Lectura compartida
A la revolución por la palabra con Blas de Otero
Arturo del Villar
LA publicación de la Obra completa (1935-1977) de Blas de Otero, editada por Galaxia Gutenberg, con 1274 páginas, no podía aportar ninguna sorpresa. Su poesía es desde hace tiempo fundamental en la historia de la literatura española, uno de los valores más seguros en el corto período de su actividad creadora destacada, entre 1950 y 1970. Pudimos seguir junto a él su trayectoria lírica y épica, desde el provocativo Ángel fieramente humano, editado en 1950, hasta Mientras, impreso en 1970, al mismo tiempo que aparecía un libro de prosa poética, Historias fingidas y verdaderas.Tras su muerte, que lo encontró esperándola en Madrid el 29 de junio de 1979, se sucedieron reediciones y antologías, y en 2010 la misma Galaxia Gutenberg publicó las Hojas de Madrid con La galerna, un volumen de 383 páginas, tamaño inusual en los libros de poesía, aunque sean dos los ahí editados juntos.
Hoy se debe considerar a Blas de Otero un clásico, al que se lee como representante de un momento histórico pasado, pero vigente porque su palabra en guerra sigue siendo necesaria. Su influencia sobre la poesía española desde 1950, cuando Ínsula publicóÁngel fieramente humano, alcanzó carácter de definitiva, ya que señalaba una toma de posición en versos espléndidos respecto a la sociedad de aquel tiempo maldito.
Yo no tenía edad entonces para leerlo, pero aún recuerdo el auténtico entusiasmo que me proporcionó descubrirlo en 1958 en la recopilación de Ancia.Después del deslumbramiento adolescente causado por Rubén Darío, y del asombro proporcionado por la inmensidad de la obra de Quevedo, el encuentro con los sonetos humanamente perfectos de Otero me animó a intentar yo también la aventura, y escribí un libro en su tono, por fortuna destruido.
Un poeta para un tiempo de horror
Ángel fieramente humano lo había presentado el poeta en 1949 al premio Adonais, concedido anualmente por la editorial Rialp. Por ser esta empresa propiedad de la secta catolicorromana fanáticamente fundamentalista del Opus Dei, incluye entre los miembros del jurado a uno de los suyos, para velar por la ortodoxia de los libros galardonados. El de Otero sufrió la primera censura de las muchas que iba a padecer el autor, y fue vetado para ser votado, al calificarlo de blasfemo el sectario de turno, muy promocionado por la dictadura, Florentino Pérez Embid, miembro del consejo privado de Juan de Borbón.
También formaba parte del jurado el director de la colección, José Luis Cano, que asimismo era secretario de la revista literaria mensual Ínsula, poseedora de una editorial y una librería en Madrid. Convencido de la calidad del libro, Cano propició la publicación de Ángel fieramente humano con el sello de Ínsula, y gracias a esa decisión dio lugar a que la poesía española cambiara el rumbo impuesto por la ideología fascista derivada de la guerra incivil: sus rotundos sonetos de perfección clásica las más de las veces, inspirados por la triste condición humana, dieron lugar a una nueva manera de poesía, calificada en aquel momento de arraigada o comprometida.
El rastro de Otero es advertible en muchos de los poemarios impresos en los años cincuenta y sesenta de siglo XX. Si en la valoración de un poeta se tiene en cuenta no sólo su calidad, sino también la influencia ejercida sobre los coetáneos, parece indiscutible que Otero fue el primer poeta español de ese período. Todos los que empezamos a escribir en verso después de él sufrimos su influjo, muy beneficioso entonces, aunque después tuviéramos que evitarlo para intentar una obra propia. Su prestigio fue creciendo además en la América de habla castellana, e incluso en otros países en los que se traducían e imprimían sus versos.
En España recibió premios importantes, como el Boscán, el de la Crítica, acordado por un grupo de críticos literarios pertenecientes a los principales medios de comunicación, y el Fastenrath, concedido por la Real Academia Española, pero los censores del Ministerio de Información y Turismo de la dictadura, algunos de ellos integrados en la secta del Opus Dei, le persiguieron con ensañamiento. Los que no padecieron aquella época lúgubre de la casi siempre lúgubre historia de España, no pueden entender cómo sobrevivía la vida cultural durante esos años dolorosos: el premio Nacional de Poesía otorgado anualmente por la dictadura, llevaba el nombre del fundador del partido fascista español, y se entregaba a los adictos al régimen.
Los años traicionados
Nacido en Bilbao el 15 de marzo de 1916, Blas de Otero acababa de cumplir 20 años cuando los militares monárquicos se sublevaron contra el orden constitucional, y originaron una guerra genocida contra el pueblo, ayudados por los nazis alemanes, los fascistas italianos, y los viriatos portugueses, y beneficiados con el dinero recogido en los templos catolicorromanos por todo el mundo. Afirmaron los exgenerales y sus compinches los cardenales que la guerra era una cruzada contra el comunismo, calificativo lanzado contra todo lo que se oponía a los fascismos.
Esa circunstancia histórica marcó la vida de todos los españoles en aquellos años del terror, incluso la de quienes nacimos tras la victoria de los rebeldes. Su triunfo significó también el sometimiento a los dogmas de la Iglesia catolicorromana, que apoyó y bendijo en todo momento la sublevación, por lo que se impusieron unas severas normas de comportamiento social conocidas como el nazionalcatolicismo.
Mediante esas consignas quedó atenazada la actividad cultural en cualquiera de sus manifestaciones, ya que la dictadura deseaba aleccionar al pueblo en sus teorías, para mantenerlo sometido. La censura se extendió a los medios de comunicación escrita y hablada, a las representaciones teatrales, a las editoriales, a la cinematografía, a las conferencias, a las exposiciones artísticas: en fin, a todo aquello que significa cultura, para evitar que los intelectuales comunicasen al pueblo sometido unos ideales de libertad incitadores de revueltas.
El obispo de Roma dio gracias a su dios por el triunfo de los militares sublevados, con lo que le implicaba en el desarrollo de la guerra. La Iglesia catolicorromana era la única reconocida por el régimen, y quedaron prohibidas las restantes confesiones religiosas. Para acceder a cualquier trabajo era forzoso presentar un certificado de buena conducta expedido por el párroco, y los empleados públicos tenían la obligación de acudir formados a los actos litúrgicos.
En ese panorama tétrico se produjo el interés del joven Blas de Otero por las formas de religiosidad falsamente espiritual, emanadas de la jerarquía colaboradora de los exgenerales rebeldes, la que saludaba a los militares vencedores con el brazo en alto a la manera fascista. En Euskadi los sublevados habían fusilado a sacerdotes y frailes acusados de ser independentistas, con el beneplácito de los cardenales y obispos, que se mostraban muy contentos con el triunfo de los rebeldes. Una religiosidad artificial recorrió España, para congraciarse con los vencedores.
Los curas que ejercieron su falso ministerio tras la guerra, acataban el integrismo postulado por el papa nazi Pío XII, protector del dictadorísimo. Se leía en las monedas, alrededor de su cara, que era “caudillo de España por la gracia de Dios”, así que lo llevaban en las iglesias bajo palio, un honor reservado en los rituales catolicorromanos para la hostia consagrada.
Blas de Otero acababa de cumplir 23 años cuando terminó la guerra, y se vio envuelto en aquella ola de nazionalcatolicismo estrangulador de la sociedad española. La aceptó inocentemente, y se afilió a algunas congregaciones fundamentalistas.
Un fervor religioso
En 1942 el régimen celebró con mucho lujo el cuarto centenario del nacimiento de Juan de la Cruz, no porque sea uno de los más inspirados poetas en lengua castellana, sino porque era fraile carmelita declarado santo. El 6 de marzo Otero ofreció un recital de poemas en homenaje al santificado poeta, en San Sebastián, organizado por el Grupo Alea, que los recogió en un folleto de 46 páginas titulado Cántico espiritual, como recuerdo del escrito con igual título del fraile. Al seguir el modelo de las liras frailunas, quedó coartada la libertad expresiva del joven poeta, por lo que ese cuaderno es poco significativo. Importa destacar la ortodoxia del mensaje, como se decía en la época, sumiso a los dogmas nazionalcatólicos, únicos promocionados por las consignas oficiales y permitidos.
Por entonces tenía completado un libro de versos, con el que concurrió al premio Adonais de 1943, también sin éxito en esta primera ocasión. El jurado recomendó que se editase una antología con poemas de quienes recibieron menciones honoríficas, pero no se atendió su propuesta, y es una lástima, porque algunos de esos autores iban a hacerse famosos enseguida con toda justicia, como Carlos Bousoño, Eugenio de Nora, José Luis Hidalgo, y también Blas de Otero. Formaban una nueva generación poética, que acabaría liberándose de la tutela del régimen.
La edición de Ángel fieramente humano señaló un hito en la historia de la poesía española a mediados del siglo XX. Los maestros estaban muertos, como Antonio Machado, o exiliados, como Juan Ramón Jiménez. Lo mismo sucedía con los principales componentes del grupo poético del 27. Agudamente escribió León Felipe que los poetas españoles “del éxodo y el llanto”, como él los definía con acierto, se llevaron consigo la poesía y dejaron al país mudo, porque los que permanecieron en la patria esclavizada obedecían las consignas y ensalzaban la simbología de la dictadura, sin libertad creadora, e incluso algunos dedicaban sus humillados versos a enaltecer la raquítica figura del dictadorísimo y de sus cómplices. Los que intentaban exponer opiniones libres veían sus originales tachados por el lápiz rojo del censor.
Con la inmensa mayoría
Si Góngora fue el inspirador del grupo del 27, así denominado por haber conmemorado en 1927 el tricentenario de su muerte con diversos actos de todo tipo, un verso suyo es el que da título a ese gran libro de Otero, tan excelente sonetista como el poeta cordobés, aunque con otro estilo e intención, como es lógico. Sin embargo, Otero no iba a continuar la estela neogongorista que contagió al grupo del 27, por lo menos en una etapa, con el afán de oscurecer su poesía y dificultar su lectura por personas consideradas incultas.
Un poco antes Juan Ramón Jiménez empezó a dedicar sus libros “A la inmensa minoría”, la culta, que realmente era la preparada para leer poesía, porque los monarcas y sus sicarios evitaron facilitar el acceso del pueblo a la cultura, con el propósito de mantenerlo ignorante y sumiso. En reacción a esa postura, Blas de Otero se los dedicó “A la inmensa mayoría”, a todos los seres humanos, “de cara al hombre de la calle” tal vez analfabeto, con la intención de remover su conciencia.
Su ideología había dado un vuelco muy vasto: el que fuera congregante de asociaciones integristas nazionalcatólicas a los 26 años, durante la redacción de su Cántico espiritual, a los 33 comprendió la urgencia de superar esas supersticiones defendidas por los curas y frailes al servicio de la dictadura. En consecuencia tuvo que rebelarse contra el dios que ellos predicaban, para descubrir a un dios humano, “fieramente humano”.
Poesía humanista
El mismo ángel le inspiró otro libro escrito al mismo tiempo, Redoble de conciencia, con el que obtuvo el premio Boscán de 1950, convocado por el Instituto de Estudios Hispánicos de Barcelona, la entidad que lo publicó al año siguiente. Son tan gemelos ambos libros que el poeta los reeditó unidos en un volumen titulado con la primera sílaba del primero y la última del segundo, Ancia, con la añadidura de algunos poemas inéditos de ese período (Barcelona, A. P., 1958). Los poemas se hallan intercalados sin indicar la pertenencia a cada título, como si no hubiera más que uno, y de hecho así era en realidad, todos eran Ancia.También los reunió en un volumen impreso por Losada en Buenos Aires y en 1960, con los dos títulos.
Se manifiesta en ambos la inquietud metafísica y existencial del poeta, en evolución hacia una comunión integral con todos los seres humanos. Se la puede calificar de humanista, por cuanto aborda las preocupaciones fundamentales de los seres humanos. Un anhelo común en las sucesivas etapas históricas consiste en mejorar la condición humana, aboliendo las diferencias sociales y el afán de dominio de los poderosos, causantes de las guerras, unas de colonización y otras de liberación. Nos aseguran que todos somos hermanos, pero la realidad lo desmiente.
Es el ideal preconizado por los primeros cristianos, los fundadores de las primitivas comunas existentes en la historia de la civilización, dejando aparte las uniones tribales de los homínidos. El libro bíblico canónico de los Hechos de los apóstoles cuenta que los primeros conversos se agruparon en comunas, presididas por los apóstoles elegidos por Jesucristo. Se asegura al final del segundo capítulo, y se repite al final del cuarto, para que no quepa ninguna duda, que en las primitivas congregaciones cristianas “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas, y vendían sus propiedades y sus bienes y lo repartían a todos según las necesidades de cada uno”. Esto es comunismo puro, previo a Marx y Engels.
El cristianismo es comunista
La Iglesia catolicorromana ha tenido prohibida la lectura de la Biblia a sus fieles, hasta que el Concilio Vaticano II levantó la prohibición, mediante la constitución dogmática Dei verbum, promulgada el 18 de noviembre de 1965. Lo que no hicieron los inspirados padres conciliares fue devolver la vida a los quemados vivos en las hogueras encendidas por la Inquisición, acusados del pecado de traducir, imprimir, vender o leer la Biblia en los idiomas vulgares.
Por ese motivo los catolicorromanos no se enteraron de que el cristianismo es un comunismo, y los obispos de Roma, apodados papas, condenaron y continúan condenando la doctrina comunista como contraria a su fe. Eso es tanto como condenar a los apóstoles elegidos por Jesucristo, a las primeras comunidades cristianas, las que pusieron en práctica la predicación que habían escuchado, y al libro canónico de los Hechos de los apóstoles.Sus teólogos no advierten la contradicción, o si lo hacen se callan, para continuar así engañando al pueblo con sus predicaciones mentirosas. Matar en nombre de ese dios criminal ha sido una tarea diligenciada con entusiasmo por los afiliados a la secta catolicorromana.
El sentimiento religioso de Blas de Otero evolucionó desde las iniciales prácticas fanáticas de los jóvenes adoctrinados por las falsas enseñanzas nazionalcatólicas, al cristianismo real. El antiguo congregante mariano y luis jesuítico se afilió al Partido Comunista en 1952, porque en su programa halló una práctica efectiva de la solidaridad humana, con la eliminación de las clases sociales y la abolición de la propiedad privada. De esa conversión nacieron los libros definidores de la que puede considerarse expresión característica de Blas de Otero en sus versos. Al manifestar unos anhelos tan comunes a todos los seres humanos en todos los países y todas las culturas, sus versos pudieron ser traducidos con facilidad a otros idiomas.
Censurado y perseguido en España
Con su libro Pido la paz y la palabra, impreso en Santander en 1955 dentro de la colección Cantalapiedra, mutilado por la censura dictatorial, inició la etapa que ya sería definitiva, la del compromiso social, lo que implica el político. La censura dictatorial estuvo hasta entonces discretamente severa con sus versos, de acuerdo con las consignas oficiales de mostrar al mundo un talante aperturista en torno a los años cincuenta, para permitir al régimen aspirar a integrarse en las organizaciones democráticas mundiales, una vez aprobado por el conocido como Estado Vaticano y por los Estados Unidos de Norteamérica. Ante la nueva etapa comunicativa iniciada por Blas de Otero, sacó a relucir su intransigencia, demostrativa de que el fascismo continuaba activo en España y Portugal, con el beneplácito de los gobiernos presuntamente democráticos.
Por ese motivo su siguiente publicación tuvo que exiliarse en París en 1959, en edición bilingüe traducida y prologada por Claude Couffon, e impresa por Pierre Seghers. Lleva el título de Parler clair, esto es, En castellano, como se tituló al año siguiente al imprimirlo en México las Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma.
Otra vez volvió a demostrar el poeta la unidad de esos dos libros, al ofrecerlos juntos ese mismo año 1960, bajo el título de Con la inmensa mayoría, a cargo de la benemérita editorial Losada, que tanto hizo por la poesía española desde su sede en Buenos Aires. Los cuatro libros mayores los recogió la misma editorial en 1962, con el título común de Hacia la inmensa mayoría.
No hace falta decir que no se pudieron importar en España, por lo menos de manera oficial, ya que algunos ejemplares circularon clandestinamente, porque la corrupción de la dictadura permitía cometer toda clase de trampas. De esa manera, Blas de Otero se convirtió en el censor de los censores, ya que al mismo tiempo que se le prohibía en su patria, su voz resonaba en otras latitudes geográficas con fuerza, denunciando la triste situación de la España encadenada y abandonada.
Prohibido tratar de España
Parecida suerte corrióQue trata de España, porque se autorizó una edición mutilada, impresa en Barcelona a cargo de R. M. en 1964, mientras la completa se imprimía en París, por cuenta de Ruedo Ibérico, y en La Habana por la Editora Nacional, en este caso con Pido la paz y la palabra además de En castellano. Y en 1970 Alfaguara le publicó un libro de prosas poéticas, Historias fingidas y verdaderas, al mismo tiempo que aparecía el último libro nuevo que él dio a la imprenta, significativamente titulado Mientras, incluido en la lujosa colección zaragozana Javalambre, como un anticipo de las Hojas de Madrid.Constituía un avance mientras esperaba el fin de la dictadura, que ya se suponía próximo, por motivaciones biológicas, ya que no por decisión de los vasallos resignados.
No lo estaba tanto, a pesar del aspecto achacoso del dictadorísimo, porque aún le quedaban cinco años para continuar ordenando encarcelamientos, torturas y fusilamientos de sus opositores. En un país en el que se cuenta que el Cid ganaba batallas después de muerto, amarrado a su caballo, se acepta que los dictadores y los reyes permanezcan en el cargo para el que no han sido elegidos, a pesar de su apariencia cochambrosa y de no aguantarse sobre sus pies.
Cuando se hallaba en sus últimos meses de prolongada agonía el de referencia, pudo imprimirse en Madrid una antología de Verso y prosa, seleccionada por el poeta para Cátedra, en 1974. Y por fin el tirano se murió de viejísimo, después de dejar atada y bien atada la sucesión de su régimen, y fue posible imprimir completos en España los libros mutilados, así como otras antologías. Pero Blas de Otero no le sobrevivió ni siquiera cuatro años, ya que murió en 1979, como quedó dicho antes.
Finalmente, en 2010 vieron la luz las Hojas de Madrid con La galerna (1968-1977), editadas en Barcelona por Galaxia Gutenberg, que realmente no añaden nada nuevo a su obra, y que nadie puede asegurar que el autor las hubiera editado, puesto que no lo hizo. Su viuda, Sabina de la Cruz, ha seguido el orden cronológico de la escritura en los dos casos para su colocación, y ha reunido todos los poemas hallados, sin ningún criterio selectivo. Cabe poner en duda que el autor hubiera aceptado publicar todo ese material. Por ejemplo, un poema en verso libre ñoño a un canario que comió una hoja de lechuga y sonrió y silbó, cualidades extrañas en un pájaro, protagonista del poema “De España”. Suponíamos que el tema de España debía inspirarle algo más enjundioso, en la estela de tantos poemas anteriores que trataron espléndidamente sobre ella.
La palabra en revolución
La publicación ordenada de los poemas de Otero se ve complicada por las variantes que introdujo. Su escritura se mantuvo en ebullición interminable. En las reediciones de sus libros modificó algunos títulos o versos, cambios de cierta importancia por su significación. Asimismo pasó unos poemas a otros libros distintos de aquellos que los contuvieron inicialmente, alteró el orden de distribución primitivo, eliminó poemas enteros, añadió otros, y modificaciones semejantes.
Por eso es forzoso cotejar las ediciones sucesivas para aproximarse a la intención del poeta. Lo curioso es que él mismo dio a entender que no era aficionado a las correcciones. Así, por ejemplo, en el prologuillo antepuesto a la selección de sus versos en la Antología consultada de la joven poesía española, editada de manera anónima, pero todos sabían que por Francisco Ribes, en Santander en 1952, página 180, confesó: “Corrijo, casi exclusivamente, en el momento de la creación, por contención, por eliminación, por búsqueda y por espera.”
El hecho de haber ido ofreciendo sus libros emparejados en las reediciones, le sirvió para demostrar que son unidades de un conjunto generalizador. Todo poeta que revisa una composición encuentra preferible cambiar una o varias palabras, porque mejoran el verso. Sin llegar a las exageraciones de Fernando de Herrera o de Juan Ramón Jiménez, es seguro que cualquier texto admite ser perfeccionado. En el poema “Liberación”, de Mientras, declaró Otero:
Y ¿para qué seguir? Mis libros fluyen
a compás de mi vida. Mi palabra
a compás de los años: va variando
por sí misma, sucediéndose
y revolucionándose.
Esta sucesión revolucionaria mantiene invariable el eje esencial, que es el de la condición humana, y varía la transcripción al lenguaje poético solamente en parte, ya que si bien utiliza nuevos recursos permanece fiel a una normativa general a lo largo de todos los libros. El nexo coordinador de toda la escritura es el humanismo, que da testimonio de las inquietudes del poeta por la complejidad del ser humano en su absoluto. La palabra es la característica definidora de los humanos, y a ella recurrió Otero para acomodarla a su pensamiento crítico. Por eso afirmó que su palabra no había seguido una evolución, sino una revolución, a tono con las urgencias de su patria.
El poeta arrepentido
En algún momento parece que se arrepintió de haber escrito. Es lo que se deduce al leer “Conmiseración y serenidad” en Hojas de Madrid, uno de esos abundantes poemas en los que Blas de Otero se interpelaba a sí mismo, en una escena de desdoblamiento del yo que debiera estudiar algún psicoanalista, dada su reiteración:
Para qué tanto libro: Pobre Blas de Otero, contéstame
por qué escribiste tanto, […]
Me horroriza tanto libro.
Mejor haber sido hojalatero.
Ojalá, Blas de Otero, te vuelvas analfabeto.
Por suerte para la literatura española no se hizo hojalatero, una profesión sin futuro, y en cambio escribió algunos de los libros de poesía más relevantes de la segunda mitad del siglo XX. Y no se volvió analfabeto, pero descuidó la publicación de nuevos escritos desde 1970, limitándose a autorizar reediciones, como si efectivamente estuviera harto de tantos libros. En otro poema del citado antes, “Dios nos libre de los libros malos, que de los buenos ya me libraré yo”, insistió sobre el tema en el verso inicial: “Para qué tantos libros, tantos papeles, tantas pamplinas”, y después añadió que el mejor libro es andar por la calle entre la gente, y eso sí que constituye una metáfora generada por una poética de relación social.
No obstante, la respuesta a esa pregunta la había dado en otro poema de estas mismas Hojas de Madrid, “Verbo clandestino”, confesión de parte resignada a la fatalidad de tener que escribir porque le resultaba inevitable hacerlo:
Es terrible tener que escribir. Te juro
que quisiera perder la memoria, […]
prefiero callarme y bostezar hasta perder la respiración,
el hábito
y la necesidad de escribir que soporto pacientemente como una de tantas calamidades
de mi vida.
El personaje con el que dialoga al comienzo, ese tú del “Te juro”, sin duda es el lector desconocido, considerado un camarada por el mero acto de interesarle sus versos. Al final confiesa a sus fieles lectores que soportaba la necesidad de escribir como una calamidad, o tal vez una condena perpetua. Debía escribir por necesidad imperativa, pero podía dejar de publicar la escritura, y eso fue lo que hizo en determinado momento, cansado de los que él mismo consideraba tantos libros, aunque en verdad no lo eran; todo depende de la comparación que se haga con otras bibliografías.
Poeta culto y popular
Desde aquel imitativo Cántico espiritual Otero manifestó con hechos, es decir, con versos, sentirse capaz de jugar con la rima a su capricho, y dominar el ritmo de tal manera que la colocación de las palabras carece de importancia. Es muy curioso el empleo del encabalgamiento, que solía servirle para alterar el sentido lógico del discurso lingüístico. En un villancico de ese folleto mencionado repartió una palabra en dos versos, en un encabalgamiento insólito, puesto que es una simple letra la derivada, con objeto de lograr una rima aguda en i:
Si nació en Belén, naci-
ó para darnos la vida,
a que sí.
Se trata de un recurso legítimo, aunque el ordenador protesta violentamente contra su uso. La hipermetría tiene avalado su empleo por el que hicieron los poetas clásicos, desde fray Luis de León a Calderón de la Barca, aunque no de una manera tan intensa. Pero cuando la utilizó Blas de Otero ya había perdido su puro valor métrico para convertirse en una fórmula singular, que pretendía llamar la atención del lector sorprendentemente. Lo que consigue es mantener atenta la lectura, proporcionar un motivo de inquietud, siquiera estética, a fin de sostener el interés del relato. Algo así como un subrayado indicador de que se debe prestar una atención especial a esa palabra, ya que dice más de lo que podía esperarse de ella.
En Hojas de Madrid el poema “Provincia de Segovia” presenta otro recurso llamativo, que le permite modificar ritmo y rima. Es un soneto endecasílabo, que en los cuartetos aconsonanta “pulido”, “ruido” y “dormido”, más un chocante verso “El río se ha parado, reunido a” en el que la rima tiene añadida una preposición “a” que rompe el tono, y no es una sinafía porque para medirlo como endecasílabo hay que deshacer un diptongo. Léase el cuarteto:
La nieve. En el mesón hay dos ancianos
y un niño. El campo es un papel pulido.
El río se ha parado, reunido a
su cremallera entre sus quietas manos.
En el mismo libro el soneto “Necesitamos vivir para comer” alterna rimas de palabras agudas y llanas, lo que es perfectamente lícito, aunque al oído le cueste acomodarlo, pero más complicado resulta aceptar en el primer terceto un encabalgamiento violento de una conjunción que facilita la rima, una forma regular, aunque licenciosa, y además con hiato forzado para conseguir el endecasílabo a cualquier precio:
¿Con qué se come? Con dinero. Y
¿con qué se hace el dinero? Hice la prueba
con cáscara de huevo: ¿sí? Sí. Sí…
También puede discutirse la corrección de afirmar que se come con dinero. Lo usual es comer con la boca, a la que se llevan los alimentos con las manos y/o los cubiertos, nunca utilizando las monedas o los billetes como instrumento. En el habla vulgar son usuales los vicios idiomáticos de todo tipo, pero no pueden admitirse en un escritor culto conocedor de las funciones del lenguaje. Escribir para la mayoría de la gente no equivale a escribir como la mayoría, ni siquiera en los diarios, que son ejemplos de maledicencia.
El peso de la gramática
Blas de Otero fue un poeta culto que siempre buscó el modo de hacerse popular. Y por saber que muy a menudo una expresión exacta resulta fría también, aprovechó todas las posibilidades de la métrica tradicional para sus fines, llamó la atención retóricamente para obtener un redoble de conciencia. Cuando le convino librarse del peso de la gramática, lo hizo sin ningún escrúpulo, porque no le interesaba convertirse en un ejemplo a colocar en los libros escolares. Prefería dar mal ejemplo.
Al contrario de nuestros poetas cultos en los tiempos clásicos, que se esforzaban en complicar su escritura para que solamente pudieran entender sus poemas las personas doctas, Otero se sirvió de cuantas facultades le ofrecía la métrica para atraerse a los lectores y fidelizarlos. Fijémonos en una estrofa del poema “Paso a paso”, de Ancia, que recurre a una brusca hipermetría en unos versos que ya vienen encabalgándose, con la intención sin duda positiva de obligar a una lectura rápida, a tono con la recomendación de la escritura:
Tiempo de soledad es éste. Suena
en Europa el tambor de proa a popa.
Ponte la muerte por los hombros. Ven. A-
lejémonos de Europa.
Las dos estrofas anteriores a ella son serventesios que no plantean problemas técnicos, pero aquí resulta que el cuarto verso se quiebra en heptasílabo, y por si fuera poco tiene encabalgado el anterior para que la primera sílaba de la que debiera ser palabra inicial pierda tal carácter y forme sílaba con otra palabra independiente. Además, en el segundo verso se observa una rima interna, gracias a la palabra “Europa” en consonancia con la “popa” final del verso. A continuación siguen otros dos serventesios, con otra ruptura métrica en el último verso, y la repetición del vocablo utilizado en la rima interna.
¿Esto es facilitar o dificultar la lectura? Es posible que la respuesta dependa de cada lector, según se quede conforme con la simple concordancia o prefiera investigar su disposición. En cualquier caso, por hallarse la estrofa en la mitad del poema cumple una función de aceleración del ritmo debido a su discrepancia, y de atención a causa de su originalidad. Si a los teóricos de la métrica les parece mal, allá ellos, porque el poeta pensaba en otro público.
En Hojas de Madrid hay un poema, “Acostúmbrate al collar, acuéstate”, que expone la opinión de Otero sobre la gramática, extensible a las restantes ciencias que colocan collares para fijar los términos de la creación artística. Precisamente por eso utilizó una expresión galicista que se va extendiendo en el habla de los periodistas iletrados, y que contagia a los oyentes: “Es por esto que estoy cansado de oír silbar a Irrintzi y de cumplir las reglas de la gramática.” El mentado es un canario protagonista de otros poemas, que nada nos importa, pero sí la afirmación del cansancio por someterse a las reglas gramaticales, y en general a todas las formalidades aceptadas por académicos, profesores y maestrillos detoda laya. No se adivina qué relación pudiera existir entre el canario y la gramática para tomarlos como referencia conjunta.
Rimas de más y de menos
A diferencia del enriquecimiento de las rimas por métodos inusuales, hay otros poemas en los que se atrevió a rimar pobremente, mediante la repetición de una misma palabra sola, como si quisiera despojar a la estrofa de cualquier adorno. Así, por ejemplo, en Ángel fieramente humano tropezamos con un soneto titulado “Luego” (que en Ancia se titula “Sumida sed”), cuyos versos 1, 4, 5 y 8 terminan en la palabra “desnudo”. En otro soneto, que cita el verso de Quevedo “Tántalo en fugitiva fuente de oro”, se repite en esos mismos cuatro versos “de oro”, como un eco machacón del endecasílabo quevedesco.
Un soneto de forma heterodoxa en Hojas de Madrid está inspirado por “El Bolero”, el de Ravel, claro es. Quiso, y lo consiguió, imitar la cadencia repetitiva de la música, buscando dos rimas de sonido semejante, en “ena” y “ene”, que además de ser las requeridas en los cuartetos pasan también a los tercetos, de manera que solamente los versos 12 y 14 la evitan. La palabra “suena” le sirvió para utilizarla como rima cinco veces, y la empleó tres veces más en el interior de los versos. La palabra “viene” es rima de cuatro versos. Más paralelismos: “Suena el Bolero, de Ravel”, se repite en los dos primeros versos. “Viene / y va el Bolero, de Ravel”, se repite en tres ocasiones, cambiado otra en “Va y viene”, y “mueve su cadera” en otras dos. Así se simula el “ritmo monótono, lento, terco” de la música en el verso.
De modo que tanto actuaba Otero por exceso como por defecto. Lo único que debemos pensar es que se sujetaba a las reglas métricas y gramaticales cuando le interesaba hacerlo para obtener un fin, y las conculcaba por idéntico motivo. El fin no era otro que concitar en el lector una sorpresa que sirviera para incrementar la difusión del texto y reparar en su comunicado. En aquellos años estuvo muy de moda referirse al mensaje de los poemas, desatendiendo su forma. En los de Otero el contenido resultó siempre incisivo, y así lo entendieron hasta los censores, dentro de una forma notable a tener muy en cuenta. Cosa distinta es que dificultase la tarea de los recitadores, pero eso al poeta le tenía sin cuidado.
Citas y autocitas
Otra característica culta con fines casi de divulgación popular fue la incorporación al texto propio de citas ajenas. Por lo general son muy conocidas por los lectores asimismo cultos acostumbrados a la poesía. Era casi una manía de Otero, por su incidencia muy frecuente en todos sus libros. Deben entenderse como homenajes implícitos a maestros que le precedieron. Calificados como préstamos literarios, no los hizo imprimir entre comillas o en letra cursiva, ni se añadía una nota para declarar la autoría, lo que ha facilitado que algunas personas, que no escritores, hayan plagiado con absoluto descaro obras ajenas, siguiendo ese ejemplo como disculpa.
Ya en el poema que lleva el primer número del Cántico espiritual se descubre una cita implícita: “¡Tuércele el cuello al signo que interroga…”, alusión al poema de Enrique González Martínez “Tuércele el cuello al cisne” en relación con un verso del poema “Los cisnes” firmado por Rubén Darío: “¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello…”. La cita no citada puede ser un título, como “Habrá poesía”, en Hojas de Madrid, recuerdo del estribillo becqueriano. En el mismo libro el soneto “Égloga” termina con un verso de Garcilaso, de acuerdo con el título, “Salicio juntamente y Nemoroso”, no señalado como ajeno, seguramente por ser muy conocido de los lectores; de los cultos por supuesto, porque los restantes se quedarán desasosegados haciendo cábalas sobre lo que significan esos nombres; o tal vez pasen de largo.
En este soneto figura el verso “Jadea un ángel fieramente humano”, recuerdo de Góngora, pero también de su propio libro. En otro soneto del mismo libro, “Todo lo humano”, hay un autorretrato con una declaración de principios muy ambiciosa: “Yo soy un ángel fieramente humano, / todo lo humano es asunto mío.” La autocita es otra singularidad recurrente en sus libros. El poema “Impreso prisionero” incluido en Que trata de España, cita el título de un libro anterior:
…Pido
la paz y la palabra, cerceno
imágenes, retórica,
de árbol frondoso o seco,
hablo
para la inmensa mayoría, pueblo
roto y quemado bajo el sol.
No sólo recuerda su libro Pido la paz y la palabra en ese fragmento, sino que también insiste en su dedicatoria a la inmensa mayoría de sus versos, frase utilizada en los títulos Con la inmensa mayoría y Hacia la inmensa mayoría, para no mencionar sus apariciones en poemas.
Sería interminable recopilar esos préstamos ajenos, que en ocasiones provienen del romancero o de cantares anónimos, hasta del tango “La cumparsita”, estrenado precisamente cuando nació Otero, en “Obras completas”, de Hojas de Madrid, o del cuplé “Fumando espero”, inicio del falso soneto “Porque estoy un poco triste”, en el mismo libro, en donde también se encuentra un eco bíblico en el verso “cantad, bailad, oh hijas de Sión”. En La galerna se distorsiona un famosísimo verso de Pablo Neruda, en el poema “Más allá del mar”, que comienza diciendo: “Puedo escribir los tristes más versos esta noche”, y que termina recordando a Bécquer y a Cernuda emparejados con el recuerdo de “donde habita el olvido”.
La sinceridad creadora
Al mencionar el tema de la mayoría como destinataria de sus versos, debe advertirse que Otero se colocó intencionadamente contra el lema adoptado por Juan Ramón Jiménez, el poeta que dedicó sus versos “A la inmensa minoría”, posturas complementarias que conviene aclarar. Como fiel discípulo de don Francisco Giner de los Ríos, el deseo de Juan Ramón consistía en formar unas minorías cultas que después a su vez formasen a la mayoría. Jamás se le ocurrió a Juan Ramón escribir como Horacio: Odi profanum vulgus, et arceo, porque estuvo junto al pueblo español en los momentos más tristes de su historia, durante la guerra y la dictadura, hasta su muerte en el exilio puertorriqueño para evitar el sometimiento a la tiranía en su patria. Acerca de sus ideas políticas y sociales escribí el ensayo Juan Ramón Jiménez, poeta republicano (2006), en el que recojo sus declaraciones y escritos, confesando ser republicano y comunista ideológico, aunque nunca se afiliase a ningún partido. Se dirigía a la inmensa minoría, lo que resulta contradictorio en principio, ya que lo inmenso no puede ser mínimo, con un propósito “deseado y deseante” de hacerla aumentar hasta alcanzar una mayoría. De una minoría cultivada, lectora de poesía, derivaría después una mayoría culta.
Otero quiso prescindir de la minoría como intermediaria, y se dirigió directamente a una inmensa mayoría indeterminada como destinataria de su escritura. En el primero de los aforismos que preceden a la selección de sus poemas en la ya citada Antología consultada de la joven poesía española reclamaba:“…Bien sabemos lo difícil que es hacerse oír de la mayoría. También aquí son muchos los llamados y pocos los escogidos. Pero comenzad por llamarlos, que seguramente la causa de tal desatención está más en la voz que en el oído.” Una consigna dirigida a sus compañeros de tarea, incitándoles a cambiar sus planes líricos por unos épicos.
En otro aforismo añadió una advertencia clara, ante las discusiones a las que estaba empezado a dar lugar el concepto de poesía social, por entonces muy de actualidad y de polémica: “Creo en la poesía social, a condición de que el poeta (el hombre) sienta estos temas con la misma sinceridad y la misma fuerza que los tradicionales.” De modo que lo imprescindible en la poesía, a su modo de entenderla, era la sinceridad del escritor consigo mismo, como si hubiera previsto las muchas incapacidades originadas por la moda social, causantes de su descrédito.
Una oración comunitaria
Su propósito inicial consistió en lanzar al mundo su voz para anunciar la urgencia de una reforma en las costumbres sociales. Sus inquietudes eran entonces fundamentalmente religiosas, y postulaba algo parecido a una poesía de tono evangélico, según se lee, por ejemplo, en la “Íntima lira” del primerizo Cántico espiritual:
He de decir al mundo
que sólo suspirando Tu llegada,
se me hace más profundo
el cauce de alborada
que late en mi pupila amedrentada.
La intención era mejor que los versos de congregante mariano. A lo largo de su obra se observa con facilidad la evolución ideológica experimentada por Otero, desde su aceptación de los dogmas catolicorromanos hasta su adscripción al comunismo. Fue el caso de muchas otras personas, incluso sacerdotes, que pretendieron recuperar la esencia del mensaje evangélico, según lo aplicaron las primeras comunidades cristianas dirigidas por los apóstoles, que ya hemos recordado antes.
Volvamos a las liras del Cántico espiritual para comprobar cómo reclamó la eternidad de la poesía, “Eterna como el hombre que la ha hecho”, y la identificación del autor y el lector por medio de la posesión de la lírica tomada como una ascesis dirigida a poner al alma en contacto con los misterios espirituales:
El hombre que la canta
y el hombre, respondiendo, que la siente,
goza su paz, levanta
hacia su luz la frente
y está lejano, poseído, ausente.
En aquellos momentos la poesía fue para Blas de Otero una especie de oración comunitaria, un vehículo para relacionar a los seres humanos con Dios, que es precisamente la misión de la religión, y así lo demuestra su etimología. Tal supuesto se mantuvo en los dos libros que conforman Ancia, a la vez que empezó a tomar unas proporciones superiores la relación social entre los seres humanos, desplazando a la inquietud religiosa. Una creencia en la divinidad sin explicaciones racionales fue superada por una declaración de principios tan racionales como humanistas.
En Cántico espiritual quedaba el amor humano supeditado al divino, reconocido como una derivación del amor a Dios, cuyo reflejo son las escrituras llamadas sagradas. Los primeros versos del cuaderno lo indican así: “Todo el amor divino, con el amor humano, / me tiembla en el costado, seguro como flecha.” Debe entenderse que el amor humano era el del prójimo, es decir, la fraternidad entre todos los seres. En el segundo poema se aclara mejor todavía este asunto:
A la derecha pongo el alma; en medio
Dios, y a la izquierda, el cuerpo en libertades:
¡qué purísimo peso nivelado,
qué balanza en su fiel, ni más ni menos!
Dios es el fiel, palabra que permite una doble lectura: por un lado, hace referencia a la balanza, pero también alude a la fidelidad divina garantizada a los creyentes en la Biblia.Por lo tanto, la divinidad equilibra el amor humano con el divino, el cuerpo y el alma, según la creencia aceptada entonces por el poeta, y desarrollada en el cuaderno. La derecha y la izquierda mencionadas no se relacionan con ninguna ideología política, sino que aluden a los dos platillos de la balanza, tan exacta que no pesa “ni más ni menos” en cada lado.
Itinerario espiritual
Es lógico suponer que entre los años 1942, fecha del recital en el Grupo Alea que sirvió de exhibición pública del Cántico espiritual, y 1949, fecha de presentación de Ángel fieramente humano al premio Adonais, Otero experimentó una crisis ideológica que le hizo sentir la presencia divina como contraria a los seres humanos, y fue perdiendo esa placidez gozada hasta el momento. En ese tiempo no se modificaron en España las circunstancias sociopolíticas, permanentes desde 1939, derivadas de la tragedia causada por la sublevación de los militares monárquicos contra la República, pero el poeta pudo tomar conciencia de ellas de una manera diferente a como se las explicaban los jesuitas a los congregantes, los luises y los kostkas, según su ridícula nomenclatura.
Hallamos una pista en la cita de Juan de la Cruz que llevaba un poema de Redoble de conciencia, titulado “Lástima” en Ancia, pero que en Expresión y reunión se titula “Déjame”, y pierde la cita. Las palabras del siempre inspirado poeta carmelita dicen:
Cosa de grande maravilla y lástima que sea aquí tanta la flaqueza e impureza del ánima que siendo la mano de Dios de suyo tan blanda y suave, la sienta el alma aquí tan grave y contraria.
Y Otero clamó: “Me haces daño, Señor. Quita tu mano / de encima.” Y en el primer terceto se propuso luchar con Dios, a la manera como explica el libro bíblico del Génesis que hizo Jacob durante toda una noche: “Déjame.¡Si pudiese yo matarte, / como haces tú, como haces tú!” Estos versos fueron (y es probable que sigan siendo) motivo de escándalo para ciertos lectores crédulos, ignorantes de la reflexión meditada por el fraile carmelita convertido en santo por la Iglesia catolicorromana. Los fanáticos no leen ni a los santos. Por eso son fanáticos, naturalmente.
Lo que nos importa concretar es que resulta muy significativo encontrar el nombre del poeta místico más notable de nuestra historia lírica, Juan de la Cruz, en ambos extremos del itinerario espiritual de Otero. Cuando sintió que la mano de Dios le oprimía demasiado para soportarla, debió de pensar Otero en los demás seres humanos, a quienes tal vez la prueba les destrozase la esperanza. El “Canto primero” de Ángel fieramente humano declara en su verso inicial: “Definitivamente, cantaré para el hombre”, considerando al hombre como representación de la humanidad entera, antes de que las protestas feministas motivasen el cambio de significado de ese término en los diccionarios, que antes, cuando escribía Otero, comprendía a todo el género humano. Colocados en su tiempo estos versos, debe entenderse que hablan a todos los seres. Los versos finales muestran ya el cumplimiento de ese propósito, al decir a todos sus lectores: “No sigáis siendo bestias disfrazadas / de ansia de Dios. Con ser hombres os basta.”
De esta manera la poesía de temática religiosa pasó a ser política, transformando una mística en otra, o tal vez encajándolas mutuamente. En lugar de presentar el verso como una oración pretendía que sirviese para llevar la verdad a los seres humanos, que fuera una denuncia de las injusticias y se atreviera a pedir la paz y a reclamar la libertad. En pido la paz y la palabra expuso su declaración de principios ante los lectores:
Ni una palabra
brotará de mis labios
que no sea
verdad.
Ni una sílaba
que no sea
necesaria.
Este compromiso a modo de poética fue el causante de sus desavenencias con la dictadura militar fascista, porque decir la verdad en aquellos años del terror era un delito de orden público penado con cárcel y tortura. Por eso tuvo que marchar al exilio para poder cumplirlo y publicar su resultado.
La cuestión social
Las palabras de los poetas se manifiestan en versos. Aquellos sonetos, liras y poemas en estrofas variadas o verso libre tenían por tema al ser humano en su trascendencia espiritual. La muerte, la eternidad y Dios eran sus palabras claves, la trinidad resumidora de su preocupación fundamental. En los años 50 se desplazó hacia la consistencia social, descendió de los cielos a la tierra para ver y contar la realidad de la vida humana sobre el planeta. Y la expresó con una reducción de los metros clásicos, en versos a menudo breves, aunque la unión de varios de ellos suele contener una medida referencial.
No cabe establecer una separación estilística entre ambos modelos de escritura, como ya se indicó antes; pero es verdad que la predilección por el soneto decayó en esta nueva fase de inquietud social, sustituida por el uso más continuo de la canción o el antiguo dezir. En cualquier caso, el dominio formal demostrado por el poeta es asombroso; sus sonetos poseen una técnica peculiar, que aun siendo la clásica les hace ser reconocibles inmediatamente como suyos y distinguibles entre otros. Cuando se expresó en unas métricas más simples consiguió complicarlas, sin perder por eso la sencillez, mediante el juego de las rimas y de las medidas casi inapreciables.
La cuestión planteada entra de lleno en dominios de la estética, por los que Otero andaba con mucha seguridad. Durante los años cincuenta, cuando se produjo la explosión antiesteticista de la poesía calificada de social, continuada enseguida por la novela y el teatro, se recomendó escribir como se habla, para que la obra literaria fuese comprendida por cualquier lector u oyente sin cultura. El esteticismo fue sinónimo de delito literario en aquella década y parte de la siguiente.
Blas de Otero escribía para la inmensa mayoría, pero conforme a las reglas del arte y sin despreciar la retórica. El problema radica en cómo se equilibran las tentaciones esteticistas y las populares, en busca del exacto término medio. Es tarea para un gran poeta, y él la resolvió perfectamente. Aquí importa meditar sobre unos versos, o más bien versículos de “Ergo sum”, tomados de las Hojas de Madrid, declaración de principios líricos que, como es frecuente en este escritor, contiene una poética implícita, de la que el crítico deduce consecuencias curiosas:
A los cincuenta y dos años sigo pensando lo mismo que Carlos Marx,
con la única diferencia de que le copio un poco pero lo digo más bonito.
Es que Marx no era poeta, sino sociólogo, mientras que Otero fue un poeta interesado por la sociología, y necesariamente preocupado por la política, ante la degeneración de su patria tiranizada por el dictadorísimo y los esbirros que le juraron lealtad a su minúscula persona y fidelidad a las leyes ilegales de su régimen genocida. Podría cuestionarse la afirmación de que decía “más bonito” el pensamiento marxista. Nadie pondrá en duda que El capital es una obra complicada de leer, que está escrita desde la interpretación histórica de los acontecimientos económicos y su incidencia sobre las sociedades en su momento. Es un tratado que aúna diversas investigaciones derivadas de la filosofía, la historia, la sociología, la economía y la política. Por lo tanto, requiere concisión y precisión, sin adornos florales. Cualquier desocupado podría ponerlo en verso medido y rimado, pero no por ello lo convertiría en un libro de poesía, ni su lenguaje resultaría “más bonito” que el original. Cada materia requiere una vehiculación comunicativa peculiar. Marx tenía que expresarse con exactitud rigurosa, mientras que Otero debía hacerlo con precisión lírica.
Maneras de escribir
Es, pues, una cuestión de lenguaje. En su libro de prosa Historias fingidas y verdaderas se planteó Otero algunos problemas relacionados con el lenguaje, en varios capítulos de la primera parte. Resulta especialmente oportuno el titulado “Poesía y palabra”, en donde leemos:
Sabido es que hay dos tipos de escritura, la hablada y la libresca. Si no se debe escribir como se habla, tampoco resulta conveniente escribir como no se habla. […] Mientras haya en el mundo una palabra cualquiera, habrá poesía. Que los temas son cada día más ricos y acuciantes.
Es la aseveración de su trabajo durante tantos años, expuesta mediante el desarrollo ordenado de la expresión teórica, dominada por un homenaje a Bécquer, el poeta que confundió la poesía con las cosas, y en consecuencia le quitó su cariz literario. Para el poeta sevillano, “mientras haya en el mundo primavera / ¡habrá poesía!”, una falsedad total: habrá belleza, pero la poesía precisa de un poeta que la recoja para existir. Es más exacto Otero, para quien una palabra cualquiera puede ser manifestación de poesía. Efectivamente, la belleza que incita a la poesía precisa de una palabra que la comunique a los demás que tal vez no han reparado en ella.
Su intención consistía en aliar las dos fórmulas comunicadoras, para reforzar la eficacia de la intencionalidad cargada sobre la escritura. Todo hace suponer que obtuvo el éxito en el trabajo. Esto es así incluso en las traducciones a otros idiomas, en los que se salvan gracias a la fuerza del lenguaje todas las dificultades inherentes a la versión poética a una lengua distinta de la original creadora. No importa que se pierdan los dobles sentidos que poseen determinadas frases en castellano, o que la intencionalidad oculta de sus rimas preconcebidas o de las citas sea imposible de mantener en un idioma diferente del original. El contenido es más poderoso que el continente, gracias a la carga de materia comunicativa acumulada por Otero en sus versos.
Normas de poética
Un poema carente de signos de puntuación de La galerna, titulado “Normas de poética”, amplía y desarrolla las posibilidades comunicativas de la poesía en relación con el lenguaje cotidiano, el “román paladino” en el que deseaba expresarse Gonzalo de Berceo en los albores de la poesía castellana, para ser comprendido por sus vecinos sin necesidad de glosas:
Escribo como hablo pero no hablo como escribo
escribo (algunas veces) como hablo
la lengua hablada se extiende a través de la línea
mi nuevo verso mi hombre nuevo tu nuevo vestido
ésta es la carretera transitada por todos
pero yo sólo he asfaltado
he adornado con árboles extraños
y ha terminado ante una ciudad o fachada última o frase concluida
Según esta confidencia fechada en 1974, reconocía escribir como hablaban todos sus vecinos, a los que metaforizó a la manera de viandantes por una carretera. Al actualizar el afán medieval en nuestro tiempo con prisa, lo presentó mediante la imagen de una carretera general transitada por todos los castellanoparlantes, en la que él había colocado unos recuerdos de su tránsito, a la manera de árboles que adornan el camino, sus nuevos versos. El término de la carretera, es decir, del poema es la frase concluida, que bien puede valer “un vaso de bon vino” para Berceo, o una condena de cárcel para Otero, cada cosa en su época.
Lo explicó muy acertadamente Claude Couffon, tan buen conocedor del castellano como del francés, al prologar la versión hecha por él mismo de En castellano, un poemario prohibido por la dictadura fascista en su patria, y por ello impreso en el exilio en versión bilingüe. Comentó allí el gran hispanista:
D’abord, de tous les poétes de sa géneration, Otero est sans doute celui qui a été le plus loin dans le chemin de la précision, de la rigueur de l’expression poétique. Chez lui, aucune floriture. Chaque mot a sa valeur propre, sa nécessité, son sens, souvent même son double-sens; chaque vers est un élément efficace, net et tranchant comme la voix exigeante qui le dicte.
Así es: en los versos de Otero coexisten la precisión y el rigor junto a los dobles sentidos y los juegos de palabras y de conceptos. Debe tenerse en cuenta que las circunstancias de aquel tiempo de oprobio le incitaban a escribir entre líneas lo que le prohibía la censura contar con claridad, y eso le obligó a servirse de toda clase de disfraces semánticos para manifestar su pensamiento de una manera disimulada con veladuras retóricas, sin perder por ello su precisión. Resultaba “más bonito” sin duda, y a la vez más incisivo, por cuanto el poeta se veía forzado a declarar discretamente en sus versos lo que no quería declarar en una comisaría ante los criminales sicarios de la policía secreta al servicio de la dictadura.
Sabido es, sí, que hay dos tipos de escritura, aunque durante la dictadura no era factible utilizar más que una: la que no irritase al censor de guardia. Lo contrario constituía un peligro conocido, con riesgo de cárcel, tortura y multa. Estaba permitido escribir como se habla, pero no de lo que hablaba la gente en voz baja, porque eso era un delito. Los censores velaban por la integridad del régimen, y no cabía recurrir sus decisiones.
La realidad española
La literatura se utilizó en los años cincuenta como un arma para denunciar ante el mundo la trágica situación de España. Cuando los países pretendidamente democráticos admitieron a la dictadura en los organismos internacionales como representante de España, y mientras todos los medios de comunicación nazionales debían atenerse a las normas de la censura oficial, un método para declarar ante la opinión pública internacional la verdadera realidad española consistía en reproducirla en la escritura, lograr su difusión con ayuda de las traducciones, y esperar que influyera sobre los pueblos, ya que no era posible esperar nada de sus gobernantes.
Una comprensible falta de sensibilidad en los censores para entender la escritura poética, que por algo eran censores, permitió la llegada al papel impreso de los gritos de rebeldía prohibidos en las calles y torturados en las comisarías policiales. Es verdad, y ha quedado comentado, que muchas veces el lápiz rojo del censor tachó poemas de Otero, obligándole a editarlos en otros países, pero de ese modo se garantizaba su difusión internacional. Además, a medida que el nombre del poeta conseguía mayor audiencia y aumentaba su reconocimiento, más difícil les resultaba a los sicarios del dictadorísimo adoptar medidas represivas contra él, por la repercusión que alcanzaba toda actuación policial en los medios de comunicación libres y democráticos.
La amenaza constante de la censura influyó sobre la escritura de quienes deseaban comentar la triste situación de la patria encarcelada. Ya que se hallaba bloqueada la comunicación directa, se hacía preciso configurarla de manera velada, con el fin de engañar a los censores, fanáticos fascistas de escasa inteligencia (si la hubieran tenido no serían fascistas, naturalmente). Así que Otero se vio obligado a reconsiderar su escritura desde el mismo núcleo.
Por nacer en España
Un soneto de Hojas de Madrid, titulado “Historias fingidas y verdaderas” como uno de sus libros, reconoce los problemas inherentes al hecho de vivir y escribir en aquella España tristemente encarcelada bajo el poder de la dictadura. En la forma resulta heterodoxo, porque no tuvo inconveniente en repetir rimas, contra las recomendaciones de la preceptiva, pero sus especificaciones estilísticas no nos interesan ahora. Sí importa revisar con atención este terceto:
Nací en España, y en España apenas
engendra la razón sino hórreos sueños
y lo que existe, existe a duras penas.
La sombra de Goya está muy presente, porque dijo y pintó a comienzos del siglo XIX que el sueño de la razón engendra monstruos. Fue ese convencimiento el que le animó a exiliarse, para vivir sin pesadillas y alucinaciones horrendas. En 1968 tuvo motivos Otero para repetir sus palabras, en el momento de regresar de su exilio para participar desde dentro en los acontecimientos españoles.
Nada cambia en la triste historia de España, un siglo sucede a otro con los mismos terrores, porque la Inquisición se perpetúa con diferentes nombres, pero con los mismos fines e idénticos resultados: hacer callar al que pretende oponerse a la injusticia dictada por la justicia corrupta oficial. Las penas recaen siempre sobre el pueblo, de modo que bien escribió Otero que aquí todo “existe a duras penas”, una frase hecha del castellano para reproducir la apenada realidad española.
La poesía en la calle
Nada había cambiado en la sociedad española, pero aquel poeta que en 1942 escribía sobre la eternidad de la poesía destinada a llevar a los seres humanos al cielo, sintió diez años después la necesidad de tocar la tierra con los pies y las manos. Se vio obligado a olvidar el cielo, porque resultaba urgente mejorar la tierra. Lo explicó al frente de Pido la paz y la palabra, en términos que no dejan lugar a dudas:
Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió; y rompió todos sus versos.
Los versos que rompió, claro está, fueron los enraizados en la metafísica humana, para dedicarse desde entonces a escribir en exclusiva sobre la realidad circundante. En aquel tiempo era obligado pensar primero en cómo superar la angustiosa situación social bajo la dictadura; después se tendrían en cuenta las cuestiones de ultratumba. He aquí expuesto el ejemplo más palpable de cómo las circunstancias externas influyen sobre el poeta y modifican su lenguaje, adaptándolo a las necesidades de cada momento. En otro lugar y en otro tiempo sin duda Otero hubiese continuado la línea de meditación religiosa explicitada en sus primeros poemas.
La confesión relativa a que comprendió al bajar a la calle evoca inevitablemente el título que un gran poeta revolucionario, Rafael Alberti, dio a una colección de sus versos, El poeta en la calle.Los dos están de acuerdo en considerar que es precisamente en la calle donde se debe encontrar el tema útil para escribir poesía, porque ahí se halla la realidad, con sus alegrías y sus penas, ahí se habla el idioma real, sin contaminaciones librescas, que debe imitar el poeta.
Fue la manera de vivir en aquel tiempo sombrío. No había elección posible. Se impuso la praxis poética. Evadirse de la realidad constituía un delito contra el pueblo, en opinión de Blas de Otero, y no podía cometerlo. A su modo de ver, la poesía despreocupada de la situación social representaba entonces un lujo arbitrario, que convenía cortar en lo posible, o al menos denunciar. El componer poesía llegó a significar una declaración de rebeldía para algunos, o un refugio blando para otros.
Con la revolución
En “Voz del mar, voz del libro”, poema de Que trata de España, cuestionó Otero las funciones del poeta, y lo hizo tanto más significativamente cuanto que él mismo había asegurado antes que la poesía era divina:
Le llamaremos pluma a la deriva,
mar que bastante tiene con su ritmo
de trabajo manual: la poesía
(es divina, repican las campanas)
es un lujo, repican los martillos.
El único medio de impedir la gratuidad de la poesía en tales circunstancias requería convertirla en un martillo dialéctico, en una hoz que segara el torpe esteticismo. La escritura poética era una acción contundente que sustituía a la contemplación pasiva. En la calle era imposible hablar, porque la policía de la dictadura lo prohibía. Los medios de comunicación repetían sin cansancio las consignas oficiales. El sistema se apresuró a multiplicar los juegos florales para pagar a los conformistas con sus flores naturales envueltas en billetes de curso legal, no fueran a contagiarse de las propuestas rebeldes. Se trazó así una diferencia entre la falsa lírica acomodaticia a las circunstancias políticas y una poesía cercana a la épica.
Con hoces y martillos se escribió la poesía que pedía la paz después de tanta posguerra en guerra, y la palabra en libertad después de tanta censura. Una poesía realista, de las cosas habituales, compuesta en castellano simple, para que todo el mundo que la oyera pudiese comprenderla. Al principio de Hojas de Madrid se encuentra un poema fechado el 17 de junio de 1968, esto es, en los estertores del histórico mayo francés y en plena guerra agresiva de los Estados Bandidos de Norteamérica contra el pueblo pacífico de Vietnam, que se titula “Twist twist twist hasta partiros el corazón”, y merece un largo comentario, aunque no cabe hacerlo aquí y ahora.
Lo único que conviene recordar es una declaración constitutiva de la poética oteriana, confesada entre sonidos de la música gringa de moda entonces: “yo soy en realidad un Gabriel y Galán ganado por la revolución”, con lo que el principal exponente del realismo y del regionalismo sumisamente obediente al catolicismo romanista es presentado como un modelo lírico. A Gabriel y Galán y a su protector el obispo de Salamanca les horrorizaría el sonido de la revolución, por lo que sorprende que Otero se identificase con él. Los campesinos de Gabriel y Galán, castellanos o extremeños, carecían de inquietudes revolucionarias.
Otro poema de estas Hojas, “Último después”, fechado el 19 de enero de 1971, plantea la motivación de la escritura lírica. Empezó por anunciar Otero que iba a escribir ese día el último poema de su vida, y enumeró los ruidos que llegaban del exterior y los objetos próximos, como si deseara considerarlos el tema de la composición, pero después dudó sobre si efectivamente debía escribirlo o no: esto es un claro ejemplo de metapoesía, en cuanto desarrolla el tema del posible poema en el poema efectivo que va componiendo. En un momento se recuerda la tarea de otros poetas predecesores: “es extraño que algunos hombres, Virgilio, Dylan Thomas, Gabriel y Galán y compañía / compongan poemas como quien va a editar un periódico terriblemente serio,” y decidió aplazar la escritura de su imaginado poema para después de su muerte, lo que no parecía misión sencilla de cumplir. Pero el poema verdadero quedó terminado. De nuevo recordó a Gabriel y Galán, en compañía de dos poetas muy alejados de su estética, unidos los tres por lo que parece un reproche de haber compuesto una poesía muy aburrida. Eso es verdad, pero tuvieron sus admiradores, y tal vez los tengan todavía, de modo que escribieron para su gente.
Poesía épica
Aunque el discurso poético se hallara inmerso en los caracteres tópicos del lirismo tradicional, los tres grandes libros que editó con muchas dificultades en la década entre 1955 y 1964, se hallan más cerca de la épica que de la lírica: Pido la paz y la palabra, En castellano y Que trata de España. Verdaderamente fueron sus últimas actuaciones públicas en contra de la dictadura, si no se tienen en cuanta las Historias fingidas y verdaderas por estar en prosa, ya que prefirió dejar inéditas las Hojas de Madrid con La galerna.
El momento de la escritura exigía mostrar un compromiso con la realidad impuesta, y por ello la poesía se internó en los rasgos de la épica, para transcribir exactamente los sucesos de cada día. El testimonio historicosocial define esa etapa en la obra de Otero, y en la de otros compañeros de lucha. Pedía utilizar la palabra en castellano para tratar de España, algo elemental en un poeta español, pero se le negaba un derecho tan común para los españoles debido a las extrañas circunstancias en las que gemía su patria encarcelada. Volvamos a las Historias fingidas y verdaderas para conocer esta definición de la poesía, muy oportuna en ese tiempo:
Duerme la rosa, el soldado y sus predecesores. La poesía sólo aspira a esto, a ser presente sin fábula, puro verso sostenido con una mano en el día siguiente. La rosa puede seguir aquí, dejadla hasta que termine de moverse, es una realidad, al fin y al cabo, contradictoria: una traición al tiempo, un poco de polvo iluminado.
Presente sin fábula es la poesía, radical realidad inmersa en los problemas cotidianos de ese ser amorfo conocido como gente, en el que entramos todos. En consecuencia, una poesía que habla de los seres humanos como colectividad social tiene que ir dirigida a todos los seres, a la totalidad de los vivientes, ni siquiera a la inmensa mayoría, sino a todos los que somos y estamos aquí, y ha de sentirse obligada a abordar los problemas comunes a todos. Así, el ambiente espiritual debe supeditarse al material, ya que carece de sentido procurar aliviar las dudas metafísicas de los seres humanos cuando no se han resuelto antes sus problemas de subsistencia.
Siempre el humanismo como preocupación, lo que le convirtió en portavoz del pueblo amordazado. Como un juglar errante, llevó por el mundo la demostración de lo que era la realidad española, señalando con el verso sus padecimientos. El empeño por denunciar al mundo la situación española, se tradujo en un esfuerzo épico de la mejor poesía. Su palabra fue escuchada, aunque fracasó en el intento dominante de participar activamente en el cambio social de su patria, porque así les convenía a los poderes supremos de la política internacional.
Escupitajos en verso
La tarea que se impuso Blas de Otero consistió en situar a la poesía en su tiempo, y escribir la requerida por la época. El pasado es una materialidad inamovible, sobre la que es inútil pretender influir; en cambio, el futuro pertenece a los más avisados, y es factible modelarlo a conveniencia. Su poesía nacía en el presente desolador, aceptaba el pasado como insuperable, y trabajaba para alcanzar un futuro mejor en el que poder hablar en libertad. Por eso desechó las fábulas o las promesas, y se enraizó en su tiempo, que era un mal tiempo, y precisamente por ello se empeñó en contribuir a mejorarlo con la herramienta de que disponía.
Dos sonetos de Ancia especifican la poética de Blas de Otero. Se titulan significativamente “Y el verso se hizo hombre”, como un eco de la aseveración evangélica sobre la encarnación de Jesucristo (Juan, 1:14), según la antigua traducción castellana. En el primer cuarteto quedan expuestas las intenciones que llevaban al autor a escribir de la manera en que lo hacía:
Ando buscando un verso que supiese
parar a un hombre en medio de la calle,
un verso en pie –ahí está el detalle—
que hasta diese la mano y escupiese.
Conseguir que alguien se detenga en mitad de la calle solamente es posible si se le sorprende con algo, y desde luego hacerlo con un verso es tarea complicada, habida cuenta de la escasa atención despertada por la poesía entre la gente en nuestra cultura. Así que ha de ser un verso fuerte, que esté en pie, que salude y hasta escupa. Un verso muy especial sin duda. Será un verso épico, representante de la sociedad amordazada para despertar a la adormecida. En correlación adecuada, el terceto final del segundo soneto relata la ejecución por parte del poeta de lo que deseaba para su verso:
Escribo como escupo. Contra el suelo
(oh esos poetas cursis, con sordina,
hijos de sus papás) y contra el hielo.
Por supuesto, el último lexema sustituye a “cielo”, por razones obvias en aquellos tiempos del nazionalcatolicismo, en los que escupir contra el cielo era considerado una blasfemia penada por la ley. La censura obligaba a tomar precauciones para evitar males mayores. A los poetas cursis, a los cultivadores de flores naturales en los juegos florales auspiciados por la dictadura, semejante declaración les pareció un desacato, y lo era, en efecto. Pero escribir como se escupe significa componer una poesía humana que se preocupa por los seres humanos y sus problemas, una poesía realista y directa.
Para un lector analfabeto
Los poetas somos los escritores con menos lectores entre todos los géneros, de modo que debiéramos contentarnos con los que nos acepten y estarles agradecidos. Pues no es así. A muchos poetas les gusta elegir a los lectores que desean para sus escritos. Es indudable que en la comunicación poética existe necesariamente un receptor anónimo, con el que conversa el escritor de una manera imprecisa. Algunos exageradamente confiados en la potencia de su voz se dirigen a los astros o a las fuerzas de la naturaleza para dictarles órdenes. Otros componen unos versos a sus madres o a sus esposas, y los imprimen para que lean otras personas, quizá con el deseo de presentarse como buenos hijos o buenos maridos para disimular una mala fama. La verdad es que el lector es un ente anónimo, por regla general también poeta.
En el caso de Otero la búsqueda del lector se complicó más, porque deseaba un lector que no supiera leer. Dentro de los esquemas socioculturales vigentes en esa época, el analfabeto pertenecía a las clases sociales más desfavorecidas, lo que le vedaba ir siquiera a la escuela pública a recibir una sumaria instrucción. Es un esquema tópico, desde luego, lo mismo que llamar “hombre de la calle” a una persona vulgar, entendiendo que se trata de un ser anónimo desclasado.
Pues bien, a ese ente desatendido y analfabeto dedicó su poesía Blas de Otero, según se asegura en el poema final de En castellano:
Quiero escribir de día.
De cara al hombre de la calle,
y qué
terrible si no se parase.
Quiero escribir de día.
De cara al hombre que no sabe
leer,
y ver que no escribo en balde…
La cuestión radica en el modo de interesar a ese viandante sin nombre en la escritura poética. Es obligado decirle algo que le interese, con mucha concreción. Y se supone que su interés principal radicará en mejorar su situación, porque antes de enseñarle a leer habrá que buscare un modo digno de vivir. Eso no lo puede alcanzar la poesía, pero sí denunciar ese estado de abandono social.
Aprender a escribir
Ese propósito se continuó en “Noticias de todo el mundo” dentro de Que trata de España, con una ampliación de noticias. El poeta debió reconocer el fracaso de sus intentos por hacerse escuchar de esos parias sociales, puesto que no se enteraron de sus intentos de aproximación a ellos. No obstante, manifestó ahí su afán por continuar la tarea y entablar un diálogo con esos parias sin esperanza:
Da miedo pensarlo, pero apenas me leen
los analfabetos, ni los obreros, ni los
niños.
Pero ya me leerán. Ahora estoy aprendiendo
a escribir, cambié de clase…
El último sintagma presenta un doble sentido, por cuanto es indudable que se refiere a un cambio de clase social, ya que Otero perteneció por tradición familiar y educación a la alta burguesía, aunque había elegido ponerse junto al proletariado. Pero al decir poco antes que estaba aprendiendo a escribir se piensa en la escuela y su clase didáctica, de modo que también se entiende que en la escuela cambió la clase en la que se estudiaba una determinada materia, por ir a otra diferente, en la que enseñaban algo nuevo, dentro de lo posible en el nazionalcatolicismo.
Por si fuera poco, al confesar que estaba aprendiendo a escribir deseaba significar que para lograr establecer la comunicación con los infortunados analfabetos se requiere convivir con ellos, no basta con leer tratados de economía política, sino que es forzoso aprender a hablar como ellos para que entiendan lo que se les dice.
Por lo tanto, el lenguaje poético debía ser directo y claro, despojado de toda retórica. Pero deseaba expresarse en verso, es decir, con arreglo a una técnica impuesta por la métrica, porque si no es así no existe el verso. En consecuencia, no podía desdeñar las posibilidades estéticas suficientes para adornar su expresión, haciendo compatible lo bello con lo práctico. En Hojas de Madrid se encuentra un homenaje a José Martí, que lleva como título un verso del apóstol de la independencia cubana, “Echar mis versos del alma”, en donde se expone una poética que Blas de Otero se recomendó a sí mismo en otro caso de desdoblamiento literario:
Escribe versos sencillos,
como Martí. Sé sincero,
como Martí. Los cuchillos
son alma del cuchillero.
No vamos a ser tan ingenuos como para suponer que los Versos sencillos del apóstol consiguieran la libertad para su patria colonizada, pero es seguro que contribuyeron a consolidar el espíritu independentista de los patriotas contra el colonialismo español. Los lectores sabían que era sincero lo que escribía, y lo apreciaban. En su seguimiento buscó Otero la fórmula para hacerse escuchar por los parias de la Tierra.
La belleza como aspiración
Desprenderse del espíritu burgués heredado le costó años a Blas de Otero, y por fin lo consiguió. Así alcanzó la renovación de su escritura, para hacerla asequible al “hombre de la calle”, entendiendo por tal al que carece de automóvil y tiene que desplazarse andando, incluido el mendigo que pide limosna arrimado a la pared. No obstante, con sus libros se erigió en una de las voces representativas de la poesía española en la segunda mitad del siglo XX, lo que implica la adopción de un estilo literario ejemplar: los diálogos de los paseantes por la calle carecen de valor para ser impresos en libros. Los de Otero son literatura y de la mejor.
Se lee en “Prosa”, un capítulo destacable de las Historias fingidas y verdaderas, cuál fue la aspiración más exigente del autor con respecto a su poesía, en una época en la que algunos exagerados pretendieron desterrar a la belleza de cualquier escritura literaria. Se titula “Prosa”, aunque abarca también al verso, que es lo más sobresaliente en su bibliografía:
Aspiramos a la belleza, siempre que no esté en contraposición a la verdad, es un decir a la justicia. (Pero alguien dijo: rien n’est vrai que le beau.) Aspiramos a eso, mas siempre hay contrapuntos y sobrecomas que nos impiden reconocerlo. […] Porque el verso se hizo hombre no quiere decir que cualquier ciudadano alcance el don –así se llamaba, antes de Baudelaire, a mi mesa de trabajo.
Es sabido que la alianza de lo cotidiano con lo bello produce buenos resultados, puesto que ni deja fuera del ámbito poético ningún asunto ni lo convierte en mostrenco al realizarlo. Presumía Víctor Hugo de saber llamar a las cosas por su nombre en cuanto escribía, y así lo dejó dicho: J’ai nommé le cochon par son nom! Otro tanto podía asegurar Blas de Otero, para quien las palabras no son por sí mismas ni bellas ni feas, sino eficaces o inútiles. Si se utilizan palabras justas, el escrito estará ajustado, y en eso consiste la tarea de escribir. Se aprende en la vida y se aprende del pueblo. El lenguaje es algo vivo, que si se dejara de utilizar se estancaría en los libros como una antigualla sin valor. Todo depende, pues, del uso. La palabra cerdo puede convertirse en un insulto intolerable, o designar a un animal muy apetitoso, sin ningún matiz peyorativo.
El vasco universal
Por lo tanto, aproximarse a ese “hombre de la calle” requiere conocer su expresión peculiar, sin que ello obligue a olvidar los recursos de la retórica, y las reglas de la métrica. Un poema de Que trata de España, “Aquí hay verbena olorosa”, juega con la letra de una canción religiosa popular para recomendar a los lectores que hablen como los campesinos, porque ellos conservan el castellano más puro, el más directo y concreto que es dable escuchar:
Venid, y vamos todos
al pueblo, lo que quiero es que aprendamos
a hablar como las propias rosas: ellos
nombran de varios modos
los pájaros, los árboles. Vámonos
a coger rosas, nombres bellos,
pues que tan claro hablan ellos…
El consejo, o el programa de acción es también una poética elaborada en el poema, ejemplo así de metapoesía. Su contacto con el pueblo le sirvió para entender cómo debe escribirse una poesía para que sea eficaz además de justa, con la añadidura de los requisitos precisos para considerarla un objeto estético. Aprendió a utilizar la lengua castellana con precisión y exactitud, lo que es más meritorio en un vasco. En Hojas de Madrid el poema en versículos “Me complace más que el mar” contiene una declaración presuntuosa, en diálogo consigo mismo, nuevo caso de desdoblamiento de la personalidad: a semejanza de Juan Ramón Jiménez, autoproclamado “El Andaluz Universal”, se hizo a sí mismo esta confirmación: “tú el vasco universal pero sin presumir tanto como el moguereño”, que era una de sus devociones literarias, aunque le parecía vanidosa su exaltación a la universalidad, que era exactamente lo que pretendía hacer él, con diversidad en las ubicaciones geográficas en ambos extremos del mapa.
En el mismo libro hay una queja por no haber podido comunicarse en su lengua natal. “Euskera egin dezagun” es el título del poema en que se lamenta porque “Al nacer, lo primero que hicieron fue cercenarme la lengua”, ante la forzosa obligación de comunicarse en castellano, como lo seguía haciendo, con esta aclaración: “Y sigo traduciendo del euskera / cada vez que hablo, cada vez que escribo.” La verdad es que no podemos compartir su reclamación por tener que hablar y escribir en castellano, puesto que así llevó por el mundo noticias sobre la situación de España bajo la tiranía fascista, al mismo tiempo que enriquecía nuestra literatura.Ésta es una alegación egoísta sin duda, pero ciertamente convincente.
Cuando pedía la paz y la palabra no pensaba en un idioma concreto, daba lo mismo el castellano que el euskera. Reclamaba el derecho a hablar y escribir a su gusto, porque la dictadura lo limitaba con sus censuras atroces. Los sicarios del dictadorísimo se desgañitaban asegurando que nunca había conocido España un período de paz tan largo como el vivido desde 1939, pero no mencionaban a los fusilados, a los presos ni a los exiliados. De nada valía conocer a fondo un idioma si quedaba prohibido utilizarlo para contar lo que se pensaba, y criticar las injusticias. Eso en castellano, porque en euskera estaba prohibido hasta recordar su existencia.
Por la República
Puesto que conocía todos los recursos y trucos del idioma, se sentía obligado a ponerlos en práctica para sacar a la luz las injusticias sociales y gritar contra la tiranía. Un poema de Que trata de España, “La vida”, proclama su propósito estético desde un posicionamiento ético, el que le impulsaba a componer poesía épica:
Si escribo
es por seguir la costumbre
de combatir
la injusticia,
luchar
por la paz,
hacer
España
a imagen y semejanza
de la realidad
más pura.
Una excelente costumbre la de escribir como si combatiera contra los enemigos del pueblo. Es la pluma que vale como una pistola, según pidió Machado, un deseo puesto en práctica por Otero. En momentos de persecución pidió la palabra para tratar en castellano de España, y su clamor fue atendido y entendido más fuera de España que en el interior, pero a pesar de la censura oficial su redoble de conciencia ayudó a remover las consignas nazionalistas y poner las cosas en claro ante las víctimas y quienes consentían el suplicio cotidiano. Y además fue un ejemplo de actuación comprometida con la belleza y el bien decir, que abrió posibilidades comunicadoras a pesar del silencio impuesto a los españoles.
Blas de Otero conservó animado el espíritu de sus veinte años, cuando el pueblo se echó a la calle para combatir a los militares sublevados contra la República. Un romance incluido en Hojas de Madrid sigue la pauta de los numerosos romanceros nacidos durante la guerra, con la lucha del pueblo contra los agresores como tema. “No olvides Madrid el día” se titula, en referencia al día en que comenzó la heroica defensa de la capital, solamente rendida por la traición de otro militar rebelde, nunca por la fuerza:
Bandera roja, te juro
que he de llevarte por siempre
entre estudiantes erguidos
y obreros de brazo ardiente. […]
No olvides, Madrid, el día
en que asaltaste de frente
el cuartel de la Montaña
con un cuchillo en los dientes.
La bandera roja, símbolo de la revolución social, desfilaba unida en su recuerdo junto a la tricolor adoptada como símbolo por la República. A sus 15 años recién cumplidos vivió aquella explosión de alegría incontenible del 14 de abril, título de otro poema en el mismo libro, que une los tres colores bellamente:
Claveles rojos
como un juramento.
Narcisos amarillos,
sonrisa rayo de papel.
Cardo morado.
Cardos narcisos claveles.
Bandera ramo adolescente.
Comenzó la adolescencia de la mejor manera posible, mientras ondeaba la bandera tricolor por las calles y sonaba la música triunfal del Himno de Riego.Fue su primera gran experiencia social, que no acertó a durar ni ocho años. Resultó suficiente para demostrarle el ansia por la libertad del pueblo, dispuesto a dar la vida para defenderla. Esos dos acontecimientos históricos evocados después de tantos años le impulsaron a poner su palabra poética al servicio de los seres humanos, como una forma de engrandecer su capacidad para alcanzar todo lo que nos pertenece en el mundo. Si no participó en el asalto al cuartel de la Montaña para apoderarse de los fusiles allí guardados, combatió después contra los enemigos del pueblo con el arma de su palabra.
Por eso la lectura de su obra constituye una exaltación de la libertad expresiva, que acabó triunfando, superadas todas las dificultades impuestas por la censura dictatorial. Se vio obligado a exiliar primero su escritura, y después a exiliarse él mismo, pero valió la pena. Los versos de “No me arrepiento”, en La galerna, exponen esa convicción, de la manera reflexiva desarrollada mediante el desdoblamiento de la personalidad: “Blas de Otero, cuánto has caminado”, se decía, y citaba algunas ciudades por las que paseó su exilio. El título es una declaración de aceptar el inventario, con algo de cansancio, reconocía aquel 16 de enero de 1971, pero con ganas de continuar hasta la muerte, como lo hizo efectivamente.