RAZONES Y AMARGURAS: POEMAS DEL QUE LLEGA A LOS 40
Autor: José Corrales.
Género: Poesía. Editorial: Ediciones Contra Viento y Marea. Fecha de publicación: 1978. Número de páginas: 61. País: U. S A.
En “El día de mi cumpleaños”, título que inicia el poemario, el poeta se desdobla, se hace otro para contemplar desde fuera, su cuerpo. Es la manifestación de la idea del suicidio que, paradójicamente, le sorprende acercándosele el día del aniversario de su nacimiento. Todo es paralelismo y relatividad; sucesiones de imágenes y comparaciones que se encadenan, se mezclan y dan lugar a un nuevo resultado que podría prolongarse hasta el infinito. Quizá, en esta hora en que le asalta la idea del suicidio, años atrás se despertaba a la vida José Corrales. Quizá con la misma extrañeza de ahora, se enfrentó entonces a este mundo que le toca habitar. Hay algo definitivo en el movimiento en que contempla la idea del suicidio, una casi decisión que se desvanece cuando el poeta entra, sin proponérselo, en un estado de meditación que lo lleva a evaluar el impulso inicial: ahí está Dios, y la otra vida, y nuestra indefensión al no ser capaces de captar la realidad exacta que nos viene distorsionada por la limitación de nuestros sentidos, esos “espejos que mienten sin remedio”. (17)* Enfoca su atención en puntos e ideas distintas que lo llevan a cámaras laberínticas en una trayectoria que siempre lo toma por sorpresa, porque al abandonar un punto de referencia, le asalta otro nuevo que lo obliga a establecer una distancia con el anterior, un alejamiento que no llega a ser alienación total por esa capa delgada de realidad que sirve de común denominador a todas las cámaras o tramos del laberinto: la idea del suicidio, Dios, la otra vida, la dicotomía de pensamiento y palabra; la extrañeza que nos causa esta materia que llevamos como cuerpo, cuando lo analizamos de cerca y se hace algo casi ajeno a ese otro yo que lo contempla desde un plano distinto, desde un plano astral, si se quiere; desde un espacio donde se ha hecho independiente ese otro yo y donde es obvia la dualidad cartesiana de espíritu (y yo añadiría espíritu-ser pensante) y materia. Sigue progresando la trayectoria de evaluación: qué destino cumple el poeta, el creador: “lo difícil que es olvidar la poesía / cuando no se tiene otra cosa más que versos”; la función que cumplen los demás – aunque no se lo propongan – en relación al interés que necesitamos de seguir viviendo: “los demás son necesarios / para poder uno amarrarse a la existencia”; (18) la deducción de que si estamos hechos a la imagen y semejanza de Dios, Dios tiene que tener nuestras cualidades, pero también, nuestra indefensión. El poeta ha tomado literalmente este concepto bíblico sin tener en cuenta las interpretaciones esotéricas que se le han dado al mismo, y por eso parece lógica su deducción: “si yo soy imagen de Dios y semejanza / Dios debe ser un payaso insatisfecho / culpable e inocente”. (18) El poema no tiene un final delineado. Se ha suspendido la palabra como una invitación al lector para que siga la trayectoria por su cuenta: “contemplando a Dios de frente / me di cuenta”. (18) Si bien el poema titulado “José Corrales José Corrales” podría ser interpretado desde la voz del poeta que se dirige al amante, podríamos también ver en el nombre repetido que le da título, a esa doble persona que vimos en el poema inicial: el observador que se aleja, que se hace casi etéreo para rastrear a ese otro yo acosado por el tedio, por el suicidio, pero también por la necesidad de sobrevivir dentro de esta cotidianidad que se hace abrumadora. Pasamos al hombre y su circunstancia inmediata en el ir y venir laberíntico que conduce a un tedio que resulta doloroso y en el cual el acto de voluntad desaparece. La tensión vertebradora en todo el poemario es un juego en el que participa, por un lado la idea del suicidio en distintas gradaciones, en distintas formas que van desde el símbolo hasta la personificación. Cuando nos dice que “el corazón se queda quieto / y decide no sufrir”, (25) nos da la impresión de que por un acto de voluntad ha decidido dejar de sentir, que equivale a dejar de vivir. Estamos, pues, ante una forma de muerte simbólica. En “Prohibido suicidarse punto”, el suicidio se personifica: ronda la casa, va, viene, se queja. Pero hemos de detenernos a señalar que si bien el suicidio ha invadido las habitaciones del poeta en una presencia sólida, es, a la vez, una presencia con la cual el poeta ha aprendido a convivir y a adivinar su posición exacta: “el suicidio está tras esa puerta”. (23) Hemos dicho anteriormente que uno de los elementos de la tensión vertebradora del poemario es la idea del suicidio. El otro elemento es la supervivencia que puede darse por una cuestión de destino al desaparecer el arma: “busco sin éxito / las hojas de afeitar”; (20) o porque simplemente, aún no ha llegado la hora de su muerte: “y no me he muerto / el corazón parece que no falla”; (57) “porque el tiempo no ha llegado / en que yo diga adiós a los poemas/ ni a tus muslos corriendo entre la yerba”. (61) Y aunque el poeta afirma que “nada va a evitar / que el suicidio llegue” (21) y hasta se imagine los comentarios que harán los demás, de su muerte, hay todo un ambiente de seres inanimados que adquieren una sensibilidad casi humana para velar por el poeta, para vigilarlo, para evitar el suicidio: “el valium / las hojitas de tilo y el libro de Henry James / sobre la mesa / entre el inhalador y las aspirinas / el Locker Room y los espejuelos / todo evitando todo”. (21-22) La supervivencia puede también lograrse –como la muerte – por un acto de voluntad del poeta, cuando, después de pasar un balance de valores decide seguir viviendo por todo aquello que es verdadero y que perdura a pesar de los embates de la vida, Pero primero es necesario enterrar los despojos, que pudieran equivaler a resto de inconformidad, a los desajustes que le traen la idea del suicidio: “es posible que esta tarde / entierre los despojos que me quedan / y me deje arrastrar por lo que es sólido / y perdura a pesar de las abejas”. (61) Esta doble corriente de vida-muerte; derrota-esperanza, se manifiesta claramente cuando dice: “traeremos / la palabra derrota sobre las costillas / y las palabras / esperanza y victoria / grabadas eternas / para que las sepan amantes venideros”; (59) o cuando el poeta, al intuir que el corazón “no falla” hasta que le llegue el momento, se entrega a la esperanza, no sólo a vivir, sino a vivir una vida de plenitud realizándose en el amor: “y me siento a cenar con la esperanza / de que el martes en la noche / me darás un beso largo / en medio del desorden de las sábanas”. (57) Otros subtemas sostienen y acompañan el tema central al que ya nos hemos referido. La soledad causada por la ausencia del amante: “contemplando mi cuarto / el agujero por donde se van diluyendo mis pesares / me di cuenta / que la felicidad puede ser una cama grande y llena”; (18) “en estos primeros días del invierno / sólo puedo declarar este día lunes / y a destiempo / que ya sobre las sábanas / tú eres las palabras que borramos / no me acuerdo”. (25) La distancia que produce ese alejamiento: “cómo el espacio es una brecha / que se extiende y se abre tan inmensa / entre tu voz y mis palabras”. (43) La necesidad de una entrega más total, libre de las culpas que nos crean las religiones ortodoxas: “tú podrás ser la medicina / pero ya estoy cansado de buscar entre tus dedos / las cuerdas que pongan a quemar al sol y al fuego / la ropa interior y el crucifijo”. (31) La falta de propósito que nos conduce al tedio: “me enfrento a los días y a los meses / con esa inquietud exasperante / de quien no sabe si va o si regresa”. (23) La necesidad que tenemos de otros seres humanos para mantener el incentivo de vivir: “me di cuenta / de que los demás son necesarios / para poder uno amarrarse a la existencia”. (18) La necesidad de mantener un equilibrio, una forma de guardar el llanto en el punto exacto donde se encuentran el dolor y una sonrisa que resulta triste: “los poetas que deliran por llegar a conocer / y a distinguir en las sonrisas / la bondad o la estocada necesaria / mientras bailan una danza maromera / que los hace lucir como payasos / bailando ni a Bach ni a Palestrina / sino el ritmo funerario / que les dejan las espaldas cansadas de imposibles / y de falsas ilusiones contrahechas”. (27) Razones y amarguras: poemas del que llega a los 40, nos resulta un libro hondamente humano, en el cual atravesamos juntos al poeta, el desaliento, el tedio, la renuncia, pero también, la sabiduría, la ilusión, la necesidad de rehacernos en la esperanza.
Reseña de Mireya Robles www.mireyarobles.com