Calasso frente al Goliat digital
César Antonio Molina / ABC
Día 07/10/2014
¿Es hoy la edición en papel, tal cual la hemos conocido en los últimos siglos, una causa perdida? ¿Está en peligro de extinción el editor? ¿Ha sido la industria editorial un caballo de Troya contra sí misma? Más aún: en complicidad con las grandes compañías tecnológicas, ¿no se está ya diseñando un mundo nuevo, edénico y feliz (la manzana es un buen símbolo), donde el esfuerzo y sacrificio por pensar, reflexionar individualmente y buscar explica-ciones racionales al sentido de la vida, será sustituido por una información sobreabundante, invasiva, junto al entretenimiento anestésico e irreflexivo?
Las luchas entre quienes defienden el libro como industria y el libro como cultura desaparecerían en esta nueva época sin derechos de autor, sin intermediarios, sin molestos críticos. Así, la obra de arte que es un libro en sí mismo daría lugar a una masa de objetos intangibles, indistinguibles e inidentificables unos de otros.
En La marca del editor, Roberto Calasso habla de desprecio por las «obras del ingenio», y ese ataque al derecho de autor, a su identidad individual, a su estilo, a su saber diferente y a su inteligencia envidiada se lleva a cabo aplicando a la cultura terminologías políticas. Por ejemplo, lo accesible es democrático, no así lo complejo, y, por tanto, en vez de educar mejor a los ciudadanos y darles más medios para acceder al conocimiento, se rebaja el discurso intelectual a niveles primarios. La creación y los instrumentos para darla a conocer a través del libro, al igual que el papel esencial de los editores, no se consideran un verdadero trabajo en beneficio de la sociedad, como se consideró hasta ahora.
Calasso nos habla del mundo de la edición como un arte, como un género literario, y del editor como un verdadero creador. Deja en un segundo plano, no porque no le dé importancia, la faceta de empresario e industrial. El editor no escribe el libro, pero ayuda a su acabado final y elabora su piel. El editor es el primero que lee e interpreta la obra –ahora, a veces, este papel lo comparte con el agente, personaje nuevo que no le agrada demasiado a Calasso– y la juzga. Y esa opinión trata de trasladársela al lector, quien completará su sentido.