Cómo me hice escritor
Artículo del premio Nacional de las Letras publicado en 'Babelia' en el año 2001 en el que explica cómo nació su vocación literaria
JOSÉ LUIS SAMPEDRO 29/11/2011
YO NACÍ en Barcelona pero, con poco más de un año, mi familia se trasladó a Tánger, ciudad que en los años veinte era realmente cosmopolita, con una convivencia de culturas y religiones y una libertad de vivir que se perdió tras la guerra mundial. En mi colegio y en la calle yo convivía con amigos musulmanes e israelíes y conocía costumbres y creencias muy diferentes de las mías. De pronto, con ocho años, mis padres juzgaron conveniente enviarme a vivir a casa de un tío mío, médico en un pueblecito soriano, en tierras altas y frías.
Caí así en un mundo radicalmente opuesto al de mis primeros años. En 1925 se vivía allí casi como en la Edad Media en una casa con enorme cocina de chimenea y hogar de leña, cuadra y corral y tierras de labor. Yo vivía entre personas mayores, cariñosas pero de un mundo tradicional y estricto. Las mujeres rezaban el rosario y encendían velas especialmente benditas el día de santa Bárbara para cuando estallaban tormentas. No encontraba amigos con quien jugar; ni siquiera comprendía yo la mitad de su vocabulario rural. Me sentía profundamente solo; casi abandonado aun comprendiendo los motivos que habían inspirado la decisión de mis padres. Lo que me salvó fue el armario de un cuarto trastero donde, amontonados, encontré viejos libros y, sobre todo, muchas novelas publicadas en folletón por un periódico de principios de siglo: creo recordar que formaban una colección bajo el título La Novela de Ahora. Me sumergí prácticamente en aquellas inacabables páginas y dejé de estar solo. Los tres mosqueteros, Veinte años después y El vizconde de Bragelonne fueron seguidos por varias novelas de Paul Feval, sobre todo de la serie sobre Rocambole y El juramento de Lagardére. Recuerdo también obras de Dickens, de Wilkie Collins y otros autores, ¡hasta Los miserables, de Victor Hugo, fueron pasto de mi avidez! Supongo que muchas veces me enteraba sólo a medias y que no distinguía de calidades, pero aquellas páginas me protegieron, me salvaron: fueron el castillo donde, con tan varia profusión de personajes, me encontré en rica y fascinante compañía. En suma, durante el año largo que permanecí en aquel pueblo nació en mí el lector empedernido, el comienzo de la pasión por la literatura.