El existir en poesía de Miranda D’Amico

El existir en poesía de Miranda D’Amico

    ES parca en publicar sus poemas Miranda D’Amico, ocupada buena parte del tiempo en su trabajo de escultora y en la tarea de comentar en revistas de arte las principales novedades surgidas en Italia y en España, una labor de puente entre los dos países muy importante que le permite su doble residencia y su condición de bilingüe. Casi toda su obra poética fue compuesta en italiano, aunque también ha conseguido algunos premios en España con poemas escritos directamente en castellano.

   Su nuevo poemario tiene un título que de entrada impresiona, L’Esistere.Acaba de publicarlo en Roma Gangemi Editore, en una artística edición de 97 páginas, ilustrada con la reproducción de obras plásticas de la misma autora, que es también una reconocida escultora. Alterna la residencia entre Roma y Madrid, y escribe indistintamente en italiano y en castellano, lo que le permite ser un puente entre las dos culturas, ya que colabora en revistas impresas en  las dos ciudades, informando sobre los acontecimientos artísticos más relevantes de su respectiva actualidad.     

   L’Esistere propone una indagación, lírica, por supuesto, sobre todo lo imaginable acerca de la manifestación del ser humano en el mundo que permite las relaciones sociales. Los poemas facilitan las reflexiones en torno a las diversas categorías que conforman nuestra actividad. Su aparente sencillez comporta una exigencia intelectual más allá de las palabras, que propone cuestiones trascendentales analíticamente para concluir un juicio relacionado con las maneras del existir. Nada es más importante para los seres humanos que conocer los valores a los que se ajusta su vida. Los procedimientos para descubrirlos y analizarlos se sujetan a diversas disciplinas intelectuales, abiertas para los deseosos de dar una utilidad práctica al conocimiento en cualquiera de sus exposiciones. Uno de ellos es la poesía.   

   Este planteamiento obedece a que la existencia humana se expande entre dos coordenadas complementarias, el espacio y el tiempo, en las que se resumen todas las actividades objetivas de una persona. Por ello han atraído la atención de los pensadores en todas las etapas de la historia, tanto de los que comentaban sus elucubraciones en prosa como de quienes se sirvieron de la poesía para hacerlo. El poeta más filosófico español, o el filósofo más poético, Miguel de Unamuno, aseguró al comienzo de su trascendental ensayo Del sentimiento trágico de la vida que “poeta y filósofo son hermanos gemelos, si es que no la misma cosa”. Puesto que él transitó por los dos métodos de comunicación con éxito, estamos obligados a creer en la exactitud de su confidencia probada antes que expuesta.

   Igualmente Martin Heidegger no era poeta, aunque un volumen de su grandiosa obra se titula en castellano Pensamientos poéticos. Fue uno de los principales pensadores del caótico siglo XX. Al examinarlo llegó a la conclusión de que el pensar y el poetizar se originan en la misma fuente del ser en su existir, y desde esa convicción profundizó en el análisis de los poemas de Hölderlin, tan vinculado al idealismo alemán, para explicar la esencia de la poesía. No es posible discutir las meditaciones del filósofo más influyente en la evolución ideológica del siglo XX, si bien es preferible olvidar ciertas derivaciones políticas suyas.  

   Todos estos datos me sirven como introducción a la lectura del último libro de Miranda D’Amico, que sin duda tiene que ser clasificado como obra poética, escrita totalmente en verso, aunque debido a la temática inspiradora en muchos momentos se acerca a los razonamientos filosóficos. De ninguna manera cabría identificar a L’Esistere con un tratado filosófico, por más que a menudo sus versos nos inviten a meditar acerca de la trascendencia de sus palabras. Un poemario es necesariamente la exposición de opiniones subjetivas cerca de una cuestión determinada, que si es el existir trasciende a una dimensión generalista.

   Cuando se escribe algo interesante acerca de las ideas y los hechos, y además se presenta con una envoltura literaria adecuada, el resultado nos incita a participar en la obra. Eso es lo que ha conseguido la autora con este libro, de ejecutoria muy personal diferenciada de  las corrientes líricas ahora en circulación. Vamos a comprobarlo mediante la lectura detenida de algunos poemas, que pueden representar el tono general de la obra, en una selección forzosamente limitada. Las cuestiones inspiradoras de los versos resultan muy variadas, por lo que no es posible hacer un comentario general, aunque tampoco es viable examinar cada uno de los poemas en concreto, dado su número, lo que nos obliga a elegir algunos solamente para abordar el tono predominante en L’Esistere.    

El pensamiento de la muerte

  Sigue la estela del incontenible poeta filósofo Giacomo Leopardi, con las variaciones impuestas por la diferencia temporal en que cada uno siente y escribe, distanciados por más de dos siglos, pero la actitud ante el entendimiento de la existencia es semejante. Se encuentra una nota común pesimista en la contemplación del propio existir en el mundo que habitamos, en sus respectivas poéticas. Derivan del conocimiento en torno a la existencia humana deslizada entre varias proposiciones que obligan a elegir una, la que parece más encauzada hacia la felicidad, la meta común a que aspiramos para sobrellevar las dificultades interpuestas en el camino cotidiano. Sin embargo, esa aspiración queda suplantada por una realidad opresiva.

   Nosotros ahora, ciudadanos orgullosos del científico y racionalista siglo xxi, sentimos la alegría de haber alcanzado el dominio de la ciencia al mismo tiempo que de las artes, con una civilización tecnológicamente avanzada destructora de las antiguas fronteras establecidas secularmente. Cuando Miranda D’Amico observa el mundo a su alrededor puede considerar un triunfo social haber logrado situarnos en el papel protagonista que nos corresponde representar. Este convencimiento nos permite creernos dueños de los sentimientos dominados mediante la inteligencia. Cualquiera diría que eso es el disfrute de la felicidad. No obstante, L’Esistere se encarga de clarificar un conflicto persistente entre la realidad objetiva y nuestra percepción.   

   Resulta muy sencillo dejarse llevar por el simple impulso de los acontecimientos, para evitar sorpresas emocionales. Sin embargo, cuando todo parece obedecer a nuestro deseo, de pronto salta un pensamiento desagradable, que patentiza la imagen de la muerte. Todo lo que somos, poseemos, sentimos o esperamos se vuelve nada ante el reconocimiento de la inexorabilidad de la muerte aniquiladora de la existencia. Las cosas más amadas abandonan nuestra compañía, alertándonos acerca de la finitud que nos espera a nosotros mismos. Esta seguridad repercute de diversas maneras en los seres humanos. A los artistas les sirve de inspiración creadora. 

Una mirada al arte

   Se diría que L’Esistere es una interpretación literaria del espléndido óleo de Nicolas Poussin expuesto en el Museo del Louvre, Et in Arcadia ego: una escena clásica ambientada en la llamada Arcadia feliz queda entristecida por la presencia de una tumba, con lo que la muerte advierte que ella también está allí presente. Todas las generaciones humanas que lo han contemplado supusieron que el pintor deseó obligarnos a recordar que es imposible la felicidad completa en este mundo, debido a la presencia inmaterial, pero constatable de la muerte perpetuamente presente. 

   Así también parece que Miranda D’Amico traduce al verso actual la pintura del siglo XVII en el poema “Dovevi saperlo”, en el que la poeta comunica al lector la angustia de conocer la finitud humana en cualquiera de los actos cotidianos más vulgares, lo que modifica por entero la situación primordial. Hemos alcanzado otros planetas y nos encaminamos a otras galaxias, hemos desencadenado las artes para facilitar una imagen del mundo innovadora, desarrollamos la inteligencia artificial como servidora de la natural en nosotros: nos creemos fabulosos.     

   Es cierto, pero igual que en la Arcadia feliz de los tiempos clásicos hizo su aparición la muerte, ahora también se esfuerza en patentizar su realidad, una especie de existencia inmaterial dedicada precisamente a destruir la existencia de una manera incansable. Se la advierte, puesto que es invisible, en la observación de las cosas que nos rodean ahora mismo y enseguida ya no están, como una advertencia de la destrucción continua que nos acompaña a lo largo de nuestra vida. Lo sabemos desde siempre, lo sentimos al reflexionar acerca de esos poderes dominados, y al comprender su limitación nos anonadamos ante la evidencia de tantas connotaciones negativas.

   El contrapunto de la apreciación sobresaliente marcada por el gozo del existir se impone en este libro por una proposición desagradable, pero inevitable para completar el círculo de la vida. La indagación hecha por Miranda D’Amico acerca de la existencia se desarrolla en unos versos fuertes, desprovistos de adornos para centrarse en el tema primordial, dominado por el pensamiento de la muerte. Lo sabemos porque todas las cosas que contemplamos nos van anunciando su fragilidad. Es el tema inspirador de “Dovevi saperlo”, pero en realidad se encuentra ampliado en otros poemas con la misma fuerza, debido a que el poemario es una entidad completa con una sola tesis. Debemos calificarla así porque la inspiración –o como se la denomine-- de la autora construye una teoría ontológica en verso:     

quando il pensiero della morte

s’insinua, obliquo e improvviso

dietro a veline di tramonti

in un frammento di pagina

nell’eco di un addio

o quando riaffiora un volto

e senti il calore di una mano

scivolare sulla tua schiena,

in una notte senza abbracci

ecco, dovei saperlo

che la gioventú si allontana

che no sarai immortale.

   El mensaje es triste, no somos inmortales, pero la nota de angustia se acrecienta debido a que el pensamiento de la muerte se produce en una noche desolada, sin los abrazos de una compañía buscada para hacer amable el paso del tiempo. El verso que contiene la descripción de la “notte senza abbracci” se halla destacado en el cuerpo de poema, para indicar al lector, si es que no lo advierte por sí mismo, que ahí se halla una clave a tener en cuenta. La noche suele ser un elemento negativo en la poesía, excepto en la mística, debido a que expone la oscuridad, símbolo de la ignorancia. A oscuras no se puede encontrar la verdad de la vida y de las cosas, no existe más que una confusión intelectual conducente a la nada.

   Ese conocimiento es el que hace penosa la tarea de vivir. Tradicionalmente la noche se considera el momento adecuado para expresar la pasión amorosa que hace más llevadero soportar el tedio de la vida, pero el poema elimina esa posibilidad compensatoria, y deja al  protagonista del relato en radical soledad, con lo que se incrementa el dolor proporcionado por la aparición del pensamiento de la muerte. Continúa la experiencia lírica avanzada por Novalis en sus Himnos a la noche, una elegía inspirada por el fallecimientote su amada, con la que dio al romanticismo un lenguaje humanamente dolorido conmovedor a través de todos los tiempos: el dolor es el mismo en cualquier época y en cualquier lugar del mundo.

   Es la señal para advertir que el lento transcurrir del tiempo ha conseguido hacer que la juventud se convierta en un recuerdo, la exposición descarnada de la verdad indeseable, pero certera, de “che no sarai inmortale”. Sabido esto, no merece la pena esforzarse en conseguir algo que no será nuestro. La simple insinuación del pensamiento de la muerte nos altera la cotidiana coparticipación en la evolución del mundo, para el que nada significamos Avanzamos o retrocedemos, ni de eso estamos seguros en la noche, guiados por nuestra ignorancia, con la única seguridad de la finitud acompañándonos. Y ahí está el pensamiento de la muerte como factor esencial de nuestros sentimientos más íntimos, a los que condiciona. La muerte es la única certeza de que disponemos para seguir siendo.

Un nocturno doloroso

   Miranda D’Amico se acoge a la noche, sabiendo que no es una compañía fiable, porque desea investigarla en sus múltiples apariencias. En principio la noche es la destrucción del día, de la luz y del conocimiento, vencidos por la oscuridad ciega capaz de ocultar la belleza de la naturaleza y de nuestras aportaciones para enriquecerla. Esos aspectos negativos permiten identificarla con la  muerte destructora de todas las señales de vida. En este entendimiento puede representar a la no existencia, en ese coloquio entablado entre lo que es y lo que no es. Sin embargo, puesto que tenemos consciencia de la realidad de la muerte, debe ser reconocida por algunas de sus cualidades, positivas o negativas.     

   Esperábamos encontrar en el poemario, llegados a este punto, un himno a la noche, y efectivamente aparece, porque la autora necesita explicarnos el motivo de la alianza establecida entre la nocturnidad y la idea del morir. Lo explica satisfactoriamente el poema “Crudele é la notte”, título que ya avanza la carga negativa de su contenido. La crueldad es una circunstancia agravante en la comisión de delitos, puesto que delata una especial perversión del delincuente contra la víctima. Comprobamos inmediatamente cómo ha advertido la autora una desviación de la normalidad vital reglada para el común de los seres humanos. Lo declara de este modo en verso que podemos calificar de acusatorio contra la noche por serlo:  

Quando la notte ci avvoige

Sovversivo affiora

Il peso del giorno, e il ricordo

Di parole affilate como coltelli…

Allora la tristezza sale

Disincanto solitudine ed ira

Lottano per affermare la propia veritá

Il dolore punge come una medusa,

Cieco e folle nel bulo.

Vorremmo ferire a morte

Chi ha scalfito la nostra tenerezza –

Crudele é la notte.

   Piensa la poeta que la noche no es la negación del día, al continuarlo para deshacerlo, sino que se encarga precisamente de retener el peso del día sobre nuestra memoria. Todo lo que nos ha sucedido en tiempo de luz y con la sombra fue destruido, que es por su esencia inmaterial, permanece de una forma etérea en el devenir de la noche, junto con el recuerdo de lo que dijimos y escuchamos, que asimismo es intangible por carecer de materialidad. Nada de eso existe, pero conforma nuestra noche, la de cada uno, que es individual porque cada persona la siente de una manera peculiar.  

   Yo admito la presencia de la noche como una prolongación de mí, podría decir que es mi sombra y se halla atada a mí, por lo que cuando la miro advierto un trozo de mi vida inmediata. Los sentidos me alertan sobre esta condición, para que la acepte y comprenda que lo observado durante el día como real puede resultar ilusorio por la noche. Por  eso no puedo fiarme de ella, no la siento como amiga ni como guía del conocimiento, una  constatación que me duele, como lo expresa el poema: “Il dolore punge come una medusa”, comparación que nos lleva a la mitología helénica.

   En ella Medusa es un ser monstruoso cuya mirada convierte en piedra a quien la ve. Consiguió matarla Perseo, quien se acercó a ella mirando su reflejo en el escudo que le había regalado Hermes, y así pudo cortarle la cabeza sin ningún peligro. El mito fue aprovechado por Benvenuto Cellini para realizar una maravillosa escultura en bronce, culminación del manierismo italiano, que la poeta ha visto tantas veces en Florencia.   

   En el verso medusa con la inicial minúscula no cita a la Gorgona clásica, sino cualquier representación con su mismo significado. La Medusa clásica es la negación de la mirada para evitar la petrificación. Según relata el poema, en la noche sale la tristeza, y su compañía no deseada nos causa un dolor “Cieco e folle”: es forzosamente ciego por su relación con la Medusa a la que nadie podía mirar, y loco porque destruye la armonía mantenida durante las horas de luz para afirmar su propia verdad. La vida humana es un dolor continuado en ese juego cotidiano del día y la noche, nos dice la autora, en el que nos atormenta “il ricordo / Di parole affilate como coltelli…” Es una cualidad negativa de la noche que nos persigue.

Todo el peso de un día en negativo

   En el caso concreto de Miranda D’Amico advertimos que la inmediatez de la noche le proporciona tristeza. Como queda señalado, en general la noche en sí misma es amorfa, y somos nosotros quienes le proporcionamos los caracteres que sirven para definirla. El lenguaje coloquial permite calificar de buena o mala noche según hemos dormido bien o mal, que es una situación nuestra, ajena a la realidad de la noche. En la cosmología tanto la noche como el día son períodos de tiempo continuados, unos acontecimientos naturales desprovistos de sentimientos. Carece de lógica cosmológica aplicar sensaciones humanas al movimiento de nuestro planeta en el espacio, puesto que se trata de categorías incomparables.

   No obstante la poesía tolera esa irracional derivación, inadmisible en un tratado científico. Lo mismo puede aplicarse a la música: los 21 Nocturnos para piano de Chopin aportan una melancolía incluso dramática a los oyentes, como el Op. 48 nº 1 en do menor, que es uno de los más interpretados, y resulta un excelente acompañamiento para la lectura de este libro. La música es capaz de crear en nuestro ser un sentimiento inapreciable en la noche en sí misma, es la genialidad del compositor la que nos incita a colmarnos de una tristeza romántica al escuchar las notas del piano. Será cierto sin duda que el artista interpretó así su errancia por una noche, pero eso no es más que la simple exposición de un estado personal de ánimo, que no debiera aplicarse al tiempo físico objetivo de su desarrollo.

   En el poema la adjetivación propuesta para la noche en realidad traduce el sentimiento de quien la escribe. Es lo que comunica Miranda D’Amico a sus lectores. Ella la ve triste, hasta el punto de creer que da lugar al desencanto de vivir, de modo que el existir protagonista del libro aquí se muestra negativo en sus propuestas. Por ello la consecuencia inevitable es la afirmación del verso final, elegido también como título del poema, “Crudele é la notte”. Así la entiende la autora, referida a su aventura personal, raíz del pesimismo extendido en los versos. A su modo de ver es cruel debido a que la realidad circunstancial demuestra serlo, y por analogía carga sobre ella una culpa que no merece.

   Seguimos un proceso intelectual específico, que solamente atañe a Miranda D’Amico. Es lógico por estar narrado en verso, y ser la poesía inevitablemente subjetiva. Debido a esa visión pesimista de la realidad vital interiorizada por la autora, la inocente noche seguidora consuetudinaria de su papel cosmológico llega a ser considerada cruel. Otros poemas en este libro

desarrollan el mismo concepto, señal del arraigo en la percepción de la poeta, que sería redundante comentar por conducirnos a idéntico resultado, la percepción pesimista de un mundo ajeno.  

Retrato de este mundo

   Este tono sombrío es el protagonista de L’Esistere, y es asimismo el motivo que lo aproxima a los Canti de Leopardi. El pesimismo es un humanismo extendido a lo largo de la historia, con mayores expectativas en estos tiempos nuestros de sobresaltos sociales, políticos y económicos, caracterizados por la conjunción de pandemias, guerras internacionales, amenaza de utilizar armas nucleares, quiebras de entidades bancarias, fenómenos atmosféricos catastróficos, inseguridad social, crímenes y otras circunstancias igualmente contrarias a lo que debiera ser una existencia paradisíaca.             

   La poesía de Miranda D’Amico reproduce naturalmente los condicionantes del mundo que habita, como anuncia el título del libro. Su vocabulario se halla dominado por el deseo de reflejar los accidentes advertidos en esa noche que nos invade. Los calificativos que se le pueden aplicar para definir su manera de conseguir la poetización de lo cotidiano caen dentro de unos signos pesimistas, porque lo es la realidad a la que pertenecemos. No es que Miranda D’Amico sea de carácter pesimista, sino que lo es la realidad ambiental reseñada en sus versos. Vivir en un mundo adverso produce esas consecuencias.

   Nos referimos coloquialmente a “nuestro tiempo” cuando lo cierto es que nosotros estamos dominados por él, que nos empuja constantemente a la muerte. Debido a la necesidad de sentirla como una compañía perpetua nos identificamos con ella, tanto que Leopardi la piropeó apasionadamente: “Bella Morte, pietosa”, y anheló encontrarse enseguida con ella: “Ciudi alla luce ona / Questi occhi tristi, o dell’età reina”, un canto a la desesperación impuesta por la angustia del vivir. Qué hermoso y terrible poema, que parece escrito por un enamorado a su amada, tanto que la Muerte lleva la inicial mayúscula característica de los nombres propios.

   Sin alcanzar esa cota de amargura, L’Esistere se adentra en el análisis de las circunstancias reunidas en una biografía, expuesto con un lenguaje poético, y el resultado indica que es negativo. Un breve poema sin título relata cómo tras una vida cumplida con todos los aspectos lamentables reunidos, sólo resta mirar al ocaso, aquí metáfora de la muerte:

Ogni malinconia é stata scritta

Ogni tristezza raggiunta

Ogni gioia conclusa,

che resta?            

Un lento respiro al tramonto

   Cinco versos para exponer lo que es la existencia humana según la autora, un cúmulo de sentimientos dolorosos conducentes a la muerte. En ese lapso tan corto como cargado de aflicciones, se conoce un método para hacerlo menos contrario, que es la posibilidad de poetizarlo. Naturalmente, se halla reservado para los poetas, que son los instaladores del lenguaje en el tiempo. Un poeta es capaz de dialogar con la Muerte notada como un ser corpóreo, y la describe como bella y piadosa porque es la reina del tiempo. Es verdad que todas las cosas se encuentran sometidas al tiempo, en primer lugar los seres humanos.

   Somos nosotros precisamente quienes constatamos el lento deslizar del tiempo. Utilizamos varias formas para hacerlo llevadero, y una de ellas, seguramente la más provechosa, consiste en convertirlo en materia poética. Por supuesto, esa posibilidad se reserva a los poetas. Es lo que ha logrado Miranda D’Amico en este libro titulado por eso mismo L’Esistere, un poemario para reflexionar líricamente acerca de los fundamentos del ser y estar en el mundo, con palabras esenciales insertadas en la luz.   

Arturo del Villar

  

  


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