A mitad de camino entre la realidad y la ficción
El género es al menos sospechoso. Consiste en tomar elementos de la realidad o personajes de la realidad y acompañarlos durante un trecho de sus vidas, luego, en el momento en que el lector menos lo sospecha, rellenar los agujeros de la memoria con hechos o circunstancias completamente ficticios. Las historias, de ese modo, no aspiran a ser un reflejo de la realidad sino más bien una de las diversas explicaciones posibles.
A esto juega Javier Cercas (periodista y escritor español) en Soldados de Salamina. Rafael Sánchez Mazas es un conspicuo miembro de la aristocracia madrileña de las primeras décadas del siglo XX. Vive unos años en Italia y luego regresa a España obnubilado por el ascendente nacionalismo de Mussolini. Pretende instaurarlo en España en reemplazo de la incómoda e insolente República que se ha constituido hace poco tiempo en lugar de la monarquía. Entonces urde su plan. Convence a su amigo José Antonio Primo de Rivera para que sea el ícono del nuevo movimiento con el que intentarán reestablecer el orden antiguo. Crean la Falange. Sánchez Mazas se convierte en el ideólogo del movimiento que arrastrará a España a una guerra civil sangrienta y prolongada.
Durante la guerra civil Sánchez Mazas cae prisionero del ejército republicano. Cuando el ejército de Franco ha tomado ya el control de prácticamente toda España y sólo en Barcelona se mantienen vivos los estandartes de la República (menos para organizar una contraofensiva que para permitir un repliegue ordenado o huida decorosa hace Francia) alguien, nunca se sabrá quién, ordena el fusilamiento de Sánchez Mazas junto a otros prisioneros importantes.
Los hechos que se suceden la tarde del fusilamiento son confusos. El pelotón de soldados designados para la misión tiene la cabeza puesta en otra cosa, el ejército de Franco está cerca (tomaría Barcelona dos días después) y urge la necesidad de escapar hacia la frontera y quedar a salvo. Dos de los fusilados son apenas heridos y se escapan hacia un bosque cercano. Sánchez Mazas es uno de ellos. Durante el inmediato rastrillaje un soldado lo encuentra escondido en una leve declinación del terreno, manchado en su rostro por el fango y en su honor por el miedo que denotan sus ojos. El soldado por un momento permanece mirando a Sánchez Mazas, cuando escucha los gritos de su jefe se limita a responder: “por aquí no está”. Así se salva de morir quien al cabo de unos pocos meses sería ministro del gobierno de Franco.
Cercas se obsesiona con la búsqueda de aquel soldado anónimo que salvó a Sánchez Mazas. Cree que si logra hallarlo, si es que aún vive, podrá saber lo que pensó al tomar aquella decisión y tal vez, de ese modo, pueda comprender (si es que hay explicación y vale la pena buscarla) el sentido de aquella guerra absurda, la razón de tanta muerte, de tanto odio, de tanta estupidez.
A Primo de Rivera le gustaba repetir una frase de Oswald Spengler según la cual, a última hora, siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado a la civilización. Tal vez de ese modo, por ejemplo, a partir del heroísmo de un pequeño grupo de soldados la batalla de Salamina se haya decidido a favor de los Griegos, 500 años antes de Cristo, y permitido que la civilización occidental se salvara.
Soldados de Salamina no es la novela de los Sánchez Mazas ni de los Primo de Rivera. Es una novela sobre héroes anónimos que murieron olvidados y desconocidos. A los que nunca nadie les agradeció haber muerto por una patria o por una idea. Porque, como afirma un ex soldado de república, “... no hay ni va a haber nunca ninguna calle miserable de ningún pueblo miserable de ninguna mierda de país que vaya a llevar el nombre de ninguno de ellos”.
Sin lugar a dudas se trata de una de las mejores novelas españolas de los últimos años. Logra emocionar rehusando de los golpes de efecto o de artificios ilegítimos. Logra explicar la guerra civil desde la perspectiva del último soldado del último batallón derrotado en cruzar la frontera con Francia (donde lo espera otra guerra). Sorprende al hacernos ver que, sobre un tema tan trillado como el de la guerra civil española, aún quedaban cosas por decir.
Carlos Verucchi