Identidades, imposturas e Internet
JUAN GABRIEL VÁSQUEZ 17/07/2011
Ahora lo sé porque lo he vivido, y por eso puedo decir que hay pocas experiencias tan intensas como la primera vez que alguien se hace pasar por uno. El año pasado, mientras yo asistía con fascinación a las artes que se da Dick Whitman para robar la identidad de Don Draper en Mad Men, un agente comercial de Iberdrola llenaba un contrato a mi nombre, inventaba mi fecha de nacimiento, firmaba con firma inventada ese contrato y firmaba además dos cartas en las que yo anunciaba a mis proveedores de servicios que me daba de baja con ellos para, por supuesto, irme con Iberdrola.
Mucho después, cuando me di cuenta del fraude, pedí que me enviaran prueba de mi consentimiento, y recibí el contrato con mi firma falsa y con los datos biográficos inventados (y con el alegato insolente de que todo se "ha hecho de forma correcta"). Y aunque sé bien que la prosaica realidad de un comercial corrupto y de la guerra sucia entre proveedores tiene poco que ver con la dignidad de las grandes imposturas -el conde de Montecristo, el talentoso Mr. Ripley-, la situación me ha impresionado de una forma que no había previsto, y he llegado a pensar que lo único comparable a la primera vez que te roban la identidad es el descubrimiento de la muerte que hace un niño: la misma sensación de vulnerabilidad y de impotencia, de que allá fuera hay poderes que no controlamos y que nos pueden dañar en cualquier momento. Y esa epifanía, quién lo iba a decir, se la debo a Iberdrola.