Con la muerte de John Berger se va el último gran escritor del siglo XX
Hermann Bellinghausen / La Jornada
Día 04/01/2017
Nunca digerido por el establishment cultural a pesar de su enorme prestigio en Europa, la América anglosajona y el ámbito hispánico, logró al final de su vida tener toda su obra en circulación e influir en el pensamiento y las maneras de ver en distintas culturas del mundo. Aun así, llama la atención la relativa indiferencia mediática a la noticia de su muerte. Esa mezquindad confirma que Berger fue todo lo lúcido e incómodo que hiciera falta: su genio residía en la claridad.
De joven educó su mirada en las artes plásticas y luego enseñó a leer, ver y mirar la pintura, la fotografía, las literaturas y la realidad. De manera progresiva, extendió su mirada a los desposeídos y quienes luchan y resisten. Su cátedra conduce a la contemplación consciente y crítica del mundo. Comunista desde su natal Inglaterra, al final de su vida seguía sosteniendo con naturalidad: Sí, entre otras cosas, sigo siendo marxista (2005). No obstante, nunca cedió en estética y gusto a ideologías ni corrales. Su arte literario y crítico nace de la libertad.
Su espectro es muy amplio, y a la vez concentrado: cronista, novelista, poeta, crítico de arte, teórico de la fotografía, dramaturgo, guionista de películas memorables (como La Salamandra, La mitad del mundo y Jonás, que cumplirá los 25 años en el año 2000, de Alain Tanner).
Ensayista virtuoso, a la altura de su gran admiradora Susan Sontag, gustaba de acudir a escritores casi secretos pero indiscutibles, como Attila József, Nazim Hikmet, Mahmud Darwish, Andréi Platonov o Juan Gelman. Colaboró toda una vida con el fotógrafo suizo Jean Mohr. Esta suma produciría un género exclusivamente suyo, con la anchura de la prosa y la precisión de la poesía.