Vivir es ser otro, novela de Kintto Lucas Un caleidoscopio del amor, la soledad y la locura
Por Luis Zúñiga *
¿Es el caleidoscopio un juguete o un pequeño telescopio imaginario para mirar vidrios de colores? Eso tal vez me preguntaba cuando de niño veía a través de su visor. Lo que observaba aparecía siempre como un enigma, hasta que alguien me explicó no sé qué cosas sobre el fenómeno de la luz, los colores y el reflejo. Todo era posible al girar el caleidoscopio. Un solo golpe podía cambiarlo todo. El giro rápido o lento del cilindro provocaba un efecto armónico muy distinto; era la estética que lograba la simetría de los pequeños fragmentos de colores. En realidad, mirar por el visor del caleidoscopio equivalía a observar el orden y el caos contenidos dentro de ese cilindro mágico. Tal vez insinuaba un laberinto cuyas aristas marcaban los aciertos o los errores de las deducciones de la mente, de las confusiones del cerebro, de las puertas de la locura, del amor o la soledad, que, a decir de Kintto Lucas, finalmente terminan siendo las mismas. La vida (vista como la única oportunidad para comprenderse a sí misma, o al menos para intuirse), descansa sobre una serie de preguntas planteadas en su juego de dualidades, como una dialéctica de sueños que no encuentran su síntesis en ningún lugar, porque su propia naturaleza los hace destruirse entre ellos para dar lugar a una nueva contradicción. Y así, hasta el infinito. Vivir es ser otro parece un título difícil. Salió de la poesía de Fernando Pessoa y sus cambiantes personalidades poéticas o reales. El propio poeta grande de Portugal dice, en El libro del desasosiego: “Vivir es ser otro. Ni sentir es posible si hoy se siente como ayer se sintió: sentir hoy lo mismo que ayer… no es sentir: es recordar hoy lo que no se sintió ayer, ser hoy el cadáver vivo de lo que ayer fue la vida perdida…” (fragmento escrito el 18 de mayo de 1930). Vivir es ser otro es un título cuestionador desde cualquier ángulo que se mire, se perciba, se piense o se sienta (me quedaría con esta última dimensión, que es donde permanece la poesía). Pero la poética del lenguaje (en la prosa, en una narración) no solo está condicionada por el juego racional de las palabras, por su combinación lógica o ilógica, sino por el peso de lo simbólico; diría tal vez que por la cualidad de los laberintos que nosotros mismos construimos durante la vida, para expresarlos cada uno a su manera. Kintto Lucas se refiere a que: “Vivimos en un laberinto perpetuo tratando de encontrarnos y desencontrarnos. Depende de la puerta que se abra para ir camino de un mundo o de otro. Depende de la puerta que se abra para ir camino de la soledad, del sueño o de la muerte. La muerte siempre está en alguna puerta, todos los laberintos llevan a la vida y a la muerte”. “Alguna vez me sentí perdido en ese laberinto, ahora no. Ahora creo que las puertas siempre son una solución, así te lleven a un precipicio. Así te lleven a ninguna parte, las puertas mantienen la ilusión de sortear el laberinto”, Ernesto Sábato, en su ensayo Antes del fin, abre su propia puerta existencial diciendo en un fragmento: “De alguna manera, nunca dejé de ser el niño solitario que se sintió abandonado, por lo que he vivido bajo una angustia semejante a la de Pessoa: seré siempre el que esperó a que le abrieran la puerta, junto a un muro sin puerta”.¿Qué conexiones podemos encontrar entre la literatura y la vida de sus autores? Bueno, esta pregunta se vuelve repetitiva; tal vez la vienen haciendo por más de un siglo, y existen al respecto tantas biografías y ensayos escritos. Sobre este asunto es mejor que contesten los estudiosos de la literatura o los expertos académicos. En mi caso, lo digo como un simple lector. Luego de leer Vivir es ser otro puedo decir que me he topado con un verdadero laberinto (en el sentido de haberme encontrado ante un desafío). Sin quererlo, de manera inesperada me he visto empujado a caminar allí dentro, sin conocer el desenlace, o probar una escapatoria, una esperanza (aunque sea falsa) para aliviar la caminata hacia el precipicio. Aunque los laberintos suelen tener, a la larga, una salida, el juego de esa aventura es incierto. Un laberinto está rodeado de miedo (o al menos de una fuerte desconfianza), de desconocimiento de lo que viene, o de una sorpresa cuya respuesta está dentro de nosotros mismos. En el libro de Kintto Lucas, la realidad no está afuera, está dentro de quien camina buscando puertas y salidas para calmar esa suerte de angustia que puede provocar la vida (ciertas vidas); lo demás está conformado por figuras míticas, dioses creados o espíritus poderosos como Yemanjá o Pomba Gira, salidos de la religiosidad afrobrasileña, con los cuales el amor siempre se vuelve una búsqueda para escapar del desamparo o la soledad, o del encuentro con uno mismo. Allí están los personajes de Vivir es ser otro (Luza o Azul), sean como voces o como cuerpos apasionados y consciencias en movimiento, que buscan vivir en distintas geografías y momentos de América Latina, Portugal o de cualquier otro lugar. Estos personajes aparentan ser testigos de un presente que se disuelve de pronto en un simple recuerdo, mientras tienen como escenario de fondo sucesos políticos, sociales, antropológicos o artísticos de nuestro continente; todos ellos tejidos en un laberinto histórico, donde el amor tiene también su espacio y cabida. Una historia laberíntica, como es la latinoamericana, no puede parir algo que no sea laberíntico pues nacería desnaturalizado. De allí que el amor aparece también como un laberinto en la novela de Kintto Lucas, al igual que la soledad. Diría que son complementarios y son esencia en sí mismos. En Vivir es ser otro, la mente y el cerebro dejan de ser una materia de la psiquiatría, la sicología o la neurología, con sus vacíos inexplicables, como sistemas de investigación condicionados y efectos colaterales en aumento. La máquina del cerebro se vuelve material literario para dar vida a una narración (en el primer laberinto); ya no interesan los mecanismos del razonamiento, la conducta y las fallas de ese sistema (que, además, hoy en día correría paralelo a la realidad virtual, al disco duro y a la inteligencia artificial). En este primer laberinto, donde tiene lugar el arranque de toda “racionalidad e irracionalidad” (entre comillas), es el espacio donde se arrinconan los propios sentimientos de los seres humanos, con sus confusiones y miedos, con sus dudas e intuiciones, pero sí conscientes y agobiados por la sociedad en la que viven, aunque también dispuestos a transformarla. Vivir es ser otro propone un tentador desafío para levantar capa por capa el tejido literario del que está hecho un laberinto (a veces tan doloroso como si se tratara de la disección de un cuerpo en vida). A ratos deja de ser una novela (en su estricto sentido) para convertirse en memoria, en ensayo periodístico o prosa poética. Para un escritor de oficio, como Kintto, la técnica de narrar se impone; las voces, la intertextualidad, la divagación, la reflexión histórica o filosófica ─atravesadas por la posición política del autor─, forman el material mismo del que están construidos los laberintos reales o imaginarios de la vida y la sociedad. Por ello, hay que vivir para ser otro. Hay que caminar mucho para conocer y reflejar, para ser otro en un mundo diferente. En el libro de Kintto Lucas, como en el caso del caleidoscopio, se reflejan las variadas intensidades e intenciones que tienen los colores. Hay veces que se sobrepone el gris; en otros momentos, revientan las tonalidades vivas de los carnavales de Río o las texturas cromáticas de Bahía en el nordeste de Brasil. Vivir es ser otro elabora la extraña trilogía de la magia del amor, la soledad y la locura, como referentes de esa búsqueda inacabable que encierra la propia naturaleza humana.__________________ * Escritor ecuatoriano. Su novela Manuela (1991) sobre Manuelita Sáenz es reconocida internacionalmente. Entre otras obras ha publicado las novelas Rayo (1997), Extasia (2007), Un as de alto vuelo (2010) y Karaoke (2015), además de poesía y teatro.