POLVO EN EL NEÓN – de CARLOS CASTÁN
No es una reseña, es mi impresión de su lectura. El último libro de Carlos Castán, con fotografías de Dominique Leyva, publicado por Tropo Editores, es una joya de pocas páginas. Si los monjes amanuenses del siglo X hubieran tenido una cámara como la que ha manejado Dominique para las fotografías que acompañan el texto de Castán, además de miniar los códices, hubieran editado Polvo en el neón. Alguna responsabilidad en libro tan adorable tiene Tropo. Los libros que edita pretenden ser más que una obra literaria, tienen magia, y funciona. Para que mis palabras no lleven a engaño, aclaro que las ilustraciones no retratan la historia, ni la sostienen siquiera, sino que funcionan como banda visible, algo así como poner imágenes a una sonata de Dvorak, o a una sinfonía de Brahms —la tercera me imagino en este caso, pues en la travesía de Quinn algo me recuerda a ella—; son el paisaje por el que discurre la historia que se nos cuenta; el escenario que atraviesa a buena velocidad el protagonista en su viaje con dos polizones a bordo: su amante, como una bomba adosada a los bajos de su vida, y a esta lectora que viaja como muda acompañante sin que el protagonista lo sepa por los estados de Missouri, Oklahoma, Nuevo México y Arizona, en el asiento de atrás de un viejo Mustang, o quizás fuera un Austin Victoria. Al escuchar en los altavoces del coche a Bobby Troup supe que nuestro destino estaba al final de la Autopista 66, aunque lo que nos preocupaba, por lo que pensaba Quinn, no era el destino.¿Qué nos importaba, si “las circunstancias son las que se nos apoderan sin que podamos hacer demasiado y no podamos evitar contemplarnos a nosotros mismos como a merced del azar y de los vientos más inhóspitos?” Enseguida imaginé que aquel no era un viaje cualquiera, sino un viaje de vuelta. Que lo que íbamos a hacer era desandar la propia historia. Que en algún momento de nuestras vidas habíamos perdido las riendas y era la vida la que las había tomado sin permiso, apoderándose de nosotros, dejándonos con las manos vacías. Que lo único que había valido la pena se había quedado al principio, y ese principio era nuestro destino en forma de herencia, cuyo caudal lo constituían retazos de memoria, al que volvíamos por si cabía la esperanza de no perder tanto como habíamos pedido. En ese viaje de vuelta constatamos que no hay certezas, sino verdades inconsistentes. Sólo dudas. Eso es lo único cierto. Tanto que hasta la propia esperanza, para que no sea ilusión vana, reside en la duda. Por eso fuimos dejando en el camino: una esposa que nos engaña, pero cuyo engaño instala una duda permanente en la base del amor y entonces es cuando éste funciona; una amante a la que el deseo y la pasión ha decaído en favor de un ramo de flores, un masaje en la espalda o una fotografía que presida el salón de su casa. Ruina en definitiva. Una familia que decepciona. Así vamos llegando al final del camino, a los orígenes, a lo que permanece en la memoria, porque todo lo demás son desengaños en una vida vacía que el protagonista solo podrá llenar con un pincel y un bote pintura. No recuerdo dónde he leído que Carlos Castán es el mejor escritor en castellano del momento. En alguna presentación de su libro pudo decirse. Me parece exagerado el juicio, sostenerlo seria arriesgarme a que el autor de Polvo en el neón no me tome en serio, y muchos de los que me leen tampoco. No diré tanto, pero si, sin ninguna reserva, que Carlos Castán destaca muchísimo en lo que escribe y en como lo escribe. Que lo que cuenta, recurriendo a los grandes temas que nos preocupan, lo hace de manera novedosa y eso es mucho mérito. Además, me encanta su prosa ágil, fluida, sin alambiques, con cadencia perfecta. De lo inestable a lo estable, de la tensión al descanso que da la tónica. Como una excelente melodía. El viaje ha sido corto, pero magnífico. Os invito a que subáis a bordo. Empezad con Bobby Troup. Mucho polvo queda en ese neón. Yo ya me bajo. Buen viaje.
© Bárbara Fernández Esteban 03/2013