Mapa editorial en España
Hay editores que han pasado a la historia por su tenacidad, su amor por la literatura en mayúsculas y por su capacidad de ver las grandes obras cuando todavía no han sido entendidas por la mayoría. Sylvia Beach fue la única que se atrevió a publicar el Ulises de James Joyce, desde su librería de París Shakespeare & Company. Boris Pasternak había ya renunciado a encontrar una editorial para su obra magna Doctor Zhivago, debido a las presiones de la Unión Soviética, cuando dio con Carlo Feltrinelli, quien no dudó en arriesgarse. Einaudi es otro de los grandes mitos en cuya editorial trabajaron Leone y Natalia Ginzburg, Cesare Pavese e Italo Calvino. Hace poco una película ha reivindicado la figura del editor Maxwell Perkins, editor de Thomas Wolfe. En la transición española destacan figuras que supieron crear casi de la nada una industria editorial de gran calidad literaria como Jorge Herralde, fundador de Anagrama, en 1969; Beatriz de Moura, fundadora de Tusquets, Carlos Barral, creador de Seix Barral; Esther Tusquets, de Lumen o Mario Muchnik.
La figura del editor/a míticos es aquella que se basa en su capacidad de discernir las obras magnas de entre la multitud de escritos, de pelearla, defenderla, y en ocasiones también de incidir en ella. No hubiéramos tenido la obra de Kafka si Max Brod le hubiera hecho caso y la hubiera quemado, Gordon Lish intervenía en los cuentos de Raymond Carver y André Gide rechazó el manuscrito de En busca del tiempo perdido de Proust sin haber leído el libro, por prejuicios personales, aunque rectificó y lo leyó una vez publicado por otra editorial.
En España, actualmente el mapa editorial está totalmente polarizado. Por un lado existen las grandes industrias editoriales, que en muchos casos han absorbido algunas de estas editoriales míticas, es el caso del gigante Planeta que compró Seix Barral, Ariel, Ediciones Deusto, Espasa-Calpe y Tusquets, entre otras; y, en el polo contrario, ha habido una enorme expansión de minúsculas editoriales, algunas ge gran prestigio que funcionan con menos de cuatro personas, como Atalanta, y que han sabido ganarse el favor de los lectores a pesar de las enormes dificultades de distribución y visibilidad frente a una industria que copa el mayor porcentaje de edición. Se dice a menudo que se publican demasiado libros en España, teniendo en cuenta que es uno de los países de la Unión Europea con menos lectores (según la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, en 2015 casi el 40% de los españoles no había leído ni un solo libro). La Agencia española del ISBN reveló que en 2016, en cambio, fueron publicados ochenta y tres mil volúmenes, ocho mil más que en 2015, y es este un crecimiento constante.
El fenómeno de las pequeñas editoriales nació inesperadamente ayudada por dos factores claves: la posibilidad técnica de producir y maquetar un libro con un ordenador, y la distribución minuciosa en librerías de prestigio y, posteriormente, a través de la red. Esto hizo que en 2011 se crearan 583 editoriales nuevas, una cifra que ha ido sufriendo un ligero descenso en los años posteriores. La convivencia se produce de un modo más o menos sencillo debido a que operan en campos de juego e intereses distintos, los grandes grupos editoriales pueden arriesgar mucho con grandes títulos comerciales y las pequeñas editoriales tienen una gran capacidad de riesgo para libros de menor tirada pero dirigidos a unos lectores fieles que ya no encuentran en la política de los grandes grupos ese riesgo literario que sí asumen sellos como: Periférica, Libros del Asteroide, Impedimenta, Nórdica, Sexto Piso, Errata Naturae, Funambulista, Acantilado, Península, Valdemar, Páginas de Espuma, Rayo Verde, Ediciones del Viento, Gregory Doltz, Alrevés, Ink Me, Siloé. Y las más pequeñas, los últimos héroes que se atreven con el género con el que es más difícil resistir: la poesía, por la que arriesgan editoriales minúsculas como: Ya lo dijo Casimiro Parker, Eclipsados, Cangrejo Pistolero, Huacanamo, 4 de Agosto, El Gaviero o Bella Varsovia.
