Slawomir Mrozek: Baltasar (Una autobiografía)
Acantilado, Barcelona, 2022.
Lo precioso de una vida contada unido, en sí, a la obra de uno de los autores más destacados (por su finura estilística, por su ontológico sentido del humor) de la literatura polaca actual constituye un reclamo difícil de eludir por cualquier lector atento El autor, reconocido por su condición de dramático, se siente tentado de comenzar por el final (una forma de final) cuando escribe: “Terminé el nuevo drama (Los invitados de Abraham) en 1999 y hasta la fecha no ha sido representado en ningún teatro de Polonia –su tierra natal- ni de otro país del mundo” Él murió en 2013, fecha de la edición de este libro, y tiene tiempo de escribir todavía; prevé en su decepción como una forma de muerte literaria, pero, escribe, ‘afortunadamente no me he muerto todavía’ y especula acerca de este hipotético final en dos explicaciones: “La primera, que mi tiempo se había agotado, y esto no habría tenido nada de extraño si no hubiera escrito dramas durante cincuenta años (…) Había notado los primeros indicios del declive todavía en México, donde residía” “La otra explicación, continúa, es más sutil. Cuando me marché (de Polonia), mi mundo se amplió considerablemente y empecé a percibir su diversidad” Piensa, desde luego, que ‘la Polonia de entonces era sustancialmente distinta de los países de Occidente, unas características de las que muestra ahora que es miembro de la UE. “Por lo tanto, tengo el derecho a escribir que Polonia estaba limitada. Puedo también aventurar la tesis de que Polonia está limitada, tenga el régimen que tenga” La capacidad crítica de un autor desarraigado de su realidad política y social es algo que marcará definitivamente su trayectoria y visión hacia su propio país. Pronto, no obstante, aclara: ‘volvamos al presente, del que va a tratar este libro’ si bien añade, no sin ironía, pero antes de seguir la narración, permitan que me adentre en el pasado’ (Pensemos: es como cultivar la planta a través de la raíz) Y es que resulta muy explícito en su trayectoria y reconocimiento personal algo que subraya: Blonski opinó de mí mientras yo estaba en el extranjero que ‘tenía a mis espaldas siete piezas dramáticas, pero solo una era capaz de llenar una velada entera en un teatro’ Y había escrito también que ‘escribo como si no fuera capaz de soportar el contenido en su estado, por así decirlo, ‘natural’, sino que necesito una carga ‘sobrenatural’. Es decir, ‘tengo que elevarme al nivel de lo absurdo, de lo grotesco, de la esperpéntico y estrafalario. Solo cuando percibo algo peculiar y enigmático soy capaz de desarrollar un tema” ¿Lo resolvió en sus estancias fuera de su país? Tal vez, aún así, ‘tengo que reconocer que mis últimos años en Polonia (sus últimos años de vida) no he notado una muestra de odio o siquiera de envidia (…) Siento, por ello, una enorme gratitud hacia los polacos’ En adelante (del libro) revisa su pasado: “Cracocia fue la primera ciudad de mi vida. El mero hecho de pisar los adoquines o el asfalto y no un camino vecinal fue para mí un descubrimiento inolvidable. Debo añadir que, en la época de mi infancia, en las aldeas no había electricidad Corría el año de 1935. Mi padre seguía trabajando de ‘ambulante’, es decir, era un empleado de ferrocarriles que recorría toda Polonia con la tripulación de un vagón de correos” Como actitud cívica personal señala: yo también gritaba, igual que mi padre; “no militaba en ninguna organización política. Toda mi política se reducía a sentirme vagamente polaco y, como todos notábamos la creciente presión de los rusos, intentábamos contrarrestarla” Vivió gracias a una ayuda estatal, en París, y resume: “desde un cierto punto de vista, la vida de clochard tiene sus ventajas. Es muy variada y crea situaciones divertidas” ¿Acaso está respondiendo a aquel comentario-crítica de Blonski acerca de su ‘naturaleza’ de autor? Desde luego, la ampliación de su mundo físico como extranjero, como observador privilegiado, lo puso de manifiesto en todo momento por razón de sus viajes.: “Debo decir que Venecia superó todas mis expectativas, No era de extrañar. Me hallaba en un lugar único, irrepetible, separado del mundo, incluso del mundo occidental. Aunque esto iba a comprenderlo más tarde. Caminé por Venecia preso de un frenesí. Parte de aquel frenesí se trasluce en algunos fragmentos de mi relato Moniza Clavier” Había nacido en un pequeño pueblo de Polonia, Borzeçin, en 1930. Es de señalar que, a partir de 1957 –después de iniciarse como periodista y dibujante satírico –cualidad muy manifiesta en sus magníficos relatos cortos- su carrera se desdobla en dos: la de autor dramático (La vida difícil, Dos cartas, El pequeño verano’ ‘La vida para principiantes’) y la de narrador (‘Juego de azar’, El elefante’por ejemplo) Tras haber sufrido un ictus, y por recomendación de sus médicos, inició el recuerdo de su vida para redescubrir su voz y su identidad, algo que supo plasmar con afinada prosa, capacidad observadora y lúcido sentido crítico con humor, y ello es la muestra que el lector tiene ahora delante. “En este libro –escribe su traductor- Baltasar, alias Slawomir Mrozek hace balance de su vida y se valora a sí mismo. Como no posee ningún reino que dar a nadie, reparte lo que tiene, es decir, su sabiduría. Según ella, lo que nos une es la memoria y la palabra.¡He aquí el único reino del hombre! Pues sea, lector.