Epitafios Literarios
Epitafios Literarios
Un epitafio es una palabra compuesta por las voces griegas epi, sobre, y taphos, tumba y es el texto que se coloca en una tumba para honrar al difunto, normalmente se escriben en las lápidas por lo que muchos escritores no han podido evitar la tentación de dejar escritas sus últimas, definitivas y a menudo geniales palabras. Entre ellos el Marqués de Sade:
Si no viví más, fue porque no tuve tiempo.
O el poeta alemán Rainer Maria Rilke, conocido por las ‘Elegías de Duino’ murió de leucemia en un sanatorio suizo, donde escribió sus últimos versos:
Rosa, oh contradicción pura, placer,
ser el sueño de nadie bajo tantos párpados.
Y de entre los grandes poetas no podemos dejarnos a William Shakespeare:
Buen amigo, por Jesús, abstente
de cavar el polvo aquí encerrado.
Bendito sea el hombre que respete estas piedras
y maldito el que remueva mis huesos.
El de Jonathan Swift, el célebre autor de Los viajes de Gulliver escribió su propio epitafio en latín, y años más tarde lo tradujo al inglés el gran poeta Yeats:
“Aquí yace el cuerpo de Jonathan Swift, doctor en Sacrosanta Teología, deán de esta catedral, donde la feroz cólera ya no puede lacerar su corazón. Sigue adelante, viajero, e imítale si puedes, ya que fue un hombre que por encima de todo defendió la libertad.”
El Edgar Allan Poe recuerda su verso más famoso: “Dijo el cuervo: Nunca más”
Virginia Woolf se suicidó adentrándose en un río con los bolsillos llenos de piedras, dejó escrito como epitafio:
“En contra tuyo volaré
con mi cuerpo invencible e inamovible,
¡oh muerte!”
El de Oscar Wilde es uno de los más visitados:
Verbis meis addere nihil audebant et super illos stillabat eloquium meum»
«Tras mi palabra no replicaban, y mi razón destilaba sobre ellos»
Joseph Conrad, el creador de El Corazón De Las Tinieblas, se despidió con este: “El sueño tras el esfuerzo, tras la tempestad el puerto, el reposo tras la guerra, la muerte tras la vida harto complace.”
Es hermoso elde Carl Sagan, el gran divulgador estadounidense nos dice: “Hemos amado con demasiado fervor a las estrellas como para temer a la noche.”
En clave hispana los más antiguos no eluden cierta ironía como el de Mariano José de Larra:
“Aquí yace media España,
murió de la otra media”.
Larra se suicidó a los 28 años de un disparo. Este famoso epitafio lo dedicó el escritor y periodista a su país, pero en su tumba con consta ningún escrito.
Francisco de Quevedo, el genio de nuestro Siglo de Oro tiene como epitafio parte de uno de sus sonetos, ‘¡Cómo de entre mis manos te resbalas!‘.
Falleció en el convento de los dominicos de Villanueva de los Infantes en 1645. Se cuenta que su tumba fue profanada días después por un ladrón que buscaba las espuelas de oro con que había sido enterrado.
Miguel Mihura, el autor de Tres Sombreros De Copa, se despide con humor: “Ya decía yo que ese médico no valía mucho.”
Algunos de los más hermosos son de poetas del continente sur, como el de Jorge Luis Borges. El escritor argentino nos anima a ser valientes ante la muerte:
“…Y no tengan miedo”.
O el inolvidable del poeta vanguardista chileno Vicente Huidobro:
“Aquí yace el poeta Vicente Huidobro. Abrid la tumba: al fondo de esta tumba se ve el mar.”