Literatos a cara descubierta
Tereixa Constenla / El País
Día 25/09/2014
“Lloremos, pues, y traduzcamos”. En la mente de Larra estaba la literatura, pero su frase podría aplicarse a la fotografía si la imagen no fuese un lenguaje universal. A los escritores españoles les costó apreciar aquella nueva técnica que arrebataba a la pintura el poder de atrapar la realidad. No hubo visionarios como Edgar Allan Poe, que en 1840, con la daguerrotipia recién nacida, proclamó que era el más extraordinario triunfo de la ciencia moderna. Gracias a ella se conserva un retrato del escritor tomado el mismo año de su muerte (1849). Tal vez Larra (cuyo rostro perduró en grabados) habría hecho lo propio, pero se suicidó tres años antes del nacimiento formal de la fotografía en 1839. Desde entonces y hasta comienzos del siglo XX, la relación entre escritores y fotógrafos basculó entre el desprecio y la pasión, extremismos frecuentes en la pendular vida española. En esa interacción histórica indaga la exposición El rostro de las letras, organizada por la Comunidad de Madrid, Acción Cultural Española y la Real Academia Española en la Sala Alcalá 31 desde el 24 de septiembre, que además de las imágenes que ilustran estas páginas incorpora también documentos, objetos y un audiovisual con filmaciones de la época.
La fotografía arrancó a trompicones y minusvalorada. “España no está nunca en las vanguardias artísticas. Adopta tarde el pictorialismo a finales del XIX y también lo abandona tarde, en los años veinte”, señala Publio López Mondéjar, una suerte de quijote de la memoria gráfica española, comisario de esta exposición y autor de un catálogo histórico sobre la relación entre imagen y letras entre 1839 y 1939.
La daguerrotipia pasa de puntillas –a menudo gracias a extranjeros como Théophile Gautier, que viaja por España con una cámara en 1840– y apenas deja huellas. “Quizá la causa de esta asombrosa escasez de daguerrotipos y la consecuente ausencia de referencias a la fotografía en la obra de los escritores españoles se deba al secular desprecio de nuestras clases dirigentes por la cultura, y a la ceguera y falta de iniciativa de los responsables políticos y culturales a la hora de promover la emergente industria que nacía”, escribe López Mondéjar.