Valor económico del idioma
La lengua es la herramienta que utilizaban los seres humanos para conocer la realidad, hasta que alguien descubrió su enorme valor como instrumento de dominación. Se convirtió así en firma aliada de los imperios, para perpetuar la autoridad de la metrópoli, cuando, tras la conquista, las armas perdían su poder disuasorio. En nuestros días, la situación no ha cambiado mucho, aunque timbales y clarines se hayan acallado para invocar su valor económico.
Las hazañas bélicas del pasado valieron para que el castellano sea hoy la segunda lengua más hablada del mundo como lengua nativa, tras el chino mandarín —aunque nadie discute la supremacía del inglés como medio de comunicación internacional—, con 450 millones de usuarios (casi 500, si se incluyen las personas que lo han aprendido como lengua extranjera), y una capacidad de compra equivale al 9 por 100 del PIB mundial. Es también la segunda lengua de comunicación en Internet.
Estos datos imponen una reflexión sobre la naturaleza económica de la lengua, más allá de su condición de bien intangible de dominio público, ya que representa uno de los activos más importantes que tienen los países que lo practican para generar riqueza y ocupar a la población con salarios mejor retribuidos. Así lo ha entendido Fundación Telefónica que, desde el año 2006, está patrocinando un amplio estudio bajo el rótulo general “Valor económico del español: una empresa multinacional”.
Su lectura prueba que la influencia del castellano está en alza. Se estima que, en 2030, el 7,5% de la población mundial será hispanohablante (un total de 535 millones de personas), porcentaje que destaca por encima del ruso (2,2%), del francés (1,4%) y del alemán (1,2%). Para entonces, solo el chino superará al español como grupo parlante de dominio nativo. Si no cambia la tendencia, dentro de tres o cuatro generaciones, el 10% de la población mundial se entenderá en español, dado que el crecimiento demográfico en el ámbito hispano es más alto que en el chino o en el inglés.
En Estados Unidos, vive la segunda comunidad hispana más grande del mundo —después de México— y se espera que, en 2050, sea la primera, con 132 millones de miembros, casi un tercio de la población norteamericana, de los cuales, más de un 70% utiliza el castellano en sus hogares. Es además el grupo inmigrante que más mantiene el dominio de su lengua a través de las sucesivas generaciones y el que congrega más hablantes adoptivos.
Compartir lengua multiplica por cuatro los intercambios comerciales y por siete las inversiones provenientes del exterior. Eso explica el valor que el idioma español tiene para los que buscan trabajo. En Estados Unidos, el “premio salarial” por su conocimiento puede llegar hasta un diez por ciento. Las empresas ya saben lo que hacen: se estima que esa capacidad de compra de los hispanos alcanzará niveles del 12 al 13% del PIB mundial, en un futuro no muy lejano, debido a las perspectivas de crecimiento económico que se prevén en el continente americano.
El español es la segunda lengua más utilizada en las redes sociales (Facebook y Twitter) y la tercera lengua en la web por número de usuarios. De los casi 2.100 millones de internautas que hay en todo el mundo, el 7,8% se comunica en español, detrás del inglés y del chino, pero con un potencial de crecimiento mucho más alto. El uso del español en la red se ha multiplicado por ocho en el periodo 2000-2011, mientras que el inglés lo ha hecho sólo por tres, debido a la incorporación de usuarios latinoamericanos, aunque el nivel de penetración es todavía bajo, comparado con la media europea, por lo cual es posible que ese porcentaje del 7,8% se acerque al 10% en unos pocos años.
Sin embargo, la autoridad del español no se corresponde con su nivel de difusión. Siendo una de las lenguas oficiales de la ONU, es sólo la tercera en uso y no es idioma de trabajo de su secretaría. En Europa, su importancia declina, ya que tan sólo es la quinta más hablada en la Unión Europea —junto con el polaco—, tras el alemán, el inglés, el italiano y el francés. Ni siquiera es lengua oficial en la Corte Internacional de Justicia, con sede en La Haya, cuyo estatuto dispone que sean el francés y el inglés sus idiomas oficiales, lo que pudo tener su justificación en el momento de su fundación, pero no setenta años después.
Hasta hace poco tiempo, el ICANN no admitía el registro de dominios con la letra “ñ”. Ahora ya es posible, pero poco útil, ya que los ordenadores del universo no hispano carecen de esa letra en sus teclados, con lo cual el acceso es más complicado (Alt + 165). Los desvelos de la Real Academia de la Lengua no consiguieron evitar que, por razones económicas, la Unión Europea aprobara en 1991 los teclados sin “ñ”, un símbolo de identidad de la cultura hispánica en el mundo, a pesar de ser un sonido usado por numerosas lenguas, aunque con grafías de dos letras (“gn” en francés e italiano, “nh” en portugués, “nj” en neerlandés, croata, serbio, finés y albanés, entre otras). Es que la marca “España” está algo devaluada, por encima de los Pirineos.
Este discurso laudatorio tiene una sola objeción, pero muy importante: el poco respeto que tiene el español en el mundo. Porque ésa es la cualidad que hay que mejorar, la reputación del idioma, no para competir con el inglés —la lengua franca del mundo globalizado—, sino para consolidarlo como la segunda realidad lingüística —dejando aparte al chino, por su singularidad nacional—, por delante del francés, que todavía hoy goza de un prestigio residual de pasados esplendores como lengua diplomática.
Para ello, sería necesario que los gobiernos afectados adquirieran conciencia de los beneficios que la lengua puede aportar a la economía de sus países. Se estima que el español genera el 15% del PIB y ocupa de forma directa o indirecta al 16% de la población activa en España. A poco que se realicen actuaciones pertinentes para reconducir la opinión pública hacia su reconocimiento como bien cultural de garantía internacional, su peso en la economía tenderá a crecer, paliando así los efectos de una crisis que todavía durará unos cuantos años. Argumentos que reforzarían las ventajas que proporciona la demografía los hay a montones, desde la calidad de la literatura escrita en castellano, hasta su ubicación geográfica en un continente llamado a ser el contrapeso del gigante que emerge al otro lado del Pacífico.
Pero hay más cosas que se pueden hacer. Una de ellas es la ortografía. Si ya en 1997,Gabriel García Márquez proponía jubilar la ortografía en el discurso inaugural del I Congreso de la Lengua Castellana (Zacatecas, México), el año pasado, el escritor colombiano, Fernando Vallejo, se dirige a las academias de la lengua para que el español deje de ser un idioma “estúpido” y no siga cediéndole espacios al inglés por no adoptar un sistema ortográfico basado en la fonética y no en la etimología.
Su propuesta consiste en asignar un sonido a cada letra y viceversa, mediante una relación biunívoca indestructible, una fórmula que ya adoptó en la antigüedad la lengua fenicia y todas las que vinieron detrás. A este alfabeto le sobran ocho consonantes, las tildes y la diéresis, para convertirlo en un instrumento acorde a los requisitos de Internet y facilitar la lectura y su aprendizaje. De esta forma, su manejo sería más simple que el inglés, lo que permitiría ganar usuarios y consolidar con holgura la segunda posición internacional.
¿Y la otra…? En la última etapa de mi vida profesional, tuve la suerte de frecuentar ese hermoso país que es Brasil y, más concretamente, el estado de Rio Grande do Sul y su capital Porto Alegre. Allí se habla un dialecto derivado del castellano y el portugués que ellos denominan “portuñol”, surgido de forma espontánea —luego he constatado que también existe algo parecido en la frontera hispano—portuguesa de Extremadura— y muy fácil de entender. Lo utilizan habitualmente unos veinte millones de habitantes que viven en los cuatro países ribereños (Argentina, Uruguay y Paraguay, además de Brasil) del río Uruguay, como han podido comprobar los miles de hispanoparlantes que se han desplazado a Brasil para seguir el Campeonato del Mundo de Fútbol que se celebra en este momento.
Pues bien, se trataría de crear una lengua única que sustituyera a las dos originarias con los numerosos elementos comunes que poseen y los más calificados entre los discordantes, incorporando los bellos sonidos de la lengua lusa a los más rudos del castellano y las muchas voces propias con lustre de las lenguas autóctonas radicadas en sus territorios —tanto en la Península, como en el continente americano— para construir el idioma más rico del mundo en cuanto a raíces y vocablos, adaptado a la era digital y consumido por 750 millones de ciudadanos. Ambas son lenguas próximas y también lo son sus culturas. Creo que el proyecto no es un dislate.
Manu de Ordañana