La novela que Walsh escribió
Alberto Ramponelli
A comienzos de 2012 me invitaron a dar una charla sobre Rodolfo Walsh en el marco de un encuentro de literatura que se iba a desarrollar en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Para prepararla, me dediqué a releer todo el material que tenía a mi disposición. Ordené este material de acuerdo a las tres vertientes básicas en que se puede dividir la obra de Walsh: relatos policiales, relatos de temática social y política, textos de investigación periodística, también llamada no-ficción. También consulté algunos artículos y notas sobre su obra. La relectura de sus relatos me confirmó algo que ya sabía, que ya sabemos: Walsh es uno de los mejores cuentistas argentinos. La sorpresa para mí vino cuando abordé los textos de no-ficción. Me refiero a la imprevista experiencia de lectura que tuve con Operación Masacre, sin duda el más conocido y comentado de esta serie. Como se sabe, en este texto Walsh investiga los fusilamientos ocurridos en los descampados de José León Suárez. Según relata Felipe Pigna, el proceso que culmina en este libro comenzó de este modo: “Una tarde de 1956, jugando al ajedrez en un bar de la Plata, Rodolfo Walsh escuchó la frase "Hay un fusilado que vive". Nunca se le fue de la mente. A fines de ese año, comenzó a investigar el caso con la ayuda de la periodista Enriqueta Muñiz, y se encontró con un gigantesco crimen organizado y ocultado por el Estado. Walsh decidió recluirse en una alejada isla del Tigre con el seudónimo de Francisco Freyre, y con la única compañía de un revolver. El 23 de diciembre Leonidas Barletta, director de Propósitos, denunció, a pedido de Walsh, la masacre de José León Suárez y la existencia de un sobreviviente, Juan Carlos Livraga. El resto es historia conocida”. Por lo tanto, comencé la lectura teniendo en mente toda esta serie de conocimientos previos sobre el texto: que estaba encuadrado dentro de la parte de la obra de Walsh que se denomina “no ficción”, que se trataba de una investigación periodística sobre un oscuro pasaje de nuestra historia, perfectamente fechado y ubicable, pero de pronto me encontré leyéndolo como si se tratara de un texto de ficción, lisa y llanamente, como si se tratara de una novela, a secas. Considero que esto fue consecuencia de que Walsh no nos trasmite una mera crónica de tremendos sucesos reales, una mera reconstrucción de hechos acontecidos, sino que nos da las emociones, los sentimientos de los involucrados en aquellas trágicas jornadas, sentimos el miedo, el dolor, el padecimiento que acompañó a esos personajes reales, todo eso ahora registrado, revivido por efecto de una poderosa escritura. Esto, a mi juicio, se llama narrativa, y de la mejor. Y cuando terminé la lectura, y lo digo sin ningún remordimiento, mi primera reacción fue decir: qué bien escrito. Tuve una instintiva y por eso genuina reacción de lector de textos de literatura. Recordé, entonces, la entrevista que Ricardo Piglia le había hecho en 1973, donde Walsh le confiesa: “...de ahí que viva ambicionando tener el tiempo para escribir una novela a la que indudablemente parto del presupuesto que hay que dedicarle más tiempo, más atención y más cuidado que a la denuncia periodística que vos escribís al correr de la máquina”. Aunque en la misma entrevista aclaraba que había que escribir un nuevo tipo de novela, que se transformara “en un vehículo subversivo”. Y me pregunté, a partir de mi reciente experiencia de lectura, si no sería justamente Operación Masacre la novela de nuevo cuño que Walsh ambicionaba escribir. Me animo a decir, incluso, que si Operación Masacre se escribiera hoy y se publicara bajo el rótulo de “novela”, nadie se escandalizaría, se lo tomaría, luego de los hibridajes instalados en el terreno de la ficción por la narrativa llamada posmoderna, como algo normal, aceptado. Sucede que en el momento de su aparición, este tipo de cruces entre la ficción y lo periodístico, de investigación, era algo absolutamente nuevo, y quizás por los reparos que Walsh manifiesta hacia las preocupaciones literarias cuando se incorpora a la militancia, se haya preferido el rótulo de “periodismo de investigación”, aceptado por el mismo Walsh. Es indudable que hay un proceso de investigación en la base de Operación Masacre, pero su ejecución, la escritura del texto pasa más por una escritura de ficción, novelesca, que periodística. Hay algo sugestivo que ilumina este asunto, aunque oblicuamente. Se habla de si Walsh se adelantó o no a Truman Capote en la invención de la no ficción. Sin embargo, A sangre fría (el conocido texto de Capote) por lo general aparece publicado bajo el rótulo de “novela”. En todo caso, se aclara que está basada en hechos reales. Pero prevalece la denominación “novela”. No pasa esto con el texto de Walsh que nos ocupa, aunque, como bien señaló el crítico Jorge Lafforgue, Walsh se valió de instrumentos literarios para que sus obras de denuncias no fueran solamente textos periodísticos.¿Y cuáles son esos componentes literarios? Podemos hacer una breve enumeración, para nada exhaustiva: descripción de los personajes; utilización dosificada de rasgos circunstanciales para enriquecer el relato; instalar pensamientos en las cabezas de los personajes (sin duda conjeturales); la reconstrucción de los hechos, incluso los diálogos, es tensa, ágil, emotiva, y vuelve a recurrir a lo conjetural para llenar los inevitables vacíos que los datos disponibles dejan; utilización de indicios y anticipaciones para crear expectativa, todos elementos que demuestran una notable pericia técnica en el uso de los recursos literarios. Y son justamente estos recursos los que permiten, como señalé al principio de esta nota, insuflarle vida, intensidad a la reconstrucción de ese oscuro, siniestro pasaje de nuestra historia y trascender los alcances y los límites de una investigación periodística. Se podrá objetar que destacar estos aspectos puede ir en detrimento de la potencia testimonial que el texto posee. No lo creo, como no la pierde A sangre fría al ser catalogada como novela. Podría decirse que tal vez la amplifica, al ubicar el texto en un género narrativo que suele tener una vigencia temporal más amplia. Insisto, entonces, para terminar. Operación Masacre es para mí esa novela de nuevo cuño que Walsh fantaseaba escribir y que supuestamente no pudo, por falta de tiempo, porque le robaron el tiempo un oscuro día de injusticia de marzo de 1977.