Carlos Barral, editor por casualidad
Malcolm Otero Barral / El País
Día 18/12/2014
España ha sido cuna de grandes editores. Muchos han tenido que sortear escollos como la ausencia de papel en la posguerra o la censura franquista. En las situaciones más adversas siempre han estado allí, con más vocación que voluntad de negocio. A Jaume Vallcorba, José Janés o Javier Pradera no se les rendirá nunca homenaje suficiente ni ocuparán el lugar que merecen en la cultura de nuestro país.
En el caso de Carlos Barral (1928-1989), como en parte en el caso de Pradera, su recuerdo como editor queda además diluido en sus otras facetas literarias. Carlos Barral, de cuya muerte se cumplen este mes 25 años, mantenía siempre ser editor por casualidad, negando de este modo —y con coquetería— cualquier vocación editorial de tintes comerciales o industriales. Quiso ser más poeta, más memorialista e incluso más marinero que editor. No obstante, y aunque le pese, su tarea como editor es, sin duda, la que ha dejado más poso y ha hecho más por la siempre achacosa cultura española. Sin embargo, sus desventuras empresariales y la potencia de su personaje que todo lo engullía han desdibujado sus papeles incluso en el pequeño y endogámico sector editorial que, posiblemente por su propia naturaleza presentista, tiende a cegarse hoy por lo que ya se había hecho antes.