Si quieres ser poeta prepara el Prozac
Carlos Mayoral / Jot Down
Día 16/01/2016
Cuentan que una figura se deslizó por la calle Huertas de Madrid más allá de las doce. Solitaria y triste como todas las figuras que cruzan la medianoche, avanzó hasta la antigua iglesia de San Sebastián, allí donde más tarde contraerán matrimonio Gustavo Adolfo Bécquer y Ramón María del Valle-Inclán, entre otros. Cuentan también que horas antes había deambulado por el balcón de su casa en la Fonda, sin saber cómo llevar a cabo su plan. Pero José Cadalso había sido siempre un hombre resolutivo y su magnífica carrera en el ejército español así lo había certificado.
Pero volvamos a su figura, esa que se había colocado junto a la iglesia de San Sebastián. Solo cuando la hubo rodeado cayó en la cuenta de que tendría que desenterrar el cadáver de su amada, doña María Ignacia Ibáñez, la «Filis» de sus versos, con sus propias manos. Por suerte, al entrar en el cementerio de San Sebastián, las autoridades lo sorprendieron en tan delicados quehaceres y decidieron arrestarlo. También dicen que de aquella historia quedó un destierro forzado y un recuerdo para aquellas líneas que el propio Cadalso había compuesto para sus «Noches lúgubres».
Pronto volveré a tu tumba, te llevaré a mi casa, descansarás en un lecho junto al mío; morirá mi cuerpo junto a ti, cadáver adorado.
Nunca sabremos cuánto hay de cierto en esta narración y cuánto de historieta ideada por Gómez de la Serna, el principal defensor de la misma. Pero lo que sí es cierto es que los españoles ya llevábamos siglos con aquello del Romanticismo antes de que Goethe lo pusiera de moda allá por el siglo XIX, décadas después del episodio que Cadalso pudo haber protagonizado en el cementerio de San Sebastián. Su diabólico Fausto ya se había paseado por la mente de un desconocido Fernando de Rojas cuando compuso la genial Celestina, todavía en el siglo XV. Lo importante no es que Calisto y Melibea acaben como el rosario de la aurora a cuenta de una alcahueta mal utilizada. Lo importante es que Rojas parece mandarnos un aviso: en España, el deseo y la lascivia te condenan a la más oscura de las tragedias. Pero, como no podía ser de otra manera, aquí nadie tuvo en cuenta el aviso y de aquellos polvos (nunca mejor dicho) estos lodos.