LOS ENSAYOS
José Figueras D.
Los primeros ensayos de teatro constituyen siempre una etapa penosa. Se precisa mucha paciencia para dominar el texto con espontaneidad y soltura. Pero ésta es una fase esencial de cara al resultado final de una buena representación. Sin embargo, y como “no por mucho madrugar amanece más temprano.”, no conviene forzar la introducción del movimiento escénico si los actores se encuentran todavía inseguros con su texto. Resulta aconsejable introducir paulatinamente el movimiento después de las lecturas “de mesa” que sean precisas. Y es mejor hacerlo escena por escena. Por ejemplo, después de leerla varias veces sentados alrededor de la mesa, situar a los actores sobre el escenario y probar la declamación con movimiento. El actor estimará la ayuda de poder memorizar su papel asociándolo a una posición determinada o a un movimiento concreto. En la primera fase de ensayos es preciso que el director corrija inmediatamente cualquier error de un actor respecto al texto o a su situación escénica, aunque por otra parte no conviene entretenerse en el texto cuando se trata propiamente de marcar posición o el movimiento. Lo que sí conviene recordar es que ningún actor debe interrumpir el ensayo al producirse una equivocación propia o de sus compañeros. En todo caso el director puede repetir la escena completa cuando lo juzgue conveniente. Este es el momento adecuado para que cada actor se acostumbre a “tomar el pie” y el tono del personaje que le precede en el texto. Shakespeare, que como autor, actor, director y empresario conocía todos los entresijos del teatro, dio a los comediantes varios consejos que, aún después de 400 años siguen vigente. (Hamlet, acto III escena II). “Te ruego que recites este pasaje tal como lo he declamado yo, con soltura y naturalidad, pues si lo haces a voz en grito, como acostumbran mucho de nuestros actores valdría más que diera mis versos al pregonero. Guárdate también aserrar demasiado el aire así, con la mano. Moderación en todo, pues hasta en medio del mismo torrente, tempestad y aun podría decir torbellino de tu pasión, debes tener y mostrar aquella templanza que hace suave y elegante la expresión…No seas tampoco demasiado tímido; en esto, tu propia discreción debe guiarte. Que la acción corresponda a la palabra y la palabra a la acción, poniendo un especial cuidado en no repasar los límites de la sencillez de la Naturaleza, porque todo lo que a ella se opone se aparta igualmente del propio fin del arte dramático, cuyo objetivo, tanto en su origen como en los tiempos que corren, ha sido y el servir de espejo a la Naturaleza: mostrar a la virtud sus propios rasgos, al vicio sus verdadera imagen, y a cada edad y generación su fisonomía y sello característico. De donde, se recarga la expresión, o se languidece, por más que ello haga reír a los ignorantes, no podrá menos que disgustar a los discretos, cuyo dictamen, aunque se trate de un solo hombre, debe pensar más en vuestra estima que el de todo un templo lleno de los otros,…¡Oh, corregidlo del todo! Y no permitáis que los que hacen de graciosos hablen más de lo que les está indicado, porque algunos de ellos empiezan a dar risotadas para hacer reír a unos cuantos espectadores imbéciles, aun cuando en aquel preciso momento algún punto esencial de la obra reclame la atención. Eso es indigno, y rebela que los actores que así se comportan tienen una presentación muy lamentable”.