ENTREVISTA CON... | |
(Entrevista efectuada por participantes de los talleres literarios de Escritores.org - año 2011)
Horacio Castellanos Moya nació en 1957. Ha desempeñado diversos cargos en periódicos, revistas y agencias de prensa en San Salvador, Guatemala y en la Ciudad de México. Su obra literaria incluye seis novelas: Donde no estén ustedes (Andanzas 2003, Andanzas 515), El arma en el hombre (Andanzas 2001, Andanzas 457), La diabla en el espejo (2000, finalista en el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos), El asco. Thomas Bernhard en San Salvador (1997), Baile con serpientes (1996/ Andanzas, 2002), La diáspora (1989, Premio Nacional de la Universidad Centroamericana); los libros de relatos Indolencia (2004), Con la congoja de la pasada tormenta (1995), El gran masturbador (1993), Perfil de prófugo (1987) y ¿Qué signo es usted, niña Berta? (1981); también publicó la recopilación de ensayos Recuento de incertidumbres. Cultura y transición en El Salvador (1993). Su última novela "Insensatez" ha sido publicada recientemente en Tusquets Editores.
Horacio Castellanos Moya se ha brindado amablemente a responder las preguntas que Escritores.org le ha formulado:
Entrevista
P.¿Cree que un escritor nace o se hace? R. Su pregunta en verdad remite de inmediato a otra: ¿está la vida de un hombre regida por el destino o por el accidente? Yo no podría salir por mis propios medios de la hondura de semejante interrogante cosmológico. Por eso me limitaré a hablar de mi caso. A veces tengo la impresión de que todo lo que he hecho ya estaba ahí y sólo he ido cumpliendo el papel asignado. Permítame explicarme. Yo provengo de dos familias en las abundaron escritores frustrados: mi tío materno, mi tío paterno, mi abuela materna, mi padre. Todos se quedaron en el camino; mis dos tíos poetas, incluso, se suicidaron. Lo interesante es que no supe de esas vocaciones frustradas —era un tema vedado en mi hogar— sino hasta que yo ya estaba subido en el caballo de la escritura. No hubo, pues, una influencia directa, sino indirecta, por negación. Por eso digo que la escritura para mí es destino.
P.¿Qué consejos le daría a un escritor principiante? R. Primero, que se pregunte con la mayor honradez si escribe porque no puede evitarlo, porque hay algo dentro de sí mismo que empuja para salir, algo que lo corroe y de lo que sólo puede aliviarse escribiéndolo, más allá de la ambición y la vanidad que todos padecemos. Segundo, que sólo se sostenga en los libros que admira y no espere que nadie le alumbre el camino. Tercero, que viva con la mayor intensidad, lea, escriba, rompa sin piedad y vuelva a escribir. Y cuarto, que siempre tenga presente que la prisa, la ansiedad por figurar y la angustia por el éxito son las peores consejeras, porque le harán olvidar lo único que realmente importa: la obra.
P.¿Sus libros parten de una imagen o una idea? R. No siempre es igual. Cada libro tiene su propia génesis: a veces ha sido una imagen, como en Baile con serpientes, a veces una idea, como en El arma en el hombre y Donde no estén ustedes. Lo que sí le puedo asegurar es que no me siento escribir hasta que no he escuchado la voz narrativa. Y no importa cuántas horas pase frente al escritorio, ni cuanta planeación y diseño haga de la historia y de quien la cuenta, lo decisivo es ese momento de intuición, ese luzazo, cuando descubro que esa es la única voz que puede contar la historia.
P. Su obra, a pesar de su calidad, era hasta hace poco desconocida por sus propios colegas, como advirtió Roberto Bolaño en un artículo en el que confesaba que el escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa y el crítico Ignacio Echevarría le habían hecho descubrir su obra que hasta aquel momento permanecía muy poco difundida en España.¿La buena literatura debe situarse siempre en la periferia? R. La buena literatura sólo se prueba con el paso del tiempo y puede ser escrita en cualquier sitio. Nadie sabe con certeza el valor de sus contemporáneos, pues lo que hoy gusta puede que mañana sea ignorado o viceversa. Me identifico con una idea de Augusto Monterroso al respecto, que más o menos dice que para quien en un momento dado decide ser escritor, no existe diferencia alguna entre nacer en cualquier punto de Centroamérica, en Dublín o en Florencia, porque el pequeño mundo que se encuentra al nacer es el mismo en cualquier parte en que se nazca y sólo se amplía si uno logra irse a tiempo de donde tiene que irse, físicamente o con la imaginación.
P. Utiliza, en la mayor parte de su obra narrativa, la primera persona y el monólogo, ¿a qué se debe esta elección? R. Pecando de esquemático, considero que habemos dos tipos de escritores: los visuales y los auditivos. Yo me ubicaría en este segundo grupo, donde lo más importante es el tono, el ritmo y la intensidad de la voz narrativa, la estructura y la velocidad de la prosa, antes que la capacidad para describir espacios o caracteres. Le repito que esto es muy esquemático y algunos autores somos pésimos exegetas de nuestra propia obra, pero sólo así intento explicarme por qué la recurrencia del monólogo y de la primera persona en mis ficciones.
P. Usted llegó a los cuatro años a El Salvador y se marchó a los veintiuno, sin embargo su narrativa estáíntimamente ligada a la realidad política y social de este país. ¿El haber vivido tanto tiempo fuera le permite tener una visión más objetiva de la realidad del país o lo crea un cierto distanciamiento? R. Yo no creo tener una visión más objetiva de la realidad de El Salvador por haber vivido tantos años fuera del país; y para serle sincero cada vez estoy menos enterado de lo que ahí sucede. Mi mundo narrativo parte de las heridas en mi memoria, y las heridas que aún supuran me fueron producidas mientras viví en el país o mientras mantuve una relación intensa con él. La distancia ayuda al escritor, por supuesto, porque permite la perspectiva y el añejamiento de las vivencias.
P. Su formación en Letras en la Universidad de El Salvador y en Historia en la York University de Toronto, Canadá, le ha permitido aunar de manera poderosa la realidad social y política que describe con la fuerza torrencial de su estilo.¿Cuándo escribió “El asco” se imaginaba hasta qué punto produciría una reacción tan visceral? R. Primero le debo aclarar que yo soy un autodidacta: nunca terminé ninguna de las dos carreras que comencé. Pronto la vida me sumió en un torbellino llamado guerra civil, y no sólo a mí, sino a mi generación entera. En el último año de esa larga guerra que duró una década, en mayo de 1991, yo regresé a vivir a El Salvador, con el propósito de participar en la fundación de los medios que ayudaran a la transición democrática. Fui subdirector de una revista mensual y director de un periódico semanal, los nuevos medios de la transición, digamos. Hacia mediados de 1995, me tocó declarar en quiebra el periódico que dirigía: fue una derrota personal y generacional, política y financiera. Luego escribí “El asco”. Algunos dicen que es el ajuste de cuentas de un resentido, o un indispensable ejercicio de salud pública, o una carta de amor al país que no pudo ser. Lo único que le puedo asegurar es que mientras lo escribí me divertí como el chiquillo que hace la peor travesura. En cuanto a las reacciones, creo que fue Robert Walser quien dijo que no se hace frente impunemente a la nación propia.
P.¿Qué lo determinó a elegir la figura de Thomas Bernhard como referente de su novela “El asco”? R. Sucedió. Un amigo escritor guatemalteco, de nombre José Luis Perdomo, a quien está dedicado el libro, se empecinaba en que lo acompañara a algunas librerías de la Ciudad de México donde sustraía los libros de Bernhard para regalármelos. Así los fui leyendo y gustando de su escritura. Un buen día, el 31 de diciembre de 1995, cuando recién terminaba el primer capítulo de La diabla en el espejo, sentí que ya no podía contener la miseria que me envenenaba y sólo se me ocurrió expulsarla en un recipiente parecido a los de Bernhard. Es lo que se llama un ejercicio de estilo, o un persiflage, como denominó al librito don Miguel Sáenz, el traductor al castellano de Bernhard. Durante la escritura disfruté dos placeres: la diatriba y el remedo.
P. Se habla de una “generación cínica” o de una “generación impasible” por su actitud ante la violencia en el Salvador.¿qué opina de estas definiciones? R. Soy poco amigo de la adjetivación, de las etiquetas y de los encasillamientos; creo que la literatura siempre está más allá. He sabido de otra de esas definiciones: la “generación del desencanto”. Me parece que académicos y críticos necesitan estos términos como puntos de apoyo para ordenar sus lecturas. Aunque también es evidente que mi generación padeció un desencanto con el tipo de sociedad que emergió de la guerra civil, al grado que la narradora Jacinta Escudos tiene una novela titulada precisamente El desencanto.
P.En Baile con serpientes se observa una actitud de provocación literaria y un tono lúdico, en este caso la provocación adquiere otro cariz y se muestra más bien como una gran carcajada sobre la realidad que refleja. Esta obra rompe con el puro realismo social y político en el que se había internado en su obra anterior.¿Fue un cambio buscado o el resultado de una necesidad interior? R. Fue el resultado de una necesidad interior. Un proceso muy extraño. Había escrito los primeros diez folios de ese texto, pensando que se trataba de un cuento sobre el mendigo que duerme dentro la carcacha, sin saber lo que había dentro de la cabina de ese viejo auto abandonado, cuando de súbito descubrí que eran serpientes, que ahí convivían con el mendigo cuatro serpientes. Y a partir de ese instante, escribí el texto compulsivamente, como si me lo estuviesen dictando, sin ningún plan o previsión.
P. En El arma del hombre realizó un nuevo ejercicio de perspectiva y se colocó en la piel de un personaje dispuesto a seguir matando por dinero después de haber combatido con furia ciega a los guerrilleros, lo que lo obligó no sólo a un cambio de punto de vista sino a un trabajo sobre el modo de expresión de éste, un lenguaje conciso, propio de una persona que no comenta sino que actúa, que no duda sino que ejerce su fuerza.¿Fue un trabajo difícil? R. Claro. La prosa era el reto: afinarla hasta lograr el silencio y la velocidad propios de una mentalidad regida por la acción, sin ninguna floritura emocional ni intelectual. El trabajo de corrección, de entresacado, para llamarlo con un término de peluquería, fue arduo. La prosa tenía que definir al personaje por encima de sus actos. La mayor parte de esa novela la escribí entre Basilea y Madrid en 1998-99, mientras leía a Tucídides y a Tácito, autores cuya lectura es obligatoria para curarse de cualquier idealización de la criatura humana.
P. ¿Qué libros de cabecera siguen ahí tras su recorrido como escritor? R. El único libro de cabecera que ahora tengo es Dejemos hablar al viento, de Juan Carlos Onetti, en la edición original de Bruguera de 1979. Es una novela que leí un par de ocasiones, mucho tiempo atrás, y que incluso reseñé hace más de una década para un periódico mexicano. Pero lo importante es que el libro, que ni siquiera es mío, ha permanecido en mi mesa de noche durante mi último año en Frankfurt sin que yo lo abra: es como un amuleto, como una presencia que me recuerda cosas determinantes sobre la vida y sobre el oficio de escribir. Seguramente soy muy supersticioso.
P.¿Le ha resultado muy ardua la búsqueda de editor, ya que no es tarea fácil para un escritor salvadoreño? R. La única vez que me resultó ardua la búsqueda de editor es cuando me propuse buscarlo.¿No sé si me explico? Cuando no he buscado editor, siempre ha habido editor. La única vez que no lo tuve fue cuando padecí la insensatez de creer que mi obra debía ser publicada por alguna importante editorial española. Por supuesto que me rechazaron. Entonces volví en mí, me olvidé de semejante insensatez y me sometí a la vida que corre. Un par de años después apareció, cuando yo no buscaba y desde otros rumbos, un nuevo editor, un mexicano de nombre Aurelio Major. A partir de entonces estoy en Tusquets.
P. Su labor como periodista le permite poder dedicarse a la creación literaria.¿Le resulta enriquecedor literariamente tener que trabajar regularmente en el espacio de la ficción y la no ficción? ¿Determina su labor como periodista, para bien o para mal, su escritura de ficción? R. Dicen que un símbolo de la guerra chino son dos mujeres y un hombre bajo el mismo techo. Cuando hago periodismo no escribo literatura y viceversa. Soy muy compulsivo y no puedo hacer las dos cosas de forma simultánea; al igual que John Wayne, quien no podía mascar chicle y caminar al mismo tiempo porque se tropezaba. Sin embargo, es indudable que mi trabajo como editor y conductor de equipos de investigación periodística en México, El Salvador y Guatemala ha incidido en mi visión de mundo: cuando uno hurga demasiado tiempo en los excrementos de las élites políticas y financieras se acostumbra al hedor, y uno mismo apesta.
P.¿En qué obra está trabajando actualmente? R. Estoy dando los últimos retoques a una novela cuyo título es “Desmoronamiento”. Pero de ella hablaremos cuando esté lista.
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