Madres e hijas
No ha sido frecuente que las madres sean personajes capitales en la historia literaria, a pesar de que en muchos casos tuvieron un influencia importantísima en los autores.
Hay grandes obras de la literatura que abordan la figura del padre, tales como la Carta al padre de Kafka o La invención de la soledad de Paul Auster, sin embargo la figura materna es menos explícita en la mayoría de las obras. La maternidad fue abordada de un modo trágico en Anna Karenina, de León Tolstói, en que la protagonista, casada y con un hijo, se enamora del conde Vronski y, al convertirse en amantes, a ella la separan del hijo. Ana Karenina se inicia con el famoso: "Todas las familias normales se parecen, pero las desdichadas lo son cada una a su manera", quizás esta sea la explicación de esta ausencia en la literatura de las madres, las relaciones positivas son mucho menos literarias, aunque han dado algunas obras maestras como La madre de Gorki, situada ya no en la Rusia zarista sino en la bolchevique, narra la historia de una madre coraje, Pelagia, la cual asiste a la evolución política de su hijo Pável,, al principio como testigo y finalmente como activista.
Las relaciones negativas o conflictivas con la madre son en parte tabú en la sociedad y lo han sido también en la literatura. Federico García Lorca trató el tema en La casa de Bernarda Alba donde una madre castradora y dominante llega al externo de encerrar a sus hijas para evitar que se relacionen con hombres. En el relato Mamá de Lucia Berlin dos hermanas rivalizan por el poco afecto que les brindó su madre alcohólica ("Mamá odiaba la palabra ‘amor’), ante el hecho de que dejó una nota de suicidio tan solo a una de las dos hermanas.
En el lado contrario estaría la heroína de Un árbol crece en Brooklyn' de Betty Smith donde la madre es el sostén de toda una familia y protege a sus hijos del padre alcohólico. En otras obras hay un canto a esas madres especiales que supieron liberarse y eso brindó una infancia algo distinta a sus hijos, como relata Angelika Schrobsdorff en Tú no eres como otras madres, en la que narra la vida de su madre, una mujer judía perteneciente a la alta burguesía que se reveló y logró disfrutar con intensidad del Berlín de los años veinte, tuvo tres hijos de tres hombres diferentes y marchó al exilio sin nada cuando empezó el holocausto. También es el tema de Mala Madre, de la escritora chilena María Paz Rodríguez, en la que se ensalza la audacia de una mujer que, en los años sesenta, se atrevió a romper con todas las reglas sociales en busca de un lugar propio y los costes que tuvo que afrontar.
La relación madre e hija es harto complicada, Elena Ferrante lo ha mostrado muy bien en su trilogía Dos amigas (compuesta por La amiga estupenda, Un mal nombre, La niña perdida y Las deudas del cuerpo), en la que se narra la relación de dos amigas, Lina y Lenú, desde la infancia hasta la vejez. Amy Tan retrata en El club de la buena estrella la brecha generacional madre-hija agudizada por el cambio de país, las madres nacidas en China y sus hijos e hijas ya plenamente americanos, y de costumbres. Isabel Allende no hubiera querido tener que escribir su libro Paula dedicado a su hija que enfermó gravemente de porfiria, entró en estado de coma y falleció un año después, en el hospital de Madrid. La absoluta entrega de la madre a su hija enferma es una de las visiones más desgarradoras de la maternidad.
