Internet es una nueva plaza pública que, como tal, requiere una organización que permita un tráfico regulado. No debería convertirse en un universo caótico y acrítico. La figura del editor es clave
ANDREU JAUME 23/02/2010
La paulatina implantación en España del libro digital ha empezado a suscitar en el gremio entusiasmos y detracciones de diversa índole, indignados unos por la marginación de la imprenta, angustiados otros por cuestiones relativas a los derechos de autor y encantados algunos con lo que consideran, gracias a la alquimia cibernética, la imparable universalización de la cultura. Sin ánimo de menoscabar ninguno de estos asuntos, todos ellos de incontestable trascendencia, quizá valga la pena llamar la atención sobre otras cuestiones que sobrevuelan, de un modo menos aparente, el actual panorama literario, y cuya cabal apreciación tal vez ayude a nutrir el debate en torno a esas preocupaciones.
No hay duda de que nos encontramos en una encrucijada cuyos caminos dibujan brumosas fugas. El ruido y la confusión de estos días recuerdan de algún modo a la algarabía del siglo XIX, cuando la consolidación de la burguesía trajo consigo la apoteosis de la novela, la incorporación a la lectura de las nuevas masas urbanas, la eclosión del periodismo y, en definitiva, la arquitectura de una nueva concepción democrática de la cultura que desembocaría, ya en el crepúsculo de esa época, en una reacción y en una crisis que duraría hasta bien entrado el novecientos.