Borges ante su último laberinto: El Tiempo en “El jardín de senderos que se bifurcan”
“Hume ha negado la existencia de un espacio absoluto […] yo la de un solo tiempo, en la que se eslabonan todos los hechos ” * * * “El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo” 1. Introducción Imposible es proferir una interpretación absoluta e inequívoca de los grandes cuentos que Jorges Luis Borges urdió. Nos encontramos ante una obra que usufructúa, con una eficacia sin parangón, lo canónico al mismo tiempo que, de un modo no menos contundente, elude una ligera taxonomía. Esto no debe ir en detrimento del original trabajo hermenéutico, ya definitivo, que identificó los grandes temas y arquetipos borgeanos para siempre. Sin embargo, restan intersticios no menos interesantes que aquellos, que nos aventuran hacia una nueva exploración, más de resignificación que de originalidad crítica, para encontrar los tópicos que Borges, acaso, no considero explícitamente como inspiración, pero que con su habitual lucidez prefiguró. En este trabajo nos ocuparemos de brindar una relectura del “Jardín de senderos que se bifurcan” desde dos diferentes perspectivas: una, la de la tradición filosófica y mística vinculada a los debates sobre la esencia del tiempo; otra, desde la vanguardista física contemporánea. En los ensayos de Borges encontraremos todo lo necesario para disponer de un preciso mapa de todas las doctrinas que alguna vez influyeron en el modo en que los hombres entendieron el enigma del tiempo y a eso dedicaremos una parte importante de nuestras consideraciones. No pretenderemos agotar esos arduos sistemas filosóficos sino más bien evaluarlos como elementos de contraste respecto de la ulterior interpretación que hagamos del relato que aquí estamos analizando, la que involucra a la controversial mecánica cuántica. La pregunta que persistirá en esta exposición es la siguiente: ¿Borges extiende la literatura fantástica, y con ella la metafísica en los términos de su conocida sentencia, hasta el campo científico o, más bien, es el campo científico el que se vuelve hacia la literatura fantástica? 2. El jardín de senderos que se bifurcan y sus precursores Quisiera antes de comenzar el análisis de los precursores borgeanos que dispusiésemos desde el principio de la definición que Borges brindo de lo que es un laberinto, para que así podamos ir cotejando a lo largo de nuestro trabajo si la misma es consistente, abolida o superada en El Jardín de senderos que se bifurcan: “el laberinto ideal sería un camino recto y despejado de una longitud de cien pasos donde se produjera el extravío por una razón psicológica [...] un laberinto debe ser un sofisma, no un galimatías” . Como primera elucubración podemos suponer que esta definición no se ajusta cabalmente al tipo de laberinto que vamos a encontrar en el relato. Retomaremos esto a la hora de brindar nuestras conclusiones. Pasemos ahora al análisis argumental del cuento y los antecedentes filosóficos que en él pueden rastrearse. El jardín de senderos que se bifurcan asume la tesis la existencia de un tiempo bifurcado, superador de las formulaciones que en términos de rectas y círculos se dieron a lo largo de la historia de la filosofía, al afirmar que todas las posibilidades de un acontecimiento, incluso las que implican una contradicción, acaecerán en tiempos paralelos y simultáneos al nuestro. Este conjunto que no agota, necesariamente, las permutaciones de todos los sucesos del universo halla su expresión en el libro-laberinto que Ts'ui Pên acometió para perplejidad de sus intérpretes. Es preciso aclarar que la posesión de dicha simultaneidad nos es forzosamente ajena pero, al menos para Borges, podríamos intuirla considerando todas las variaciones de la novela: “Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan. De ahí las contradicciones de la novela. Fang, digamos, tiene un secreto; un desconocido llama a su puerta; Fang resuelve matarlo. Naturalmente, hay varios desenlaces posibles: Fang puede matar al intruso, el intruso puede matar a Fang, ambos pueden salvarse, ambos pueden morir, etc. En la obra de Ts'ui Pên, todos los desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones” No deberíamos caer en la interpretación trivial de considerar al El jardín… como un simple experimento de permutaciones sino como involucrando una reflexión sobre el tiempo en tanto un entramado inextricable. Ts'ui Pên, continuador de las tesis de Dunne sobre la imposibilidad de un tiempo absoluto , pretende urdir en su novela un tiempo multidimensional arrojando un resultado tan caótico como total. El modelo laberíntico que el relato deja vislumbrar es tan singular que cada red se bifurca y cada bifurcación es una red que desata otras posibilidades, permitiendo así dar cuenta de realidades simultáneas en un universo hipotéticamente infinito. El límite de esta ramificación viene dado por el lenguaje que, necesariamente, es sucesivo y del soporte impreso que acaba imponiendo una organización lineal y coherente. Disponer de alguna comprensión de un tiempo bifurcado nos compele a una propuesta reduccionista como la que Borges propone bajo la forma de una extraordinaria teoría de la lectura . Otras teorías que refutan la sucesión temporal, y que Borges examina, son las que asocian la eternidad a la mente divina. Detengámonos en una de esas aproximaciones. Platón escribió en el Timeo que “el tiempo es la imitación móvil de la eternidad”. A partir de ese dictamen, para luego refutarlo, se fundan los itinerarios intelectuales del medievo que tratarán de salvaguardar a la divinidad de la inevitable corrupción que el devenir temporal engendra. No obstante, la tradición cristiana albergará el anhelo de aproximarse a la eternidad a través de una búsqueda dialogal y nostálgica por la unidad pérdida con Dios. Ese es el lema del neoplatonismo. Partiendo de esto, y adscribiendo a las tesis de Hilton Alers Valentin , valoraremos las semejanzas entre el Jardín de senderos que se bifurcan y el Dios de San Ireneo, quien es el que irá delimitando las notas fundacionales de una doctrina cristiana de la eternidad. El énfasis, sin duda, habría que ponerlo en el debate sobre la predestinación. Esta no es más que una consecuencia lógica de la omnipotencia y la eternidad divina, que conoce no sólo todas las cosas reales sino también las posibles. La inteligencia divina sabe en una instantánea captación intelectual, sin detrimento del libre albedrío, lo que el hombre hace en sus circunstancias presentes, así como lo que podría haber hecho si las circunstancias fuesen otras. Borges comenta esto en la siguiente cita de Historia de la eternidad “Con este repetido apoyo, los modos potenciales del verbo pudieron ingresar en la eternidad… nosotros percibimos los hechos reales e imaginamos los posibles (y los futuros); en el Señor no cabe esa distinción, que pertenece al desconocimiento y al tiempo…Su eternidad combinatoria y puntual es mucho más copiosa que el universo” Esa serie infinita de permutaciones que Dios conoce desde el no- tiempo ,que es el lugar creador que siglos después San Agustín le asignaría, se encontraría compilada en un microcosmos como lo es el extraordinario libro de Ts'ui Pên. Su lectura, que en el unidimensional tiempo de nuestra conciencia es absurda, nos revela no sólo un acceso privilegiado al dilema temporal sino, lo que es mucho más relevante, nos permite leer, o al menos entrever, la mente divina. Lo que Borges quiere comunicar con ello es que el enigma del tiempo no guarda una cabal relación, aunque no puede excluirse del todo, con un flujo representacional del mundo que se nos manifiesta, como lo juzgó Berkeley . Es preferible entenderlo como “duración en la conciencia” próxima a la dualidad que Henri Bergson postuló, distinguiendo entre un tiempo puro o interior, que es el yo de la conciencia donde todos los estados mentales son simultáneos, y el exterior que mide el reloj, contaminado por la tradición que lo asoció a la medición del espacio . Borges adhiere a una caracterización sustancial del tiempo pero no univoca; admite la necesidad de múltiples tiempos que no suponen un vínculo causal necesario. No creemos que Borges entendiera a la eternidad más allá de una metáfora, pero ello no debe resultar en una consideración baladí de la misma, puesto que, es lúcida la estrategia que intenta clarificar la temporalidad desde su negación como un continuo o desde la superadora mirada divina. El matiz preciso que Borges describe oscila entre la eternidad platónica que se circunscribe a una selección de arquetipos, que es inferior a la realidad del mundo, y la concepción cristiana de la eternidad, más copiosa e inventiva que la temporalidad humana. 2.1 Borges y los multiversos de Everett Por razones de extensión no podemos ofrecer una reconstrucción racional de la mecánica cuántica para así poder cotejar exhaustivamente la pertinencia del aporte borgeano en esta materia .Brindaremos, en su lugar, una paradoja que usualmente se utiliza para divulgar las controversias cuánticas. Los átomos y otras partículas subatómicas no admiten una interpretación en la que indicar el estado de la partícula se corresponda con indicar su posición y velocidad en un instante determinado porque, sencillamente, no es posible bajo los términos del principio de incertidumbre estar totalmente seguro de dichas magnitudes; cuanto con más exactitud conozco la velocidad de un electrón con menos precisión conoceré su posición y viceversa. Dicha incerteza es estructural y no un conjunto de variables ocultas. Esto termina implicando una rareza aún mayor que se ha explicitado bajo la paradoja del gato de Schrodinger: un gato ha sido colocado en una caja cerrada, de forma tal que no pueda ser observado. Existe un mecanismo que, de activarse, acaba con la vida del gato. Se dispara una partícula de la que no se sabe cuál es el valor de una magnitud llamada espín , que puede ser igualmente positiva o negativa, con igual probabilidad, pero atendiendo que son estados mutuamente excluyentes. Si el valor del espín es positivo, el mecanismo se activa y el gato muere; si el valor del espín es negativo, el mecanismo no se activa y el gato salva su vida. Dado que no se mide el espín antes de que la partícula penetre en el mecanismo, no puede decirse que ella tenga un valor positivo o negativo; la única forma de saberlo es abriendo la caja y observando si el gato ha muerto o no. En consecuencia, antes de observar el gato, y dada la incerteza que portaba el espín, deberíamos afirmar que el gato está vivo y muerto al mismo tiempo. En otras palabras, y esto es lo que conmociona, no tiene sentido hablar de la vida del gato mientras no se abra la caja. No se trata de una verdad en suspenso, sino de una verdad bifurcada entre sus dos contrarios. Podemos así resumir el lema de la mecánica cuántica diciendo que “nada existe hasta que no es observado”.¿Es entonces la medición lo que provoca que el gato esté vivo o muerto?, ¿Es la intervención del observador que hace el experimento la que define la realidad del objeto de estudio?. Esta superposición de estados que la interpretación de Copenhague acepta sin mayor sobresalto, para muchos otros científicos involucraba un problema de medición que desbordaba uno de las teorías con mayor capacidad predictiva en la historia de la ciencia. La única solución que se aceptó a regañadientes es la tesis de Everett- Dewitt . Sucintamente puede ser expuesta de la siguiente manera: en cada medición cuántica el universo se ramifica, con una componente por cada resultado posible del experimento. En uno de los universos nuestro memoria se corresponde con el espín para arriba (o con el gato de Schrodinger muerto); en el otro, con el espín para abajo (o con el gato de Schrodinger vivo). La secuencia de las configuraciones de nuestra memoria es diferente para cada uno de los universos. De ese modo, realidades simultáneas pero en mundos paralelos parecen salvar el colapso de la función onda que implica que el átomo esté en una superposición de estados antes de ser observado y en un estado definido después de la observación. Everett señala que el estado que no verificamos en nuestra realidad (por ejemplo, que el gato de Schrodinger está muerto) se realizará en otro tiempo simultáneo creado a partir del resultado del experimento en nuestro mundo. El jardín de senderos que se bifurcan representa así la imagen del universo tal como la concebía Ts'ui Pên y, si aceptamos la hipótesis de Everett, el mundo subatómico también participa de esa concepción: “creía en una serie de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que recularme se ignoran abarcan todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos […] En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts'ui Pên, opta simultáneamente por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan” Es tal la lucidez de Borges que remarca “Crea”, tal como lo hace Everett al afirmar que un experimento crea en otros tiempos las realizaciones efectivas sobre las que no se colapso en el nuestro . La aproximación de Everett, que luego de todo este arduo itinerario es también la de Borges, no soluciona el enigma temporal sino que lo proyecta a otros mundos paralelos de los que jamás tendríamos noticias por encontrarse, probablemente, en dimensiones de orden superior . El problema de la simultaneidad confrontado con la sucesión del tiempo queda así salvado, al menos, provisoriamente . 3. Conclusión Hemos ofrecido dos interpretaciones, en principio, diferentes del mismo relato. Lo hemos abordado desde las tesis medievales que postulan que en la eterna mente divina, preservada de la corrupción del tiempo por ocupar un lugar de prioridad ontológica respecto de aquel, se encuentran los arquetipos (esencias de todo lo real pasado y venidero que pueda acaecer) guarda semejanza con la idea de Dios representado en la sagrada escritura en tanto un libro infinito. Esto es explicado por Juan Escoto Erígena, cita recurrente en la ensayística borgeana, que entendió que la escritura admitía tantas interpretaciones como lectores del libro sagrado . Retomemos la definición inicial que dimos de Laberinto: “debe ser un sofisma, no un galimatías”. El espacio y sus laberintos asociados: “La esfera de Pascal”, El romboide de “La Muerte y la Brújula”, La Biblioteca de Babel y “El libro de arena” son una forma del terror y la perplejidad ante lo que aparentaba ser un orden secreto, epifánico, que acaba revelándose como anatema. El costo de evitar un laberinto que sea un galimatías es la certeza de que detrás de ese aparente cosmos nos aguarda la fatalidad, el minotauro, que Borges entiende superior a la mera e inescrutable permutación del azar como destino del hombre. Esa definición normativa de un laberinto no se aplica al caótico y más infatigable Jardín de Senderos que se bifurcan, que de algún modo, es la expresión real de la libertad y sus contradicciones, la abolición de los límites físicos que impone ser esto aquí y ahora, para devenir en una existencia múltiple. Cada elección de lectura de la novela de Ts'ui Pên nos revela todas aquellas que omitimos y que abarcan las acciones que no pudimos ejecutar en ese instante. Crear diversos porvenires ante cada elección asegura que nada esencial va a perderse, que todo lo potencial va a ser actualizado, eludiendo así la trampa de un tiempo unidimensional y aproximándonos, en consecuencia, a la perfecta memoria de Dios:” Solo una cosa no hay es el olvido/Dios que salva el metal salva la escoria/ y cifra en su profética memoria/ las lunas que serán y las que han sido” , dice el poeta resumiendo su credo en estas materias. Esta sofisticada fuga del tiempo ordinario es la máxima aventura especulativa que la obra de Borges se haya propuesto. En el caso de la interpretación de Everett, creo que ha corrido menos suerte, ya que acaba siendo demasiado metafísica para los criterios demarcatorios de la ciencia, lo cual no es inconveniente alguno para Borges, que redujo “la filosofía primera” a la literatura fantástica, y ésta a una singular forma de realismo. Excede el propósito de este trabajo extenderse sobre las numerosas implicaciones filosóficas y científicas de un texto como el que con hemos comentado. Sin embargo, queda suficientemente claro que estamos muy lejos de considerarlo como la propuesta de un simple experimento de permutaciones. El Jardín de senderos que se bifurcan, como tantos otros textos de Borges, presenta una trama que involucra tanto implícita como explícitamente una reflexión sobre el tiempo en tanto un laberinto filosófico inextricable. Al observar este laberinto en la generalidad de su obra, veremos que, recurrentemente, la manera de salir de él, si es que alguna vez se sale, es por arriba, mediante la elevación poética, el único recurso que nos queda cuando ya hemos transitado los sentidos y contrasentidos de la especulación filosófica y, todavía sin respuestas para las mejores preguntas, lo único que no podemos negar es que el tiempo es algo que nos involucra y que, de una manera u otra, termina por dar un plazo a nuestra propia vida.
Bibliografía Borges, J.L., - “ El tiempo y J.W. Dunne” en Otras inquisiciones, Emecé, Buenos Aires, 2005. - “El jardín de senderos que se bifurcan”, en Ficciones, Emecé, Buenos Aires, 2000. - “Laberintos” en Textos recobrados 1931-1995, Emecé, Buenos Aires, 2001. - “La poesía” en Siete Noches, Emecé, Buenos Aires, 1980. - “Everness” en “El otro, el mismo”, Emecé, Buenos Aires, 1964. Bergson, Henri, La evolución creadora, Aguilar, Mèxico, 1963 Berkeley, Principios del conocimiento humano, Aguilar, México, 1968. Gribbin, J., En busca del gato de Schrodinger, Salvat, 1986, Barcelona Levinas, M., “La invención borgeana y la verdad científica” en Borges y la ciencia, Eudeba, Buenos Aires, 2004. Mateos, Z., La filosofía en la obra de Jorge Luis Borges, Biblos, Buenos Aires, 1998. (consultado) Martínez, G., Borges y la matemática, Eudeba, Buenos Aires, 2003 (consultado) Platón, Timeo, Gredos, 2002, Madrid.
Autor: Carlos Andrés Russo