CARTA PARA UN CRÍTICO

Por Kevin Bello Parada

 

“El autor todavía no ha asimilado los logros de la literatura colombiana y latinoamericana que han evolucionado a partir del siglo XX hacia una narrativa sin abusar de los adjetivos y a los estilos coloquiales que reflejan más el habla de cada uno de los países. El lector se sorprenderá por la acumulación reiterativa de formas retóricas anacrónicas que lo alejan de las anécdotas que Kevin Bello intenta contar. Lo que salva al estilo del autor es su manejo del lenguaje.”

Mi vida, periodística, musical y literaria, se debe particularmente a un público receptor de mis labores que constantemente son mis grandes críticos y formadores, por ello el estar permanentemente enfocado desde una ventana admonitoria o fiscalizadora te hace ser una persona sensibilizada a la crítica objetiva y con criterios, como la que ustedes gentilmente han expuesto de mis relatos.

En este caso el efecto contradice claramente a la crítica de los escritos, y sin ánimos de polemizar acerca de sus comentarios, creo que están muy apartados de la intención del autor de los mismos, que ahora preferiría dejarlo en tercera persona del singular. Como diría Murena, ¨ El escritor debe volverse anacrónico (es decir contra el tiempo), el sólo hecho de vivir en este siglo ya me hace ser contemporáneo, y no caer en la intención superflua de pretender serlo, ya que lo soy. No tengo porque tratar de ser colombiano o pretender tratar de escribir como tal, ya que lo soy, y más aún, siento y vivo como colombiano, que como escribiría Borges en un cuento de su Libro de Arena, ¨ Es un acto de fe¨. Pero por lo que si debería efusivamente preocuparme y tratar con vehemencia, es de vivir la vida del escrito, ya que escribir vendrá luego, sin importar el lenguaje, el estilo o la tendencia, mientras lo que escriba tenga vida, y lo que viva sea escrito con la mejor fórmula literaria (Según Gabo) que es la verdad , ya que las mentiras son tan graves en la literatura que en la vida real, por esa sencilla razón no podría escribir siendo otro quien no soy, ya que terminaría siendo el Gregorio Samsa de la vida.

Murena también hablaba del tiempo del artista, que es el tiempo eterno del alma, contraponiéndolo al tiempo caído de la historia (según Borges). El mismo escritor del Aleph decía que uno de los mayores pecados y errores es la importancia que le damos a la historia, al orden cronológico y los reglamentos temporales. Los escritores de este siglo (y parte del anterior) han renunciado a la búsqueda del fósil literaria sepultado en los yacimientos de una escritura esencial, para convertirse en más historiadores o cronistas, relatores de una historia estática, de un tiempo efímero, escribiendo en función de la historia y no de la imaginación o sus recuerdos, por estar atado a la servidumbre del tiempo.

Y en éstos tiempos, cuando el arte de embellecer a la vida a través de la prosa y la poesía, se ha convertido en un producto desechable, es prudente, imprescindible y necesario, desempolvar la fe en él, y crear con la ilusión lírica un puente y un refugio para sobrevivir a la ominosa tempestad: claridad, buscar en esos yacimientos de la literatura el fósil que rescate de la prosa por la poesía, y causar efectos más relevantes que los ocasionados por esta generación contemporánea, carente de esa electricidad literaria que ostentaban aquellos escritores anacrónicos (según Murena), que retaron al tiempo, a quienes sus palabras y sus pensamientos estuvieron por encima de los géneros y ondularon sobre las tendencias de los momentos.

Cada escritor penetra las cavernas de una mina para tocar a oscuras la maquinaria oxidada y al entrar en contacto con ella una extraña fuerza carga la palabra de nuevos contenidos (diría Eduardo García Aguilar), pero antes de renovar es necesario volver a la caverna, hallar la mina, no alterarla sino cargarla de contenidos que la renueven. Correr ese camino de filosofismos y estigmas de tendencias y espacios y tiempos, movimientos y géneros, nos hace absolutamente unos tontos críticos literarios, sin intentar ni siquiera saber de que están tratando, cómo y para qué, porqué y para quién, que las acertadas respuestas a estos interrogantes, dan con la intención diáfana del autor.

Toda poesía es esencialmente visionaria, y sólo hay una poesía verdadera, la poesía esencial. (Álvaro Mutis), no hay diferencias de tiempos, hay diferencias de estilos que es otro asunto. La validez y la intensidad de la poesía se hallan en las Églogas de Garcilaso, en los Tercetos de Dante, en las Rimas de Bécquer, en los sonetos de Petrarca, en los versos de Neruda, o en un poema de Whittman. El poeta esencial de la edad Media, en la Roma de los Césares, en la Antigua Grecia, o en la época contemporánea, siempre en realidad ese gran poeta se acercará a la incandescencia de la poesía. Habrá diferencias de tono, de estilo, de lenguaje de acento, pero la esencia es la misma. El traje entero siempre será el mismo, aún cuando el tiempo arrase con las tendencias de moda. El músico que realiza oberturas clásicas si pensara en el consumidor común acabaría por hacer música comercial y desarticulada a sus propuestas. Estoy de acuerdo con la renovación, sin carecer de la esencia de la poesía misma y del autor mismo.

El arte debe escapar de esa organizada casualidad de la historia. El arte es un pequeño milagro que sucede sin depender del artista, mucho menos de la política, o del Estado, o los fenómenos sociales, movimientos y tendencias culturales de la época que lo sepulten en las modas. Una Égloga de Garcilaso palpita con la misma intensidad en la actualidad con una presencia absoluta. No está más lejos el hombre de un poema de Rimbaud, Baudelaire, Borges, Zorrilla, Juan Ramón, Kevin Bello o cualquier otro. El fenómeno en el fondo es el mismo. Es un intento de cerco, de acercamiento, de posesión de una verdad esencial. Lo único que con el tiempo no muere es la poesía, es la obra, la prosa, el pensamiento. Los autores somos totalmente transeúntes, pasajeros y efímeros, pero la visión que ha tenido el poeta del mundo y de sus elementos durará mucho más tiempo que el hombre y pertenece a una eternidad inconcebible. Y ésta ha sido mi visión de este mundo.  De la actualidad del mismo, que se preocupen los periódicos, yo me preocupo de la actualidad de mí ser. No sólo he asimilado los avances de la literatura de mi país, sino la realidad que vive el mismo, el caos y la vorágine que ha trascendido en un bicentenario, y el ruego de bálsamo que implora mi nación por escapar de este torbellino (como el que arrasó con Macondo), y entonces comprendí lo recitado por Borges, que el trabajo del poeta no está en la poesía, estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable, así sea con reiteraciones de adjetivos, pues bien lo ha dicho el hijo del telegrafista, cuando habló de la carpintería, de los conectores y los adjetivos que no deberían estar pero están para causar el acto hipnótico al lector. Es por ello, amigos míos, que el lenguaje y la técnica, son instrumentos en mí determinados por el tema de la obra. Ya que comprendo una vez más. Que el arte moderno exige el bálsamo de la risa (Borges), y no el lloro de un lenguaje deteriorado y unas imágenes reiteradas en los diarios y los noticieros. Cuando no se escribe para decir algo no vale la pena escribir (Eduardo Caballero), no quiero ser metacrónico (más allá del tiempo) sino, anacrónico (contra el tiempo), así intentaré librarme del tiempo, así me toque retroceder algunos siglos, escribiendo para el olvido, y si tengo suerte, lograré que me recuerden.

 

 


Comentarios (1)

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La gratitud también es un modo de pensar,la fuerza de tus convicciones determina tu éxito no el número de tus seguidores ,por eso debemos aprender a tener errores por qué así entenderás que no son errores si no experiencias acumuladas

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