¿Cómo leer poesía?
Acaban de publicarse una serie de libros que giran en torno al análisis de este género. Girri, Diana Bellessi, Ana Porrúa y Walter Cassara construyen artefactos críticos para poder enfrentarlo.
POR CAROLINA ESSES
Históricamente la poesía se le ha presentado a la crítica como una materia resistente, opaca, de difícil acceso. La impronta del sujeto, el trabajo plástico y sonoro que implica el corte de verso, la incomodidad que a veces plantea el verso libre, la sensación que suelen tener muchos lectores de quedarse un poco afuera, de perder –o de querer asir– el hilo de un sentido hace que, incluso entre críticos literarios, la poesía intimide. Quizá por eso, en la Facultad de Letras de la UBA, al menos entre los años en los que la transité, pocos se animaban. Puede que todo esto haya cambiado. En aquellos tiempos sólo contábamos con algún que otro seminario sobre el tema y la poesía era más bien una excusa para hablar de otra cosa –estéticas de vanguardia, por ejemplo– pero no se nos ofrecía nada específico del quehacer poético. Sí, ahí estaba Delfina Muschietti analizando la poesía de Georg Trakl o de Alejandra Pizarnik de la mano de los formalistas rusos. O Laura Cerrato repartiendo fotocopias de las feministas norteamericanas, versiones de Adrienne Rich realizadas por ayudantes de cátedra o alumnos. Tendría que haberlo entendido entonces: ese, y no otro, era el modo de circulación de la poesía. Había algo más: Muschietti y Cerrato, eran –son– poetas. Tal vez fuese esto lo que las autorizaba a hablar sobre el tema. Porque, aunque una esté convencida de lo contrario –de que cualquier lector atento puede sentarse a reflexionar sobre poesía– lo cierto es que quienes lo hacen, quienes toman a la poesía como objeto crítico son, en general, poetas.