La voz que abrió los ojos de América Latina
Carlos Fuentes / El Confidencial
Día 14/04/2015
Hay voces que llegan antes de lo previsto, y que se adelantan a la política de lo políticamente correcto. Eduardo Galeano, muerto ayer, encarnó una. La voz de los sin voz, el eco latente de los pueblos que habían perdido algún partido con esa historia de convulsiones que se conoce por América Latina. Y fue su aliento de vida, esa energía moral inasequible al desaliento, su compromiso a la intemperie, el que terminó por alzarse en el andamiaje de casi toda la obra literaria y periodística que abordó después la autocrítica de la vida en el continente. Bien amarrado al acervo cultural latinoamericano, el escritor y pensador uruguayo deja una obra que supera estereotipos y que merecerá, sin duda, relecturas en tiempo real.
La América Latina que recibió a Eduardo Germán María Hughes Galeano en la clausura del verano de 1940 en Montevideo era la eterna crónica no escrita de un subcontinente devastado por enfermedades sociales que parecían plagas bíblicas. El subdesarrollo, el hambre y el miedo. El clasismo y el imperialismo. La vergüenza de raza y el sometimiento. Más que votos, en América campaban las botas y los uniformes verde olivo. Y al pibe Eduardo las primeras crónicas le salieron en forma de tiras cómicas sobre política para el diario socialista El Sol.
Firmaba entonces Gius, con la pronunciación de su apellido paterno, rasgo que visto ahora se antoja premonición de la reivindicación latina que llevó siempre en la mochila. Ya en los años sesenta, junto a Mario Benedetti, otro personaje imprescindible para comprender a carta cabal la nutritiva literatura americana del último medio siglo XX, se embarcó en labores periodísticas en el semanario Marcha, donde coincidió con Juan Carlos Onetti, Alfredo Zitarrosa, el cubano Roberto Fernández Retamar y el peruano Vargas Llosa, entre muchos otros.