Para una cultura más asequible y amena
JUAN GOYTISOLO 10/07/2011
Una lectura de los suplementos culturales de nuestros diarios de mayor tirada revela el creciente predominio del llamado periodismo literario sobre la reflexión crítica. Mientras en el periodo de la Transición democrática escuchábamos voces rebeldes al conformismo impuesto por la Iglesia y la dictadura, parece que esas voces se hayan ido apagando y reine de nuevo el canon de lo social y comercialmente correcto. Reseñas inocuas que nada dicen del libro que supuestamente analizan, entrevistas extensas a autores en las que estos nos explican su obra (como si esta no hablara por sí misma), anécdotas y más anécdotas vividas o escuchadas por el vivaz periodista de turno. Una comprobación se impone: lo importante es el autor y no la obra. Esta nos debe ser comentada en vez de ser leída.
Cotejemos por ejemplo las reseñas y entrevistas impresas en este apasionante 2011 de la primavera árabe y de su actual reflejo en la Península con las publicadas en los años cincuenta del pasado siglo y con las de la época de Triunfo y el nacimiento de EL PAÍS. Las de ahora evocan más las primeras que las últimas. En virtud del conformismo dictado por los intereses empresariales o la inamovible y perenne institución literaria -¡con cuánta se autodenominan los académicos inmortales!-, sabemos de antemano lo que vamos a leer o, por mejor decir, no leer, para evitarnos una lamentable pérdida de tiempo. Las alabanzas a los autores de éxito -los Gironellas o Pombo Angulos de hoy- o a los portados en andas por sus bien remunerados fieles reiteran sus ciclos de año en año. Ello no tendría demasiada importancia si el ritual no implicara a su vez el cuidadoso encubrimiento de todo asomo creador. La foto importa más que el texto. Elija el lector su suplemento favorito y verificará la irresistible tendencia trivializadora impuesta por la moda: lo que cuenta es la pose del artista en su bien ordenada biblioteca, no la obra revulsiva o audaz.