“DOS OLAS” de Daniel Pelegrín
DOS OLAS es una novela de Daniel Pelegrín, un escritor murciano que no tiene prisa. Su primera novela la escribió hace más de diez años. Esta segunda la publica Tropo Editores y su lectura constituye el hallazgo gozoso de una joya imprevista. La novela de Pelegrín es una obra sonora, perfecta para leer en voz alta, sin perder en ningún caso la tonalidad de una escala menor. Una obra donde apenas hay colores que sobrepasen el negro, en la que los olores son dudosos, pero en la que un sabor amargo se instala en la garganta desde la primera línea mientras los sentimientos barrenan el alma. DOS OLAS discurre sobre dos soliloquios catárticos, lejanos en el tiempo; un texto intimista, susurrado, casi de confesonario, que musita dos historias paralelas que transitan por los rieles de una misma vía. Daniel Pelegrín contrapone, de manera nada dialéctica, al principio de vida el principio de muerte en un impulso demoledor que irrumpe por el solo hecho de pertenecer a una realidad que se levanta en Cova da Moura en los arrabales de Lisboa, en las raíces de los antiguos esclavos africanos y los inmigrantes marginados de Cabo Verde, sin posible elección de otra realidad. Dos historias que se van contraponiendo en un fraseo continuo, como el recitativo de una cantata, trufado de sentimientos al modo de fados y canciones caboverdianas, con un rumor de violencia, soledad, tristeza, miedo, sobre todo mucho miedo, resignación, tortura y muerte. Todo lo que rodea a las protagonistas es un espanto imposible de ser sublimado. El principio de muerte, presente en la resignación y en la memoria individual, síntesis de la colectiva, constituye el modo a través del cual se genera la catarsis personal de las dos protagonistas de sendas historias: La de una joven negra universitaria de la primera década de este siglo, necesitada de abortar en un país que lo prohíbe y reprime, y que trabaja, como tesis doctoral, en la historia de una negra, esclava y luego liberta, bruja, herética y hechicera, en el Portugal del siglo XVIII dominado por el “diabólico” Santo Oficio de la Santa Inquisición. La discreción con la que se conducen los dos monólogos de las protagonistas lleva, más que a sublimar los horrores, a la no resignación fatal en un registro de absurdo. Tan absurdo como el golpear incesante e inevitable de las olas en la arena de la playa, que es la muerte, cuando en realidad son las olas las que mueven el océano de la vida. Las voces monocordes de las protagonistas aparecen fundidas de manera muy sutil. De ellas provienen los ayes, los lamentos, los pasajes quejumbrosos de miles de historias que convergen en esas voces que tejen una compleja textura en la que todos los adjetivos que llenan las páginas del libro, y son muchos, son justos y necesarios. Extraordinario mérito el de este tranquilo escritor. En algún momento de la lectura me parecía escuchar, como un eco a través de los cristales de la ventana, a Ionesco y, esto era bueno. Esperar todo un fin de semana—el tiempo de la acción— a Tiago, como si fuera Godot, mientras la protagonista exudaba sentimientos a través de la piel de la memoria y el dolor, hacía inútil al esperado, pero, a la vez, el tiempo de espera resultaba liberador.¿Por qué decía de leer en voz alta algunos pasajes de Dos Olas? No solo por la sonoridad exquisita del lenguaje de Pelegrín, sino por la convocatoria que tiene su palabra como remedio. Como si esa palabra reparadora fuera la letra de un fado o, mejor, el lamento de los blues de Cesária Évora.© Bárbara Fernández Esteban. 2013.