UNA DEUDA CONTRAÍDA POR HABER EXISTIDO
Reseña sobre la obra poética LA DEUDA PROMETIDA, de Félix Moyano
La Deuda Prometida, obra que le ha servido a Félix Moyano para hacerse acreedor de un accésit del Premio Adonáis 2021, publicada por Ediciones Rialp, de Madrid, con el número 686, tiene una estructura bipartita, equilibrada cuantitativamente, pues se asigna a cada mitad el mismo número de poemas: diecinueve. El joven hispanista cordobés se revela a lo largo de sus versos como un defensor a ultranza de la familia, institución que no goza, precisamente, del mejor predicamento actualmente. Ligadas a esta, y aunque no siempre de forma explícita, aparecen ideas ineludibles como la fe, Dios o la Iglesia. De hecho, algunos poemas y sus protagonistas nacen de los miembros de su familia, a quienes está dedicado el poemario. Versos que quieren ser un sentido homenaje a esas existencias. Ya desde las citas introductorias que abanderan los poemas, encontramos la Biblia como una prueba más de lo que afirmamos: el Deuteronomio, que volverá a aparecer en el poema trece (página 25) nos anuncia la tierra prometida a nuestra descendencia pero, al mismo tiempo, nos alerta de la prohibición de que nosotros entremos en ella. Puede verse aquí un juego de aparentes contradicciones que se extenderán a lo largo del libro, desde los propios subtítulos con los que nombra cada una de los hemisferios del mismo. Recurre para ello Moyano con acertada sutiliza al Credo: de todo lo visible y lo invisible. Ideal yuxtaposición y sutil complemento. Al hilo de esto, este tema fundamental en el poemario que es la aridez de la vida, se recalca con la segunda cita que Félix Moyano elige antes de entrar en materia: una idea de Amalia Bautista quien, paradójicamente, estaba entre los seis miembros del jurado que otorgó el accésit a Moyano, y que resalta las duras condiciones por las que se rige nuestra vida: lo que ella llama "la razón de la sangre y de la tierra", siempre ajena a noción alguna de clemencia. Por tanto, lo visible, lo material, el mundo, la existencia más física del ser humano parecen, en principio, estar abocados al dolor, la muerte, la agonía unamuniana y una zozobra existencial que no dejan descansar a la persona en su periplo terrenal. En cambio, y como necesaria prolongación de la contradicción a la que aludíamos al principio, por fortuna, también dejará la ley que nos conduce por este camino, ciertos márgenes para el asueto y una merecida relajación. Para preludiar la primera parte, De todo lo visible, Moyano elige la firma de Claudio Rodríguez, quien parafrasea una sentencia de Cristo, mi reino no es de este mundo, cuestión que avanza la esencia del pensamiento que seguidamente va a desarrollar el poeta. Un pensamiento que cabalga y evoluciona dentro del hilo conductor que se identifica en el título del poemario, y en el que se yuxtaponen ideas muy diversas que van desde el destino, al inconformismo, pasando por la fe, el Paraíso, el pecado original, la pobreza, la muerte, las emociones, la letal dependencia de la tecnología, la contrastada pérdida de libertad, la incomunicación como causa de la deshumanización, el impaciente sometimiento a la idea de futuro como condicionante castrador de la vivencia y disfrute del presente, la vulgaridad de la sociedad actual como contraposición a los afectos y la esencia bondadosa de la persona, las fatigas, el amor y la emoción de la familia, lo temporal y efímero de la existencia, la crueldad de la evolución tecnológica que rompe drásticamente con lo anterior, lo que causa que los ancianos se encuentren desconectados de la realidad, a quienes, por tanto, incomunica y les impide la comprensión de su entorno preñado de una nueva realidad, o la corrupción del mundo en el que estamos insertos, en cuyo sistema el hombre parece haber llegado a ser un esclavo. En definitiva, si entre los diversos adjetivos que pueden determinar el carácter de la obra hemos de elegir uno, consideramos que ese podría ser el de actual. Se trata, entonces, de una obra que surge de la tierra que habitamos, de la cruda realidad del mundo de hoy, de la compleja psique del ser humano que habita el planeta... Todo ello enlazado con la idea de una luz espiritual que sostiene al ser humano, si bien revestida de yuxtaposiciones que entendemos que no llegan a ser contradictorias sino complementarias. Algunos planteamientos que nos han llamado poderosamente la atención, además, son la convicción de que nada es gratuito, de que todo tiene un precio. Aparece la idea de España, al menos físicamente entendida. Y se demuestra que se puede hacer poesía, arte, a partir de elementos mundanos, prosaicos. Aun desde la vulgaridad de los componentes más simples que nos rodean y que, para una persona sin la adecuada sensibilidad, pasarían absolutamente desapercibidos. Este es un mérito del poeta, que demuestra su pericia al partir, en ocasiones, de realidades alejadas, por su naturaleza, de la nobleza que, históricamente, quizás se le hayan atribuido al verso. Nos encontramos, en su conjunto, con un poemario que posee un claro sentido global, holístico, que lo dota de una indudable unidad. En definitiva, nos topamos con la madurez de un joven poeta de veintinueve años que, además de elaborar una poesía actual, logra una poesía social, defensora de los débiles y de una idea de Divinidad, quizás más necesaria que nunca. Se deja entrever, finalmente, la sentencia latina cinis aequat omnes: sin duda, la ceniza impartirá, tras la deuda prometida, justicia y nos hará, finalmente, iguales a todos. Es lo que en la segunda parte del poemario queda intuido, a partir de la cita introductoria que Moyano elige, de Manuel Altolaguirre: el cosmos, el Universo y la totalidad (Dios) caben en un ser humano. El hombre, así, se dignifica, garantizada la idea de que Dios está en él.
GABRIEL BARBERO CONSUEGRA
