La prima de riesgo literaria
Noelia Jiménez 28/01/2012
Si acuden estos días a una librería, probablemente verán una colección de cajas llenas de libros repartidas por el suelo. Incluso en algún mostrador. No se asusten: no van a invadirles las letras. Al menos no esas. Son las devoluciones, esa palabra maldita que temen todos los editores (y en especial los pequeños, que son quienes producen lo justito para que se venda y ven desplomarse sus cuentas cuando reciben cajas y cajas de libros devueltos).
Cada principio de año es igual: repaso a las mesas de novedades y hachazo sin piedad a los títulos de autores desconocidos, de editoriales independientes, de pequeñas joyas, quizá (otras, es verdad, no tanto. Ni siquiera un poco), que perderán para siempre su oportunidad de que alguien pueda cogerlas, enamorarse de ellas y pasar así por caja, aunque sea por impulso compulsivo. Hay que hacer sitio a lo que viene, que es mucho, y en especial a los títulos de las grandes (Planeta, Alfaguara y cía.), que copan mesas y mesas con sus nuevas grandes apuestas (y otras no tan grandes, que son el peaje que tienen que pagar los libreros por vender los títulos que todos quieren) y condenan al ostracismo a plumas ignotas y pequeños sellos que solo piden una oportunidad.
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