CINCUENTENARIO DE LA MUERTE DE LUIS CERNUDA, POETA Y MILICIANO

Arturo del Villar

SE ha cumplido la profecía de Luis Cernuda: ahora, cincuenta años después de su muerte, acaecida en el exilio mexicano el 5 de noviembre de 1963, está más presente en la vida cultural española de lo que nunca antes lo estuvo durante su vida. Lo había predicho en el poema dedicado “A un poeta futuro”, de su libro Como quien espera el alba, publicado en Buenos Aires en 1947. Después de confesar su alejamiento de los seres humanos en general, y de admitir que “Disgusto a unos por frío y a los otros por raro”, se animó a profetizar lo que iba a suceder:

Porque presiento en este alejamiento humano
Cuán míos habrán de ser los hombres venideros,
Cómo esta soledad será poblada un día,
Aunque sin mí, de camaradas puros a tu imagen.
Si renuncio a la vida es para hallarla luego,
Conforme a mi deseo, en tu memoria.

[Todas las citas se harán por las Obras completas de Cernuda, editadas por Derek Harris y Luis Maristany, en tres volúmenes, el primero para recoger la Poesía completa y los otros dos la Prosa, Madrid, Siruela, 1993 la poesía y 1994 la prosa. Para evitar acu-mular notas innecesarias, en el texto se indicarán, entre paréntesis, el volumen en números romanos y la página en arábigos de las citas. En este caso, I, 342.]
El nombre de Luis Cernuda se ha impuesto después de su muerte por delante de otros compañeros del grupo poético del 27, anteriormente más valorados que él. No es que su poesía se haya convertido en popular, porque eso resulta imposible en la actual estructura cultural del mundo, incluida España; pero los lectores de poesía preferimos la suya a otras más celebradas en tiempos recientes, y ya no se le ocurre a nadie juzgarla como una derivación de la compuesta por Jorge Guillén, ni aludir al carácter difícil del autor para intentar explicarla.

UN PRODUCTO COMERCIAL

Lo que parece inimaginable es que alguien acepte hoy lo que escribió el profesor falangista Gonzalo Torrente Ballester en su disparatado Panorama de la literatura española contemporánea, publicado en 1956, donde aseguró: “No participamos en esa poe-sía, no nos importa.” Tal era el sentir de los presuntos intelectuales fascistas, respecto al poeta que marchó al exilio en busca de la libertad prohibida en su patria.
En 2002, con motivo de la conmemoración del centenario de su nacimiento, pudo comprobarse el cumplimiento de su profecía. Carteles con su nombre y su retrato anunciadores de una exposición sobre él ilustraron las calles madrileñas, y los diarios de mayor difusión le dedicaron suplementos o páginas especiales. Parecía un producto comercial promocionado para su venta, y es cierto que las editoriales aprovecharon esa publicidad gratuita para lanzar sucesivas ediciones de sus obras. También los políticos se apuntaron a la moda, y solían citar algún verso suyo en sus discursos, aunque estuviera traído de manera forzada. Las campañas de promoción de su nombre se acomodaron a las reglas comerciales en uso. Es fácil imaginar con qué indignación hubiera rechazado esa trivialización de su escritura, en el caso de haber podido hacerlo.
Una carta fechada el 28 de setiembre de 1943 y dirigida a Rica Brown, expone una confidencia muy importante acerca de la estimación con la que veía el juicio de los lectores respecto a su escritura lírica. Se encuentra reproducida en su Epistolario 1924-1963, edición de James Valender, Madrid, Residencia de Estudiantes, 2003, página 359:

Por cierto: no es la falta de público lo que me hace a veces dudar del mayor o menor valor que puedan tener mis escritos, sino otras razones un tanto complejas de explicar. Yo nunca he deseado popularidad, porque sabía que las calidades estéticas que siempre me esforcé por alcanzar traían consigo, una vez conseguidas en todo o en parte, la falta de popularidad. Hay un tipo de escritor, y es el único tipo de escritor que me interesa, que tiene que crear su público, y eso es tarea de siglos. Sólo me interesa el público “a la medida”, si puedo decirlo así; el público hecho, como las ropas hechas, no vale la pena.

Por fortuna, no ha sido preciso que transcurrieran siglos para que Cernuda cuente con un público lector muy fiel, que siente con sus versos y se identifica con sus opiniones. Esa creación del público adecuado resultó muy ardua, porque desde 1939 quedó prohibido en la España dictatorial, de modo que no podíamos conocer sus nuevas publicaciones, porque ni llegaban los libros ni se autorizaban los estudios acerca de ellos. Imperaba la opinión de ese tal Torrente, servidor lacayuno del dictadorísimo.

LOS CAÍNES SEMPITERNOS

No fue la citada la única profecía acerca de la valoración futura de su obra. Durante su exilio en el Reino Unido de la Gran Bretaña terminó un libro que pensaba titular Elegías españolas, pero que tituló simplemente Las nubes al incorporarlo en 1940 a la segunda edición de La realidad y el deseo, recopilación sucesiva de su obra en verso. El poema “Un español habla de su tierra” contiene una de las muchas manifestaciones presentes en sus escritos, con el desprecio total hacia los organizadores y los vencedores de la guerra librada en su patria. En realidad debiera titularse mejor “Un español habla con su tierra”, puesto que el poeta dialoga desde la lejanía del exilio con España, su patria encarcelada por un dictadorísimo criminal.
Solamente habla el poeta en los versos, mientras que España se limita a escuchar, si es que escucha, puesto que se hallaba entonces sometida a la tiranía de la dictadura fascista. Se trata, pues, de un soliloquio dirigido a un destinatario inmaterial, semejante a la oración de los devotos religiosos cuando monologan con un ser espiritual y silencioso en el que confían para ser escuchados contra toda evidencia. Verdaderamente este poe-ma contiene una oración laica, porque es inicialmente un lamento semejante a los salmos del pueblo judío desterrado de Sión:

Ellos, los vencedores
Caínes sempiternos,
De todo me arrancaron,
Me dejan el destierro. (I, 310.)

Palabras que pueden entenderse como literalmente exactas, ya que después de perdida la guerra a Cernuda le quedó el exilio por toda pertenencia, y pasó a formar parte de la España peregrina que conservó su libertad en tierras extrañas. Por eso añadía una confesión de amor, aunque parecía de odio: “Pensar tu nombre ahora / Envenena mis sueños”, puesto que se veía obligado a permanecer en un espacio que le disgustaba, a sabiendas de que era imposible soñar con un regreso a la patria encadenada por la dictadura. Sus sueños carecían de apoyatura.
Sin embargo, soñar constituía el mejor refugio para la esperanza de los exiliados. En tales circunstancias, y con ese trise estado de ánimo, Cernuda se atrevió a vaticinar el futuro. No se hubiera animado a conjeturar su vuelta a la patria, en aquellos momentos en los que parecía que Europa entera estaba condenada a someterse al nazifascismo triunfante. No se hacía ilusiones acerca del cambio político en España, porque conocía a sus compatriotas, y es cierto que no llegó a vivir lo suficiente para verlo, y por eso fue enterrado en el Panteón Jardín de México. De ahí que su previsión se refiriese a un tiempo después de su propia muerte, cuando España quedase libre de los caínes que asesinaron a los patriotas defensores de la libertad:

Un día, tú ya libre
De la mentira de ellos,
Me buscarás. Entonces
¿Qué ha de decir un muerto? (I, 311.)

Nos dice muchas cosas, explica su verdad, porque la dejó escrita y publicada ante la historia, en unos libros que nunca buscaron otra cosa que dar testimonio de la vida del autor. Resultó una vida dolorosa, porque le tocó vivir en uno de los momentos más trágicos de la casi siempre trágica historia de España.

LOS VERDADEROS PROBLEMAS HUMANOS

En efecto, la historia de España está formada por una sucesión de capítulos trágicos, en los que aparece como una constante la falta de libertades para el pueblo. La alianza del altar y el trono, que alcanza su mayor exponente en el criminal Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, mantuvo a los vasallos de ambos poderes en perpetua sumisión desesperada. El siglo XX, en el que se desarrolló toda la vida de Cernuda, resulta especialmente dañino, porque las sucesivas guerras civiles del XIX culminaron en la más sangrienta, un auténtico genocidio contra el pueblo.
Durante el infausto reinado del perjuro Alfonso XIII llegó a su máxima expresión el 13 de setiembre de 1923, cuando el monarca entregó el poder político a un general de ideología fascista, para que implantase una dictadura contra el pueblo; ocho días después cumplió Cernuda 21 años. Era un estudiante de Derecho en la Universidad de su tierra, Sevilla, y comprobó la ilegalidad de aquel acto, con el que se libró el rey momentáneamente de responder a su responsabilidad por los horrores de la guerra colonial en Marruecos y sus derivaciones, como la llamada Semana Roja de Barcelona en 1909.
En el exilio británico, al componer las prosas poéticas de Ocnos, entre 1940 y 1941, evocó una meditación sostenida consigo mismo en el patio pequeño de la Universidad sevillana. Ocurrió durante un atardecer de mayo, en esos días sin horizonte de su juventud indecisa:

Apoyado en una columna del patio, pensaste en tus días futuros, en la necesidad de escoger una profesión, tú, a quien todas repugnaban igualmente, y sólo deseabas escapar de aquella ciudad y de aquel ambiente letal. […] Privado de gozo, de placer y de libertad, como tantos otros, comprendiste entonces que acaso la sociedad ha cubierto con falsos problemas materiales los verdaderos problemas del hombre, para evitar que reconozca la melancolía de su destino o la desesperación de su impotencia. (I, 582.)

Cuando su juventud precisaba ayuda y comprensión, su patria era su madrastra. Todo le estaba negado, por culpa de una situación política degenerada que implicaba una degradación de la vida social. Los problemas materiales le impulsaban a pensar en los espirituales, a diferencia de lo que suele acontecer a la mayor pare de la gente, porque así estaba condicionado por su aliento poético incipiente.
De esa manera comprendió la forzosa melancolía de un destino que le iba a desarraigar de todo lo que conocía: familia, amigos, amantes, una patria desnaturalizada. Y también aceptó en ese momento la inevitabilidad del sino que le sentenciaba a esa situación sin retorno.

BÚSQUEDA  DEL SENTIDO EN LA OSCURIDAD

En aquella sociedad corrompida de la monarquía entregada a la dictadura militar no tenía sitio Luis Cernuda. Su vida y su escritura descubrieron su sentido y su expresión, al coincidir y hermanarse con el pueblo en su consecución de las libertades públicas. Sucedió exactamente el 14 de abril de 1931, al proclamarse la República Española. Había estado hasta entonces, sus 28 años, preguntándose por la razón de ser de su misma existencia, por su trabajo inútil y por su escritura desprovista de intención comunicadora, devaluada por los críticos literarios.
El historial de sus libros así lo patentizaba. En Perfil del aire (1927) reunió un conjunto de primeros poemas impresionistas de inspiración estética, en los que demostraba poseer un buen oficio falto de unas señas de identidad propias. Con Égloga, elegía, oda, compuesto entre 1927 y 1928, afianzó su formalismo esteticista con unos caracteres de moda en aquel momento, de absoluta devoción entregada a Góngora por parte de sus compañeros del grupo llamado del 27 precisamente por haber propiciado el redescubri-miento del incomprendido poeta cordobés.
El año 1929 es altamente significativo en su evolución creadora. Compuso el libro Un río, un amor, en el que se encuentra el poema “Oscuridad completa”, exposición de su anonadamiento anímico total ante la carencia de significado que veía en su existir y su escribir. Como resultado de ese ambiente se leen dos versos en los que reveló una inquietud acerca de la finalidad de la poesía: “No sé por qué he de cantar / O verter de mis labios vagamente palabras” (I, 150). Por eso recurrió en muchos poemas a contar en verso las películas vistas en las salas cinematográficas, con escenarios estadounidenses de manera especial, un escapismo de la realidad real por la fantasía imaginaria.
Por lo tanto, en 1929 todavía Cernuda se hallaba desconcertado, sin saber qué hacer con su vida y con su escritura. Le dominaba el hastío por todas las cosas, decía sentirse cansado de vivir y de escribir, y no acertaba a tomar una decisión. Fue lector de español en la École Normale de Toulouse, empleado en una librería madrileña, y el cansado integral en un mundo con el que se hallaba en completo desacuerdo. Desconfiaba de sí mismo, y en lógica derivación de la conveniencia de seguir escribiendo, sin saber por qué ni para qué ni para quién. Se sentía cansado de estar cansado, pero no se decidía a poner remedio a esa situación anómala. Al carecer de horizonte comprensible sus 27 años, se planteaba el estar de más en un mundo incomprensible.

LA REPÚBLICA, LA LIBERTAD

Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 dieron la mayoría a la conjunción republicano—socialista. Al día siguiente comenzaron algunas localidades a proclamar la República, y el 14 lo fue oficialmente en toda España, tras la huida apresurada del rey. Ha contado Vicente Aleixandre que aquella tarde acompañó a Cernuda hasta la Puerta del Sol madrileña, en donde se congregó una multitud incontable e incontenible de personas ansiosas por ver cómo era izada la bandera tricolor. Por fin terminaba el caótico y represivo período monárquico, al instalarse la libertad en España.
Los días 13, 14 y 15 de abril compuso Cernuda los poemas constitutivos del núcleo principal de Los placeres prohibidos, el libro que por primera vez dio a conocer al verdadero poeta, hasta entonces velado por consideraciones familiares y sociales. Con el triunfo de la libertad política, representada por la República, también Cernuda se atrevió a desatar sus sentimientos más ocultos.
Imaginamos el ansia incontrolable de comunicación de sus vivencias íntimas, que dominó al poeta durante ese histórico mes de abril, puesto que compuso 26 poemas entre los días 13 y 30, a los que solamente añadió uno en mayo y otro más en junio para com-pletar el libro. Cuando lo dio a conocer en la primera edición de La realidad y el deseo en 1936, un título que deseó imponer a la totalidad de su escritura lírica, eliminó dos poemas, por exigencias estéticas.
Al advenimiento de la República perteneció el descubrimiento del sentido de la vida y la escritura por parte de Luis Cernuda. El anuncio de libertad que ondeaba con la bandera tricolor le animó a declarar públicamente su erotismo homosexual, condenado por la moral oficial de la Iglesia catolicorromana con toda clase de penas, incluida hasta hacía poco la de la muerte en la hoguera, pese a ser los sacerdotes de esa secta los más aficionados a la práctica del llamado por ellos mismos el pecado nefando.
Puede afirmarse que al atreverse a comentar con libertad sus sentimientos equilibró la realidad con el deseo. Por eso es posible calificar de auténticamente republicano el poemario Los placeres prohibidos, en donde el poeta liberó sus opiniones de las ataduras convencionales que le ordenaron sostener hasta entonces. En abril de 1931 se rebeló Cernuda contra las imposiciones religiosas, y así se reveló el inmenso poeta que era, hasta ese momento solamente insinuado a causa de los convencionalismos sociales.

LLAMADA DE ALERTA CULTURAL

Integrado en las Misiones Pedagógicas, uno de los grandes medios de culturalización popular creados por la República, recorrió España entre 1932 y 1935, explicando a campesinos, marineros y obreros el patrimonio cultural español que les pertenecía, aunque hasta entonces hubiera pertenecido a la nobleza y al clero. El contacto con el pueblo auténtico, el residente en los pueblos, que es muy distinto del proletariado urbano, por más que coincidan en sus reivindicaciones laborales, sirvió para radicalizar su ideología política. Con algo de melancolía rememoró Rafael Alberti ese período de actividad intelectual tan intensa, en la segunda parte de sus memorias, La arboleda perdida (Barcelona, Seis Barral, 1987, p. 57):

Con María Teresa fundé la revista Octubre, la primera española que dio el alerta en el campo de la cultura y que agrupó a una serie de jóvenes escritores –entre los que se encontraban Luis Cernuda, Serano Plaja, José Herrera Petere…-- cuyo concepto del pueblo español cada vez se iba haciendo menos vago, menos folklórico, es decir, más directo.

Fue una experiencia vital capaz de alterar el carácter de Cernuda, al producirse el proceso de asimilación del concepto de lo popular, tan falsificado a cuenta de quienes lo aprovechan en su beneficio. Sus coetáneos han hecho referencia a su retraimiento, incluso a su carácter insociable, a sus rarezas. Es lo que él mismo denominó “mi leyenda” en el último y terrible poema que escribió, dirigido con rabia “A sus paisanos”, con el distanciamiento de la tercera persona en el título.
La leyenda derivó del desprecio que sentía por las gentes dedicadas a perseguir en todo momento el medro personal, en la vida y en la escritura. No le interesaba tomar contacto con ellas, y por eso no se recataba de expresarles su desdén. Esas personas que anhelan escalar puestos en la consideración laboral o social, lo mismo que esos escritores capaces de vender sus plumas al mercantilismo de premios y juegos florales, le producían asco.
En cambio, se sentía a su gusto entre las personas sencillas, las iletradas y modestas, con las que era capaz de hablar como un igual. En esa aventura se encontró a sí mismo y en consecuencia al sentido de su existencia. Como era inevitable, repercutió en su ideología, y por derivación lógica en su escritura. Con la República se integró Cernuda en el pueblo español, y gracias a él descubrió su voz personal auténtica.
Una carta fechada en Londres el 23 de febrero de 1946, dirigida a Nieves Mathews, hija de Salvador de Madariaga, explica su confesión íntima ante las dificultades originadas por su carácter:

Perdone mi aparente sequedad, que no es, o no era, natural en mí, sino consecuencia de la costumbre y la necesidad de vivir con gentes a quienes es necesario tratar con cortés superficialidad. Otra cosa sería absurda prodigalidad, inútil para los demás y ruinosa para mí. Lo malo es que con el tiempo ya no se distingue si algún ser humano vale más que el resto, y aunque se distinga, no quedan deseos de hacer excepciones.

Se encuentra la referencia en la página 413 de la citada edición del Epistolario 1924-1963. Comprendemos al leerla que Cernuda quería ser cortés con gentes a las que no consideraba dignas de merecer su atención, pero estaba obligado a dispensársela por convencionalismo social. Eso debió de sucederle, por ejemplo, en su trato con profesores, lo mismo cuando fue alumno que cuando ejercióél de profesor. En cambio, su relación con el pueblo fue más sencilla por ser más íntima y natural.

UNO DEL PUEBLO

Aquí es oportuno recordar una opinión expuesta por Ernesto Cardenal, poeta, político y sacerdote catolicorromano, reprendido públicamente por su jefe el intolerante e intolerable papa Juan Pablo II. En un libro de memorias imprescindible de leer, En Cuba, publicado por Ediciones Carlos Lohlé en Buenos Aires y en 1973, cuenta en la página 77 lo que le explicó un joven profesor de filosofía en la Universidad de La Habana:

No comprendo que un escritor hable de bajar al pueblo. Si dice que baja, es porque se considera por encima de pueblo. Y si habla de identificarse con el pueblo, es porque no se consideraba parte del pueblo. Para nosotros, los de mi generación, el escritor es sencillamente uno del pueblo. No tiene necesidad de bajar al pueblo ni de identificarse con él, porque es del pueblo.

Es lo que le sucedió a Cernuda desde que tomó contacto con el pueblo español por medio de las Misiones Pedagógicas. Hijo de un militar, criado en un cuartel, educado con rigor castrense, alumno en un colegio de frailes y después universitario, no podía conocer al pueblo. Su poema “La familia”, de Como quien espera el alba (1947),  cuenta la imposibilidad de integrarse en el mundo burgués que le estaba reservado por herencia y tradición.
La República dio un sentido a su vida y a su poesía, anhelado hasta ese momento, pero desconocido. No había sido del pueblo por razón de su nacimiento, pero en cuanto lo descubrió se hizo uno del pueblo con toda su voluntad.
EN EL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO

El desenlace forzoso de su integración en el pueblo debía ser su asentimiento a la Revolución Soviética. Sus biógrafos han desatendido gustosamente esta faceta, con variados pretextos, pero resultó fundamental en su vida, con repercusión en su escritura. Prueba de la trascendencia que él mismo concedía a su apoyo a la revolución de acuerdo con las consignas de Lenin, es que lo hizo constar como noticia resaltable en la escueta nota biográfica redactada para anteponerla a la selección de sus versos en la muy famosa edición de Poesía española. Antología (Contemporáneos), seleccionada por Gerardo Diego y editada en Madrid por Signo en 1934. En su página 516 está escrito:    

En el otoño de 1933 la revista Octubre publicó unas líneas suyas de adhesión a la Revolución Comunista.

Esta declaración fue eliminada en las reediciones de esa antología en un solo volumen  junto con su predecesora, la publicada en 1932, hechas en Madrid por Taurus a partir de 1959, pese a haber asegurado Gerardo Diego en el nuevo prólogo que se reproducían “íntegros” ambos libros, respetando “el texto hasta en sus mínimos errores”. Falso: durante la dictadura no era admisible imprimir en España ningún libro en el que alguien se declarase comunista. La explicación que me facilitó Gerardo, cuando le hice notar esa mentira bibliográfica, fue que suprimió el párrafo porque en realidad Cernuda nunca había sido comunista. Insólita perspicacia psicológica demostró.
Pero esa noticia aportada por el propio poeta al final de su brevísima nota biográfica, con escasos hechos memorables, demuestra que tenía mucho interés en que se supiera su adhesión a la Revolución Soviética. Confirma que fue una decisión arraigada en su ánimo, y así lo prueban los acontecimientos sucesivos de su vida, porque siempre se mantuvo fiel a su compromiso con el pueblo y con la revolución, hasta morir en el exilio de español libre.

A DESTRUIR EL MUNDO

Las líneas de adhesión señaladas aparecieron en el ejemplar con los números 4-5 de Octubre, correspondiente precisamente a octubre y noviembre de 1933. Se titulan “Los que se incorporan” y llevan esta aclaración probablemente redactada por Alberti:

Luis Cernuda, poeta andaluz de quien la burguesía no ha sabido comprender su gran valor, se incorpora al movimiento revolucionario.

Y lo hizo con vigor, reclamando la destrucción del imperio burgués, para sustituirlo por la fuerza del proletariado imparable. El momento histórico reclamaba acción contundente, puesto que en enero de ese año había sido nombrado Adolf Hitler canciller de Alemania, gracias al apoyo de una mayoría del pueblo germano, dispuesto a seguirle fanáticamente hasta la muerte. Era sin duda uno de los motivos que indujeron a Cernuda a expresarse así:

Este mundo absurdo que contemplamos es un cadáver cuyos miembros remueven a escondidas los que aún confían en nutrirse con aquella descomposición. Es necesario, es nuestro máximo deber enterrar tal carroña. Es necesario acabar, destruir la sociedad caduca en que la vida actual se debate aprisionada. Esta sociedad chupa, agosta, destruye las energías jóvenes que ahora surgen a la luz. Debe dársele muerte; debe destruírsela antes de que ella destruya tales energías y, con ellas, la vida misma. Confío para esto en una revolución que el comunismo inspire. La vida se salvará así. (III, 63.)

Muy probablemente el mundo resultó siempre absurdo para sus habitantes en cualquier momento de su evolución, pero es cierto que el de 1933 superaba a todas las épocas anteriores, aunque todavía faltaba por llegar lo peor. En España, tras la dimisión forzada de Azaña como presidente del Gobierno en el mes de setiembre, se sucedieron los gobiernos de Lerroux y Martínez Barrio, hasta que en las elecciones legislativas del 19 de noviembre triunfó la derecha anticonstitucional, lo que también era el comienzo de un desastre total.
Así comenzó el llamado bienio negro de la República, un período de general descontento social, mientras gobernó el Partido Republicano Radical, propiciador de todas las corrupciones hasta acabar ahogándose en ellas.

CONTRA LOS VIENTRES SENTADOS

También en Octubre, en el número 6, correspondiente a abril de 1934, se publicó un poema de denuncia social firmado por Luis Cernuda, “Vientres sentados”, no recogido en sus libros. Denominaba así a los poderosos del mundo, los que reciben tranquilamente sentados las ganancias aportadas por los trabajadores que realizan su ocupación de pie o de rodillas. Les advertía que la Revolución avanzaba por toda la Tierra, para ponderar el triunfo de los oprimidos y acabar con los inicuos privilegios de casta poseídos por los vientres sentados, a favor de la igualdad social en un mundo sin clases.
El poema reúne una crítica a la situación política general, y un llamamiento a los oprimidos para que se animen a realizar la revolución. Tal vez debido a ello pueda considerarse que es un poema de circunstancias, aunque por el mismo motivo es posible calificarlo de histórico. Recordemos algunos de sus versos, carentes de puntuación:

Con satisfacción
Como quienes saben
Como quienes tienen en su puño la verdad
Bien apresada para que no se escape
Y con orgullo
Como vigilantes de vosotros mismos
Domináis a lo largo a lo ancho de la tierra
Vosotros vientres sentados. […]

Alado el pie vigoroso
El pie juvenil y vigoroso
Que derrumbará bien pronto
Ese saco henchido de fango de maldad de injusticia
Arrastrando consigo vuestro trasero y vientre
Vuestra triste persona que mancha el aire
El aire limpio y justo
Donde hoy nos levantamos
Contra vosotros todos
Contra vuestra moral contra vuestras leyes
Contra vuestra sociedad contra vuestro dios
Contra vosotros mismos vientres sentados (I, 713 s.)

Enemigos del pueblo, los vientres sentados poseen habitualmente el poder en la Tierra. El poeta demandaba una revolución social para derrotarlos e instaurar la justicia social en un mundo sin clases. Era un buen deseo, pero en 1934 vencieron ellos, lo que acentuó el malestar de Cernuda y el desprecio por los políticos. En unos apuntes redactados en 1934 y 1935, sin llegar a ser estrictamente un diario, dejó constancia de su rechazo a Lerroux y a la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA):

6 abril 1935
Lo más abyecto que he contemplado hasta ahora es la política. Repugnante espectáculo el de estos días. Qué mar anegaría y sepultaría esos miserables que chillan y esos miserables que se agarran como ventosas. Asco, asco. (III, 755 s.)

Madrid, 5 octubre [1934]
Huelga general. Gobierno Lerroux—CEDA. […]
Huelga, huelga. Pocas veces he tenido un disgusto, una preocupación colectiva como anoche. Qué asco, qué vergüenza que haya podido formarse semejante engendro de gobierno. (III, 761.)

Por eso no es de extrañar el ambiente dominante en Donde habite el olvido, libro desolador publicado en 1934, en donde se presenta a los seres humanos encerrados dentro de un “invisible muro” (poema XV), sin comunicación posible, en un universo de mentiras descrito en el poema final. Por entonces también redactaba las Invocaciones a las gracias del mundo, libro no editado aparte, que termina con un “Himno a la tristeza” en oposición a la apoteosis con la que culmina la Novena sinfonía de Beethoven. De hecho la tristeza era su más asidua acompañante, durante ese bienio negro culpable del agotamiento de las esperanzas impulsadas con la proclamación de la República.

AÑO DE 1936

Los inicios del año 1936 parecieron favorables para España y para Cernuda. El 16 de febrero ganó las elecciones legislativas el Frente Popular, que devolvió el poder político al pueblo y terminó con los desafueros del bienio negro anticonstitucional, mientras que el 1 de abril se terminaba de imprimir La realidad y el deseo, recopilación de sus poemas, lo que motivó que el día 21 se le ofreciera un homenaje público.
Pero el 17 de julio se sublevaban en Marruecos los militares monárquicos, y al día siguiente lo hacían en España. Cernuda trabajó en la Embajada de la República en París, como secretario del embajador Álvaro de Albornoz. Pudo quedarse allí a salvo de los peligros de la guerra, pero no dudó ni un momento en dónde estaba su puesto, junto al pueblo luchador por la defensa de sus libertades, así que regresó a Madrid. La revista El Mono Azul insertó en su número 6, del 1 de octubre, una nota titulada “Luis Cernuda, en Madrid”, con este texto:

Ha vuelto de París Luis Cernuda. Viene cuando algunos se van. Doblemente nos alegra, por eso, su llegada. Por tenerle de nuevo al lado nuestro, con nosotros.
El puro poeta, auténtico escritor de la más pura calidad de inteligencia, no podía vacilar al elegir su sitio. Con el pueblo, con Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Rafael Alberti, con la verdad.
La llegada de Luis Cernuda ha sido acogida por todos con alborozo.

Se alistó de inmediato en las Milicias Populares de la República, y se marchó a la sierra de Guadarrama para defender a Madrid del asedio faccioso. Contó Arturo Serrano Plaja, su compañero en aquellas aventuras, heroicas por tratarse de poetas que ignoraban el manejo de las armas, que llevaba por todo equipaje un fusil y un libro de poemas de Hölderlin. Fueron asiduas sus emisiones radiofónicas a favor de la causa popular, colaboró en las revistas leales, como Nueva Cultura, Hora de España y El Mono Azul, además de firmar manifiestos contra la agresión nazifascista contra la República, y participó en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Los poemas de esos años pasaron a formar el libro Las nubes, editado en 1943 en Buenos Aires, sin su autorización, según declaró.

FATALMENTE REVOLUCIONARIO

En junio de 1937 apareció en el número VI de la excelente revista republicana Hora de España una colaboración en prosa de Cernuda, titulada “Líneas sobre los poetas y para los poetas en los días actuales”. No obstante, a pesar de la limitación temporal impuesta por el título, es una reflexión que debe ser proyectada al polémico lugar reservado para los poetas en la sociedad, si es que los filósofos les permiten integrarse en ella:

El poeta es fatalmente un revolucionario, y estas palabras aquí dichas son repetición de otras escritas hace unos años; un revolucionario con plena conciencia de su responsabilidad. Rigor en su trabajo y disciplina en su actitud; esto aprendieron los actuales líricos españoles de sus maestros en poesía a través de los siglos. (III, 121.)

Tal fue el convencimiento inspirador de los poemas integrados en Las nubes, en momentos de angustia y abatimiento, por lo que en ellos se suele alternar el tono esperanzado con la convicción de la derrota. Todo el mundo sabía, incluidos los gobernantes de los países considerados democráticos, que en España se enfrentaba el pueblo contra los militares y el armamento de la Alemania nazi, la Italia fascista y el Portugal ultraconservador, bendecidos y remunerados con el dinero aportado por las iglesias catolicorromanas. Los poetas revolucionarios unidos al pueblo del que formaban parte, se enfrentaron entonces a los mercaderes:

Y en la revolución pensábamos: un mar
Cuya ira azul tragase tanta fría miseria. […]

Un continente de mercaderes y de histriones,
Al acecho de este loco país, está esperando
Que vencido se hunda, solo ante su destino,
Para arrancar jirones de su esplendor antiguo. (I, 268.)

No hace falta decir que el “loco país” es el nuestro, condenado por un destino trágico a deshacerse en las peores empresas, bajo la dirección de unos reyes tan fanáticos como imbéciles, según demuestra la historia: las absurdas guerras de religión son el ejemplo más aterrador de los aspectos integradores de nuestro pasado. En “este loco país” los revolucionarios están siempre condenados a morir en el tormento o en el exilio.

ENSEÑANZAS DEL EXILIO

El 14 de febrero de 1938 salió de España, contratado  para dictar unas conferencias en Londres, con las que pensaba apoyar a la causa leal, dada la declarada hostilidad que profesaba el Reino Unido de la Gran Bretaña a la República Española, debido a las recomendaciones de la exreina a sus parientes. Pensaba regresar, pero la evolución de la guerra le disuadió de hacerlo, obligándole a integrarse en la llamada España peregrina.
Desde entonces su poesía estuvo marcada por el exilio, inevitable para un español ansioso de vivir en libertad. Completó la redacción de Las nubes, con algunos de sus mejores poemas. Es forzoso definir a Cernuda como un poeta político, pese  las reticencias de la mayor parte de los críticos e historiadores, empeñados en defender la imagen del poeta puro preocupado por defender la belleza de las palabras. No es cierta esa imagen deformadora de la realidad, incapaz de representar al poeta del pueblo integrado en sus inquietudes sociales para exponerlas en sus versos.
Escribió en la elegía por Federico García Lorca, asesinado por los militares rebeldes, que es triste ser español cuando se posee “algún don ilustre”, porque la miseria de sus conciudadanos le dedica “El insulto, la mofa, el recelo profundo”    (I, 255). En otro poema dedicado a Larra le aseguró que “Escribir en España no es llorar, es morir”, por el mismo motivo (I, 267). En una reunión mantenida en Londres alguien habló de España, pero otro advirtió que esa palabra sólo significaba “Un nombre. / España     ha muerto” (I, 295.) Termina el libro con esta confesión: “Mucho enseña el destierro de nuestra propia tierra. / ¿Qué saben de ella quienes la gobiernan?” (I, 313 s.)                 

EXILIO SIN DOLOR

Se resignó al exilio como una fatalidad inevitable, condicionadora de su destino de español en aquel tiempo de horror sin esperanza. Tenía muy claro que jamás regresaría a la patria sometida al terror de la dictadura fascista, pasara lo que pasase en el mundo. En fecha tan triste para Europa como el 15 de diciembre de 1942 escribió en Glasgow a Nieves Mathews, y le confió sus pensamientos sobre la realidad de la patria; la carta se halla en la página 330 de la edición citada del Epistolario 1924—1963, y dice en sus párrafos más esenciales:

[…] sólo el nombre de franquista basta para levantar una ola de asco y repulsión en mis sentimientos. Para mí, el levantamiento es responsable no sólo de la muerte de miles de españoles, de la ruina de España y de la venta de su futuro, sino que todos los crímenes y delitos que puedan achacarse a los del lado opuesto fueron indirectamente ocasionados también por los franquistas.

A su libro siguiente, Como quien espera el alba (1947) le incorporó algunos poemas de motivación religiosa, aunque más cercana a lo demoníaco que a lo divino. Al mismo tiempo meditaba sobre la misión del poeta en un mundo que lo ignora, cuando no lo desprecia. El poema ya citado “La familia” es un retrato negativo de la suya, verdadero ajuste de cuentas con un pasado que formó su carácter. En la distancia física y temporal, su familia y su patria le enseñaban claramente sus miserias, y comprendía que no tenía ningún lazo afectivo con ninguna de las dos.
Tal vez por ese convencimiento Cernuda no padeció el dolor del exilio que tanto daño causó a otros, como a Juan Ramón Jiménez, por no citar más que un ejemplo respetable. Le disgustaron los lugares en los que se vio forzado a residir, por su clima y por sus gentes, pero no echaba de menos a la patria ni a la tierra natal. Lo manifestó así en varias ocasiones; por recordar la más significativa seguramente, en la “Presentación a una lectura poética”, texto leído ante la radio de Londres el 4 de marzo de 1946, donde protestó de que se le achacase sentirse dolorido por hallarse en el exilio obligado de su patria encarcelada:

En alguna de las referencias que acerca de mi trabajo he visto hechas en España ahora, se da por supuesta la resonancia en mí del dolor de la separación. No creo yo que tal dolor exista. Pasemos toda alusión a aquello que motiva mi alejamiento de España, porque de hacerla, entonces ciertamente habrían de aparecer resonancias dolorosas. Mas en la separación misma, yo no encuentro nada doloroso. (III, 769.)

Repárese en la declaración de que sí le proporcionaba dolor el triunfo de los militares monárquicos rebeldes, pero no el que debido a ese motivo tuviera él que permanecer fuera de España. La visión realista poseída por Cernuda de su patria y de sus conciudadanos, a la que se han hecho algunas referencias antes, le impelía al desprecio. Es verdad que la patria como tal no es culpable de las maquinaciones de sus habitantes; debe entenderse, en este sentido, que España equivale a la parte preponderante de la gente  que la puebla.

EN DÓNDE ESTÁ LA POESÍA

No puede negarse que durante esos años en los que formó parte de la España peregrina, como la mayor parte de los intelectuales españoles, y desde luego los mejores, Cernuda alcanzó su más acertada expresión lírica. Los terribles sucesos de los que tuvo noticia primero durante la guerra española, y después en la mundial, depuraron su ex-presión al máximo, pero no para convertirle en un poeta puro, sino para hacerle un poeta comprometido con la Revolución. No sentía el dolor del exilio, pero sí rabia cuando rememoraba el final de todas las ilusiones representadas por la proclamación de la República Española. En cuanto a la patria, estaba allí en donde él se hallase, en cualquier lugar del mundo libre de dictadores.
Entre 1944 y 1949 escribió Vivir sin estar viviendo, con la misma inspiración motivadora de los dos títulos anteriores. Así, en una evocación de Juan Ramón Jiménez, también exiliado, aseguró que lo único importante es la poesía en sí misma: “Para el poeta hallarla es lo bastante, / E inútil el renombre u olvido de su obra” (I, 405), ya que la realización del ser humano se cumple en la ejecución de los dones de que está dotado, sea cual fuere la estimación que obtenga con su ejercicio.
Desde octubre de 1947 a octubre de 1952 fue profesor de literatura española en Massachusetts, con enorme desgana, porque le disgustaban el trabajo, el clima, los alumnos y los profesores. Así se comprende el título impuesto a ese libro, Vivir sin estar viviendo, porque en los Estados Unidos de Norteamérica no se vive, sino que se espera la muerte. Por eso el tono general del libro es tristemente angustioso.

EN UNA TIERRA VIVA

Para escapar de la opresión de aquel malvivir hizo viajes a Cuba y a México, y en 1952 decidió perder la buena situación económica de que gozaba y abandonar un país que le desagradaba tanto como su patria encarcelada. Al cruzar la frontera con México sintió la alegría de un pueblo que sabe vivir y lo hace bien. El contraste entre los dos países le inspiró las prosas líricas de Variaciones sobre tema mexicano, escritas en 1950 y ex-presadas en segunda persona, con sólo dos excepciones, en las que meditó sobre una tierra poblada de pobreza, pero viva, no como los Estados Unidos muertos:

Aquella tierra estaba viva. Y entonces comprendiste todo el valor de esa palabra y su entero significado, porque casi te habías olvidado de que estabas vivo. Acaso el precio de estar vivo sea esa pobreza y duelo que veías en torno;  (I, 629.)

En Massachussets había olvidado casi que vivía, en medio de todas las tecnificaciones de la sociedad de consumo. En cambio, al contemplar la realidad del pueblo mexicano recobró la vitalidad, y con ella el entusiasmo. Desde entonces se radicó en México, aunque realizó visitas a los detestados Estados Unidos para atender compromisos profesorales. Así que México fue su patria de adopción, en la que murió. No se elige el lugar del nacimiento, pero sí es posible escoger el de la muerte. Cabe preguntarse, por ello, cuál es la verdadera patria, y si no habrá que revisar el concepto generalmente aceptado, que hace a una persona soportar un empadronamiento que no pudo buscar.

SER ESPAÑOL

Es un asunto de importancia en sus últimos poemas. Tituló significativamente Con las horas contadas un poemario iniciado en noviembre de 1950, en momentos depresivos que le hacían suponer próximo el fin de su vida. Merece leerse con atención una copla, titulada “Soledades”, que resume su opinión sobre los lectores de poesía, por regla general otros poetas, profesores y críticos, a los que despreciaba por igual:

¿Para qué dejas tus versos,
Por muy poco que ellos valgan,
A gente que vale menos? (I, 464.)

A pesar de ello continuó escribiendo versos, y en noviembre de 1962, justamente un año antes de su muerte, vio la luz su último libro, Desolación de la Quimera, al cumplir los 60 años de su edad. Aunque no le gustase su patria obligada, o precisamente por ello, sigue estando presente en esos poemas finales. Uno de los más importantes, titulado simplemente con las cifras de “1936”, el año de la sublevación militar, relata su conver-sación con un antiguo miembro de la Brigada Lincoln, que vino a combatir junto al pueblo español contra la agresión nazifascista, con el deseo de librar al mundo de su peligro. Hablándose a sí mismo se decía Cernuda:

Por eso otra vez hoy la causa te aparece
Como en aquellos días:
Noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
A través de los años, la derrota,
Cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa. (I, 545.)

Indudablemente, siempre será noble y digno luchar por la libertad de los pueblos y de los individuos, allí en donde quiera que esté amenazada, incluso cuando las gentes a las que se protege no lo merezcan. Ningún aprecio sentía por los españoles, como explicita el poema  “Es lástima que fuera mi tierra”, en donde reconoce ser español “A la manera de aquellos que no pueden / Ser otra cosa” (I, 502), probablemente al recordar la definición que dio Cánovas del Castillo cuando las Cortes Constituyentes debatían la definición del ser español, y él dijo en voz baja, pero audible por quienes repitieron sus palabras, que es español el que no puede ser otra cosa. Y tenía razón, pero ya sabemos que no se elige la patria.
Desde luego, Cernuda nunca hubiera escogido España como patria, en el hipotético supuesto de poder hacerlo. Así lo demuestra el poema final del libro, “A sus paisanos”, un rechazo de su españolidad forzada, y una queja por tener que utilizar el español como lengua porque “Criado estuve en ella y, por eso, es la mía, / A mi pesar quizá, bien fatalmente” (I, 547). No quería comunicarse en el mismo idioma utilizado por los vencedores para ensalzar a su dios y a su dictadorísimo, de los que Cernuda renegaba y les dejaba toda la patria para ellos solos.

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