latido incipiente un brillo apenas advertido, el dolor de un recuerdo (el recuerdo de un dolor), la traicionera sospecha, el último vacío. Cada estado interno procura, por mágico artificio de la pluma y por gracia del lenguaje, abrirse paso entre las ruinas del sentimiento para encontrar, un trazo casi intuitivo, su propio sentido, su cadencia exacta. Así, una dialéctica original, única en su especie, delata aquellas contradicciones ante las cuales un autor, un poeta, parece subsumirse: un sentir que se propone infinito en permanente rivalidad con unos códigos cuyas combinaciones acaso se reduzcan a un múltiplo vagamente posible. Se trata, y esto ha sido materia de locura de la eterna cruzada entre la poderosa pretensión del tiempo y la pobre instrumentalidad de la acción humana, la inevitable persecución de la historia frente a la utopía. Felizmente atrapado en los desafíos de esta entente, Alejandro Bozzoli intenta someter su intuición a las porfías del texto. Aún en la búsqueda, aún en la desesperada batalla por dar cauce a las fuerzas que se imponen desde aquellos rincones y hace de la poesía un noble retrato de lo que se lleva dentro.