El “silencio” de las mujeres de los escritores
La escritura de las mujeres ha sido desde prohibida, menospreciada y deliberadamente ocultada durante milenios.
Algunas ensayistas se han ocupado de este tema como Joanna Russ, Margaret Atwood, Virginia Woolf, Anna Caballé, Nuria Capdevilla o Raquel Presumido.
El primer punto importante es la falta de representación de las mujeres creadoras en los libros de texto escolares, con contadas exenciones como Rosalía de Castro y Emilia Pardo Bazán en literatura castellana, y Jane Austen y Mary Shelley en literatura universal, pero en total del programa no llegan a ocupar ni el 20%.
Pero hay un elemento todavía peor: la imagen que la literatura ha ofrecido de la mujer a lo largo de la historia como madre, en sentido positivo, o femme fatale en el negativo, y por último está el de musa, el de la mujer idealizada, todos ellos muy alejados de la verdadera complejidad de las mujeres.
También es importante darse cuenta de la gran cantidad de mujeres que no pudieron desarrollar su talento públicamente y que se convirtieron en secretarias de sus esposos escritores, y en algunos casos incluso en sus “negros”. Los hombres no solo tenían el reconocimiento social sino todo el tiempo para ocuparse íntegramente a su tarea profesional mientras las mujeres hacían de secretarias, pasando en limpio originales, corrigiéndolos, tratando con los editores, y además se ocupaban de la casa y los hijos, por lo cual disponían de poquísimo tiempo para desarrollar su propia labor creativa. Hay algunos casos de sobra conocidos, como el de Zenobia Camprubí, escritora, traductora y lingüista que tradujo y corrigió toda la obra de Juan Ramón Jiménez; Vera Slónim, mecanógrafa, taquígrafa y maestra,
Sylvia Plath es uno de los ejemplos más paradigmáticos de cómo su marido, Ted Hughes, se llevó la gloria a pesar de tener un talento mucho menor.
Esto ha hecho que en la historia muchas mujeres se vieran solo con la posibilidad de escribir diarios personales que también fueron tratados con condescendencia frente a los diarios de los escritores.
Cuando estas voces empezaron a poder tener la formación para escribir, tampoco pudieron tener la voz, y la mayoría necesitaron publicar con seudónimos masculinos, desde las hermanas Brontë como hermanos Bell; Concepción Arenal, George Eliot, en realidad Mary Anne Evans; o Cecilia Böhl de Faber que firmó como Fernán Caballero.
Es hora de cambiar libros de texto, de recuperar escritos que no vieron la luz, y, sobre todo, de publicar.