Te quedan lindas las trenzas, de Patricia Severín
Por Santiago Alassia*
Esta novela genera tres operaciones que son reveladoras.
La primera operación es construir una mirada. Una mirada singular. Es la mirada de Lina, la protagonista, la narradora, que es una nena, y que empieza a mirar el mundo circundante. Esto ya es revelador; poder hacer un mundo aparecido a través de la mirada de una nena. Hacerlo, y hacerlo ver, y desde un cristal tan particular. Pero lo que va descubriendo esa mirada es la llegada a una conclusión aterradora: la caída del hogar. No es que ocurra ninguna tragedia; no hay guerras, ni bombas, ni muertes. Hay, sí, el progresivo desgarro, el deshilachamiento de eso que parecería ser tan propio, tan “natural” cuando uno es un niño: el hecho de tener un lugar donde ir. Un sitio al que pertenecer, una casa, una familia, un refugio, un cobijo, un paisaje al que volver cada día para que la vida sea posible. Un espacio hecho de aromas, juegos, abrazos, rituales ordenatorios del mundo y de la realidad, en definitiva, eso que parecería como tan propio, tan “natural” de la infancia. Quiero decir, entonces, que esa conclusión aterradora va apareciendo de a poco, despuntando por detrás de “la acción”. Y a medida que avanza la historia vamos presenciando cómo Lina está atrapada por un enjambre de humanos venenosos. Una madre eternamente malhumorada. Un padre distante que sólo quiere mirar las estrellas. Un hermano mayor capaz de ejercer cierta maldad perversa. Un abuelo quejoso que escupe noche y día. Otro abuelo indiferente que sólo quiere jugar al golf. Y las dos abuelas, personajes centrales de la historia, que parecen ser totalmente contrapuestas pero que, en el fondo, no lo son tanto: ambas expertas en el arte de esconder la basura debajo de la alfombra.
La segunda operación tiene que ver con plantear preguntas. Dice Marguerite Duras que los buenos libros son aquellos que se nos incrustan en el corazón, en el pensamiento. Libros que en definitiva hablan de lo único importante: el duelo profundo de una vida. Esos libros abren preguntas. Y en “Te quedan lindas las trenzas” aparecen preguntas.¿Cómo es posible estar juntos? ¿Con quién, con qué, hacer comunidad? ¿Quién irá a decirle a esta nena “yo me hago cargo de escuchar tu mirada”? Son preguntas que flotan. Si la primera operación viene dada “en la letra” del texto (en la superficie, en sus dispositivos narrativos, es decir, en lo que se cuenta, en los personajes, en los escenarios, en la trama, en la progresión dramática del relato, etc.), esta segunda operación funciona por debajo, solapadamente, en el ámbito de lo sugerido, sin revelarse nunca del todo.
La tercera operación es un pase de magia. Se trata de ofrecer una hipótesis de respuesta. Convocar una respuesta posible; una respuesta ética y poética ante las preguntas antes desplegadas (¿Quién? ¿Dónde?). Y la respuesta es nosotros. Nosotros, los lectores. Nosotros, los lectores, podemos hacer comunidad con Lina.¿Acaso la lectura es otra cosa más que una especie de fuerza empática? ¿Acaso un lector es algo distinto de alguien que mira, que escucha, que aloja a ese otro al que lee?
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*Santiago Alassia es un poeta, escritor, actor y director de teatro argentino nacido en Rafaela, Santa Fe, Argentina, en 1979.