¿Qué fue de los chicos malos de la literatura?
Miki Otero / El País
Día 04/03/2014
¿Qué sucede? ¿Nadie escribe ya en las servilletas de los bares ni emplea el culo del vaso como catalejo lírico? ¿No hay escritor que encuentre su futuro literario en el remolino líquido de la taza del wáter de un after-hours cuando rompe el alba? ¿No existen ya escritores que miran con ojos de lobo de Tex Avery ni que deslizan notas a las camareras y teclean con el cuello almidonado de la camisa lleno de rastros de carmín? ¿No hay literato vivo que busque bronca en los pubs ni que guarde una botella de escocés en el cajón del escritorio o que invite a los peores expresidiarios a la barbacoa de su cumple?¿Dónde, en definitiva, están los chicos malos de las letras? ¿Los malditos de la narrativa contemporánea?
Es una pregunta que se van haciendo varias plataformas, de The New York Times para abajo. Es cierto que uno no imagina a Jeffrey Eugenides, el correctísimo autor de Las vírgenes suicidas, con la corbata en la cabeza y lanzando billetes a una stripper. Es verdad que la pasión por la ornitología de Jonathan Franzen no inspira la visión del autor agotando líneas de chupitos de tequila tamaño Gran Pirámide de Cholula. Son, en defintiva, malos tiempos para el malditismo. Malos tiempos para los chicos malos de la literatura.
Que la gran mayoría de escritores siguen teniendo esa sempiterna sed que parece ser el rasgo común del gremio, que aún beben en cuanto tienen una excusa, es evidente. Sin embargo, recientemente incluso Ray Loriga –por el altísimo, el vampiro de las letras ibéricas– admitía que estaba “harto de ser Ray Loriga”. Cualquiera que se ponga demasiado estupendo con esto de ser un escritor maldito será automáticamente motivo de chanza entre sus compañeros. No es que hayan dejado de beber, no, es que lo hacen en sus ratos libres, entre entrega y entrega de artículos, después de recoger a los nenes de la guarde y, sobre todo, hacerlo no les parece ya un motivo de orgullo (al margen de, quizás, los estibadores de antaño, ¿quién querría alardear de algo que todo el mundo puede hacer con el suficiente tiempo libre: emborracharse?).