REINALDO ARENAS In memoriam
Quisiera saber por qué un niño nacido a la orilla del mar, que creció sin preocupaciones, gozando del azul de arriba y el azul de abajo, se convirtió en un hombre tan triste y pesimista. La exuberante belleza de su isla lo acunó cálidamente durante la infancia. Tal vez, lo que lo marcó para siempre, le sucediera al cruzar el puente que lleva al niño hacia la adultez, mientras se iba asumiendo como una persona muy particular, ávida de aprender y sumamente sensible a las bellas artes, como ningún otro niño de su edad. Su padre también notó los cambios, los interpretó con desagrado y comenzó a hostigarlo. Ser poeta en esa época y en ese lugar era sinónimo de vagancia y rebeldía. Descubrir que al hijo no le gustaban las mujeres, fue demasiado para un hombre machista y sumamente infiel. Y allí comenzó a perseguirlo y torturarlo, en el mismo seno del hogar donde la madre nada podía hacer para defenderlo y demostrarle su comprensión. Allí surgiría, tal vez, su fijación por el cuerpo humano y la subyacente presencia de la muerte como una amenaza permanente, pero nunca como sinónimo de paz. En sus relatos presiento un dejo de humor y simpatía, como si gozara siendo impresionante y dejando que predomine lo terrible, lo cruento y descarnado, porque quizás fuera eso lo que signó su vida y su muerte. Descansa en paz, poeta; regresa a la casa de la que escapaste hace ya tanto tiempo y, como el niño que fuiste, déjate abrazar otra vez por las olas que vienen y van.
Celia Maldonado