¿Adónde van las bibliotecas de los escritores?
Diego Erlan / La Nación
Día 12/03/2017
Ricardo Piglia no se acordaba de todo lo que había leído, pero aseguraba que podía reconstruir su vida a partir de los estantes de su biblioteca: aquel ejemplar de La peste, de Albert Camus, que consiguió de adolescente, impulsado por una chica que le gustaba, o aquella vieja edición de El oficio de vivir, de Pavese, que lo acompañó a lo largo de los años por pensiones, hoteles, departamentos y hospitales."Se puede ver cómo es uno a lo largo del tiempo sólo con hacer un recorrido por los muros de la biblioteca", escribió Piglia en sus diarios, y en ese punto coincidía con el escritor y traductor Jacques Bonnet, para quien una biblioteca es innegablemente el reflejo de su propietario."Aquel que sepa descifrarla con sutileza verá dibujarse el yo profundo estante tras estante."
Ninguna se parece a otra. Ninguna tiene la misma personalidad. Allí se manifiestan obsesiones, neurosis y fetichismos, se exponen odios, relaciones y afectos. Rastrear su destino y sumergirse en ellas significa descubrir las lecturas que sus artífices asimilaron. Una vida de escritor es una vida hecha de lecturas.
En 1984, cuando todavía era estudiante de Historia, Horacio Tarcus leyó que Delia Kamia Ingenieros, la hija de José Ingenieros, aún tenía en su poder correspondencia y documentos que había dejado inéditos el autor de El hombre mediocre. Durante años intentó consultar o adquirir ese patrimonio. No lo consiguió hasta 2001, cuando los herederos decidieron donar el acervo al Centro de Investigación y Documentación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI), fundado por Tarcus en 1998 y que hoy, a punto de cumplir veinte años, cuenta con casi cien mil libros, además de documentos, volantes y publicaciones inhallables.