Seguro poeta Rodrigo Olay
EL sexto poemario del asturiano Rodrigo Olay, dubitativamente titulado Quizá yo, obtuvo en 2022 el premio Emilio Prados, convocado por el Centro Cultural Generación del 27, y ha sido editad ahora por Pre-Textos. Está formado por poemas de diversa factura, desde sonetos, tercetos o romances, aunque discrepantes con las normas de la preceptiva, hasta versículos libres de cualquier norma, e incluso pies de verso anapésticos latinos.
El autor es profesor de la Universidad de Oviedo, por lo que escribe una poesía culta, en la que abundan referencias a textos de otros autores clásicos, pero descoyuntados de forma original para hacerlos suyos en su poema. Si el lector también posee la suficiente cultura, se produce la necesaria complicidad para contextualizar el original con la aportación del irreverente glosador. Se comprende bien al leer esta parodia de las conocidísimas Coplas de Jorge Manrique en una versión mecánica:
Al final, nuestras vidas son los trenes
que van a dar al hangar,
que es el morir. (Página 27.)
Igualmente llaman la atención del lector los neologismos, como sintigo, construido en oposición al término usual contigo (21); mancadura (22), subválido, inllanto y minusyó (34), o amarinjado, y verdinoche (39), que el ordenador se niega académicamente a escribir, pero que pueden ser aceptados si se tiene en cuenta su etimología, sobre la que están creados con la intención de realizar una función plausible en el poema. Además conviene recordar que a Góngora le rechazaban los puristas de la época palabras incorporadas después al diccionario con absoluta normalidad. A Olay le gusta crear el poema con todas sus consecuencias, incluyendo también las mismas palabras desencadenadas con las que organiza los versos. Seamos cautos, pues, y por el momento celebremos la buena imaginación del autor.
Las palabras desacralizadas
En el otro extremo del uso que hacemos de las palabras en nuestras comunicaciones, encontramos en estos versos algunas que raramente se escucharán en una conversación callejera, y que con menor frecuencia todavía se integrarán en un poema de otro autor menos audaz que Olay, porque pertenecen al ámbito científico. Al lector probablemente le cause sorpresa encontrar este verso bimembre con una descripción más propia de la medicina que de un poema: “oscuro el aire, amniótico el aliento” (13), que sí se vuelve oscuro debido al idioma descolocado de su lugar natural.
Otro caso llamativo está inmerso en un romance erótico, en el que cuando la amada se desnuda su poeta contempla “tus metros cúbicos de vida, / tu metro cúbico de aliento” (50), una descripción nada petrarquista en la que se alía el lirismo clásico con una unidad de volumen. Seguramente no se escuchará algo así en una charla habitual en esos momentos entre una pareja a punto de practicar el amor, pero la poesía mejor es invención, no copia de realidades conocidas por todos que precisamente debido a ello nada valen literariamente ni interesan a nadie.
El autor se sirve de estos recursos elaborados para demostrar ejemplarmente que la poesía evoluciona con el fin de continuar siéndolo, a pesar de su inevitable desgaste temporal. Leamos otro ejemplo, en el que se produce sencillamente la simbiosis inesperada, aunque desde luego posible, entre la lírica y la oftalmología, dos materias en principio sin relación, pero que pueden alcanzarla si valoramos positivamente estos versos sin considerarlos la receta de un oculista lírico:
Por no sabré jamás,
las cataratas,
el ectropión, las úlceras corneales,
la ictiosis y ese no saber cuál más
ni si aguardan qué males… (51).
Es un informe médico inesperado en un libro de poesía, pero Quizá yo se empeña en romper a veces los esquemas aceptados tradicionalmente. Lo hace sólo en parte, porque se ha aclarado que sigue a menudo la preceptiva clásica a su conveniencia. De esta manera se demuestra que es un libro compuesto ahora, cuando ya las normas han sido escandalizadas por la necesidad de renovarlas. No rechaza Olay ninguna de las palabras incluidas en el Diccionario, las considera igualmente válidas para componer poemas, como es su caso. Esta teoría cuenta con notorios detractores, como es lógico, pero a él le da buenos resultados según demuestra este mismo libro.
No es un plan nuevo, porque ya la vanguardia a principios del siglo XX se encargó de hacer chirriar los preceptos. La verdad es que hemos superado aquellos momentos utilizados para ridiculizar e incluso insultar a los oyentes de un recital. Cuanto más perversos sean los versos más se parecen a los hipócritas lectores, siguiendo la pauta marcada por Baudelaire. Y Olay demuestra contar con una base cultural muy firme, en la que son posibles todas las destrucciones en persecución de la originalidad, sin perder por ello la correspondencia con una preceptiva actualizada.
Para jugar cultamente
La poesía es una de las artes más serias, debido a sus invocaciones al paso del tiempo y a la muerte, que han dado lugar a elegías grandiosas. Por ello algunos creadores inconformistas la toman a broma y juegan con ella, intentando quitarle esa ropa de funeral para que pierda su aspecto demacrado. Por ejemplo, es lo que hace Olay, muy hábil en el tejemaneje de las palabras sacadas de sus quicios a fin de confesar su miseria, por ser las utilizadas por el pueblo para hablar con sus vecinos, o para desgañitarse en los estadios de fútbol. Repasemos estos versículos confesionales, en los que se aprecia un homenaje implícito a César Vallejo y un título creado para la ocasión, “Obviografía”, como es obvio:
Escribo un español imperdonable, un latín derruido y descastado, y eso que el
español es un idioma, siempre según las últimas encuestas, muy loable lo
hable quien lo hable.
Hombre, blanco, español: hasta a mí mismo, mediado y medio, amor y sirimiri,
según corren los vientos de la historia, que se escribe con sangre y se repite,
parezco sospechoso de eufemismo. (34).
A Rodrigo Olay le gustan las innovaciones, las invenciones y las investigaciones acerca de las funciones encomendadas a las palabras, los instrumentos de trabajo fundamentales para un escritor. Sus observaciones le permiten utilizarlas siempre sabiamente con originalidad. Juega con ellas, pero lo hace muy seriamente, según era de esperar en un profesor universitario. El resultado es satisfactorio, debido a que mezcla la originalidad inventada con el conocimiento profundo de la materia.
Sin embargo, Olay se muestra dubitativo, y lo confirma incluso el título dado al volumen, el mismo que lleva el primer poema, un soneto de pie quebrado anunciador de la revolución métrica siguiente. Pretende saber quién es, y lanza la pregunta pertinente: “Dime quién soy. Nadie responde” (9), una referencia al soneto de Quevedo en que llama a la vida sin respuesta, lo que indica asimismo la compaginación del clasicismo con la innovación. Lo significativo es que la pregunta se la hace el poeta a sí mismo, sin ninguna convicción de ser respondido, ya que si conociera la contestación resultaría tautológica la pregunta:
Quizá yo nunca he sido yo.
Quizá yo nunca volveré.
Quizá yo es cierto. Quizá no. (9).
La duda cartesiana conduce a la búsqueda del yo, una preocupación existencial de Olay. Por lo que cuenta, escribe para encontrarse a sí mismo entre tantos vacíos como pueblan la vida humana. Escribo, luego soy, se dice para comprenderse y superar los quizás que le persiguen. Así se nos presenta la poesía como un ejercicio de terapia necesaria para reforzar la personalidad perpleja ante tantas incertidumbres como la asedian.
Quizá así se escribe la poesía
La poesía es su fe de vida, por lo que se refugia en ella después de andar buscándose por libros y caminos “cuando volvía de mis soledades” (19), a las que iba siguiendo el ejemplo de Lope de Vega, buena compañía para un profesor. Tan buena que no la abandona, y le imita en un soneto que anuncia la misma preocupación desarrollada por Lope en un soneto famoso, “Y si hoy me paro a contemplar mi estado” (55), tarea intelectual aconsejable para componer buenos poemas los buenos poetas.
Sí, pero inservible para resolver las inquietudes existenciales, tanto que Olay comienza este soneto de pie quebrado con la duda acostumbrada, “Quizá yo siempre he estado enamorado”. Para el autor el “quizá” es como una muleta en la que apoyarse para continuar sus pesquisas, desde el título del libro hasta este poema final.
Los lectores no podemos ayudarle a solucionar sus dubitaciones, pero tampoco deseamos hacerlo, una vez comprobado que la permanencia en la duda metódica le permite componer tan buenos poemas para intentar darle solución. De algo sí puede estar plenamente seguro Rodrigo Olay: de haber escrito un libro merecedor del premio Emilio Prados, que ya posee, y también de los elogios sucesivos que irá recibiendo. En este aspecto no hay quizá que valga.
ARTURO DEL VILLAR