Cuando no escribo

Cuando no escribo

DANIELA CH.

Me preguntaron qué hace un escritor cuando no escribe.¿Acaso no lo sabe todo el mundo? El escritor cuando no escribe, lee. De escritor a lector hay un solo paso. Por eso el escritor perplejo, ante su falta de productividad, no se cuestiona a sí mismo: lee. Con obsesión, para disfrutar, distraerse y en busca de inspiración agarra los primeros libros que encuentra y se pone a leerlos. De a muchos a la vez, es normal. No le importa si ya los leyó, si son grandes obras de la literatura, best sellers o lecciones de management. El escritor lee cualquier libro, porque sabe que si no lo hace y si tampoco escribe, deberá dejar de ser. De ser quien es y entonces, deberá caer rendido ante la abulia y prenderá la tele, el ipad para dejarse ir y ser uno más de tantos otros prisioneros de las pantallas. El exceso de información terminará por anestesiar el dolor de la parálisis literaria. Como sea, el escritor se las ingenia, al fin, para eludir a la vagancia. Se lamenta, envidia, admira, se emociona, pero no se resigna a abandonar las palabras y se pone a entrenar. Agarra una hoja en blanco, una birome, un lápiz negro, prueba con un marcador rojo y se propone garabatear algún trazo de lo que salga: un sentimiento, una sensación, una idea, alguna cosa. Porque algo siempre sale, que se sepa: es un mito urbano aquello del pánico frente a la hoja en blanco. Al menos quedó obsoleto en los tiempos del twitter, los blogs, el facebook y sobre todo el copypaste. Siempre se puede vomitar alguna frase con la esperanza de que algún alma colaboradora del otro lado del universo digital le confirme al escritor la identidad de escritor que se le está diluyendo. Se aburre, en ocasiones, el escritor cuando no escribe. Se lamenta otra vez, se pregunta si no será que es un fraude, sabe que no sabe, que no estudió lo suficiente, que el talento le rehuye, que hay mejores que uno. Miles, cientos de miles, millones de escritores mejores. Y para colmo, mucho más jóvenes. Envidia profundamente y con desconcierto a esos borrachos que leen en voz alta en festivales literarios, entusiastas precoces de las letras, que ya a los 17 andaban con un libro de poemas enganchado en las axilas, viajando en trenes precarios hacia pueblos remotos tan sólo para encontrarse con otro borracho apasionado por la letras, en busca de la magia que un día, muchos años después y desde otro punto remoto del planeta habría de materializarse, o mejor dicho, virtualizarse en un blog que empezaría así y se convertiría en cualquier otra cosa, una revista, una universidad, un club, un juntadero de borrachos que leen, al que el escritor bloqueado aspiraría a pertenecer. Será por eso que se anota en un taller de escritura, porque siempre se puede volver al grado cero de las palabras. Palabras que algún día fundarán un universo paralelo, adelantado, fuera de juego, en el que muchos lectores desearán jugar. No hay amparo para el escritor, no lo hay cuando escribe, mucho menos cuando no lo hace. Se ilusiona cuando aprende, por ejemplo en la primera reunión del taller ese que coordina el escritor consagrado que, con su traje de profesor, le dice que no importa como escriba, pero que no se calme nunca, que le esquive como pueda a la ignorancia, que la atrape y la transforme en cualquier otra cosa: un texto, una reseña, un poema, un algo publicable. O no, pero al menos encontrará sus primeros lectores entre los otros escritores que concurren al taller. Le cree el escritor, aunque sabe del truco para motivarlo, y paradójicamente eso, un poco, también lo calma. Toma coraje y se decide a escribir más la próxima vez; al menos tiene un encargo -una reseña de arte japonés- que cumplir. Los escritores también necesitan desafíos. El escritor cuando no escribe mantiene conversaciones infinitas entre sus yoes y los yoes de los otros que se colaron en su mundo interno. Solo que nadie las escucha, nadie las lee, ni las ve. Las palabras se amontonan en algún lugar de su mente o lo que sea que es ese lugar intangible en donde se guardan las palabras que no se escriben, que no se dicen, hasta que el escritor las descubra organizadas, combinadas, ordenadas como ellas quieran o puedan y el escritor no tenga alternativa alguna más que dejarlas partir, y entonces sí, se vea obligado a poner su cuerpo a disposición del texto y se dejará comandar por la genialidad de la escritura. Entonces nacerá un post como éste, que no tiene pretensión de cuento, es apenas un ejercicio para poner en marcha nuevamente el deseo de escribir. Y entonces el escritor renace porque las dudas habrán perdido sentido. Fueron vencidas las críticas reales o imaginarias que mantenían en el encierro a sus palabras, amontonadas, en ese lugar de su mente o donde sea que se guardan las palabras que no se dicen. Como sea, el escritor, escribe aun cuando parece que no escribe.


Comentarios (1)

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Muy buen artículo. Gracias. Presentación de una verdad, lo titularía yo, pero tu título tambièn es muy bueno. Felicidades.

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