Cada uno a su manera
Los escritores hablan de la felicidad
Decía el maestro León Tolstói en el inicio de Ana Karenina: "Todas las familias felices se parecen, pero las desdichadas lo son cada una a su manera". La felicidad no ha sido nunca un tema que tuviera mucha fortuna literaria. La desgracia, en cambio, enfrenta al ser humano contra sí mismo o contra la sociedad y lo obliga a una lucha que puede adquirir innumerables formas, lo cual resulta muy efectivo para ahondar en el alma humana que, en definitiva, es el objetivo último del hecho literario. Sin embargo, aunque no haya tenido excesiva fortuna como tema, sí que los autores han dejado escritas interesantes reflexiones al respecto. De hecho, Tolstói iba un poco más allá cuando afirmaba: "La felicidad es una alegoría, la infelicidad, una historia”. Es cierto que quizás la felicidad es más proclive a ser expresada en poesía y la infelicidad es más narrativa, aunque, por suerte, toda regla tiene sus excepciones. Decía Sylvia Plath: “Tengo la elección de ser constantemente feliz y activa, o introspectivamente infeliz. O puedo volverme loca rebotando entre ambos”. Quizás de ese movimiento incesante y violento emerja la gran obra de arte. En una línea parecida nos advertía Thomas Hardy de que: “la felicidad no es sino un episodio ocasional del drama general del dolor”. Sin embargo, la dicha es una pulsión humana que emerge incluso en el más recóndito paraje del alma: “Incluso en Siberia hay felicidad”, escribía Antón Chéjov.
Para algunos la felicidad va emparejada con la nostalgia o el recuerdo, muestra de ello es la hermosa cita de Evelyn Waugh: “Me gustaría enterrar algo precioso en cada sitio en el que he sido feliz, y después, cuando sea viejo, feo y miserable, poder volver allí, desenterrarlo y recordar”. Para otros, es indisociable de la libertad: “Hay que elegir entre libertad y felicidad, y, para la mayor parte de la humanidad, la felicidad es mejor”, reflexionaba George Orwell, e Iris Murdoch puntualizaba: “La felicidad no te hará feliz. Tampoco la libertad. No encontramos la felicidad cuando somos libres, si lo somos. O porque hayamos recibido una buena educación, si la hemos recibido. Pero la educación puede ser el medio por el que nos damos cuenta de que somos felices. Abre nuestros ojos, nuestros oídos, nos señala dónde acechan las alegrías, nos convence de que solo hay una libertad que importa, la de la mente, y nos da la seguridad para caminar por la vía que nuestra mente, nuestra educada mente, ofrece”.
O quizás sea todo una gran quimera, como escribía Jack Kerouac, sin duda influenciado por el budismo y su práctica de la libertad nómada: “La felicidad consiste en darse cuenta de que todo es un gran y extraño sueño”.