Agentes literarios
Juan González del Solar / Perfil
Día 24/05/2015
Es probable que, a partir de ese viejo adagio que dice que el nacimiento –y la necesidad– de los abogados es la comprobación de que la sociedad falló como tal, el mundo editorial pueda explicar la invención de los agentes literarios por culpa y a causa de los editores. Y es muy probable que tengan razón.
Más allá de cada caso, de que –como entre los abogados– los haya de todos los colores, lo cierto es que se sabe muy poco acerca de qué va la cuestión y, muchas veces, se cae en prejuicios y lugares comunes. Lo cual resulta previsible: el agente literario es por definición la parte menos artística del negocio; leyendas –ciertas– hay muchas y, en definitiva, su trabajo es negociar, una palabra que cae a priori pésimo entre casi todos, mucho más entre los dedicados a la literatura. Con comisiones que van del 5% al 40% del contrato sellado entre el autor y la editorial –aunque el estándar es del 10%–, es hoy una figura fundamental en el negocio; de hecho, las grandes editoriales son reacias a trabajar con autores sin agente –así como se tiende a lo opuesto en las pequeñas y medianas.
A partir de preguntas, entrevistas, comentarios y demás, en esta nota vamos a ir viendo de qué trata este mundo, cómo es mirado según distintos actores, las contradicciones, los temores, los prejuicios, lo necesario, aquello que construye el campo semántico que rodea una profesión que, a nivel masivo, no cuenta siquiera con una centuria y que lleva apenas unas décadas formando su mito.
¿Qué hace, para qué sirve un agente literario?