Apuntes sobre narrativa argentina actual

Apuntes sobre narrativa argentina actual

                        Narrar desde la zona 

 

 

Por lo tanto, no hay zonas.

 No entiendo, termina Lescano, cómo se puede ser fiel a una región, si no hay regiones.

No comparto, dice Garay.”

          Juan José Saer

            Discusión sobre el término zona

 

 

            Textos:

  

Las aventuras de la China Iron, Gabriela Cabezón Cámara. 2013.

 

Distancia de rescate, Samanta Schweblin. 2013.

 

La vertiente, Sergio Gaiteri. 2013.

 

Las cosas que perdimos en el fuego, Mariana Enríquez. 2016. 

 

La casa junto al tragadero, Mariano Quirós. 2017.

 

Inundación, Eugenia Almeida. 2019.

 

Los llanos, Federico Falco. 2020.

 

No es un río, Selva Almada, 2021. 

 

            . 

            En estos últimos años, la literatura argentina parece escribirse desde diversas zonas. No es una escritura que diga las zonas, repitiendo el formato pintoresquista de otros momentos de la historia literaria; es una narrativa que recupera la noción de zona saeriana para escribir desde allí.

            El epígrafe revisita la discusión sobre el términozona que propone Saer en Argumentos (1):  ni un recorte geográfico ni una delimitación socioeconómica, la zona es un universo de sentido que se afirma en el lugar reconocible de una cultura desde la cual se escribe sobre el mundo.  

            Luego del esplendor de los grandes nombres, hacia la mitad del siglo anterior, la crítica literaria nacional eligió la denominación de regionalismos para designar textos que habitualmente se producían desde el interior del país; el perfil costumbrista, cierto conservadurismo o algunos simplismos celebratorios del paisaje daban razón a esa designación, que no escondía algún gesto peyorativo. Cuando desde las provincias se comienza a escribir una verdadera literatura nacional, advertida tempranamente por Roa Bastos, que la llama “realismo profundo” (1) o en trabajos críticos como los que María T. Gramuglio dedicó a los cuentos y novelas de Juan José Saer (2) hablando de la “delimitación de un espacio narrativo”, la escritura “regional” traza otros horizontes, problematiza sus contenidos y perspectivas, revisita el paisaje, lee las nuevas experiencias de la narración universal, distanciándose del realismo mágico para acercarse a Onetti, Roa Bastos,  Rulfo,  Faulkner, Calvino; escarba en el enigma humano como los mejores textos escritos en lengua española hacia fines de siglo. Construyendo a partir de esa creativa maduración emerge la escritura de J. J. Saer, Daniel Moyano, Héctor Tizón, Hebe Uhart, Antonio Di Benedetto, Haroldo Conti, J.J. Hernández, Abelardo Castillo, Angélica Gorodischer y otros en las últimas décadas del siglo que se fue.

            En el siglo presente, como herederos de esa generación reconocida y estudiada fronteras afuera antes que en el propio territorio, las escritoras y los escritores de la zona (donde nombres y apellidos de mujeres se constituyen en mayoría natural) profundizan esa mirada resemantizando la noción de lo regional, desplazándola del simplismo que categorizaba lo capitalino como nacional y como regional a todo lo demás. Profundizar y desplazar es advertir y trabajar desde las complejidades del espacio de narración, comprender y desnudar las tensiones de la zona, porque la zona es precisamente un complejo universo donde el lenguaje pugna para decir lo nuevo.

            Así, la zona de Cabezón Cámara, que desliza el desierto que dibujó la gauchesca del siglo XIX, pampa androcéntrica donde sucede la tragedia de Fierro, hacia el litoral verde y fluyente de las mujeres cuyos nombres elude el texto hernandiano, configura un primer gesto en el que la mirada feminista afirma su diferenciación y tensiona con el texto gauchesco, dejando ver, detrás del brillo patriótico, las opacas referencias patriarcales.

            También en Schweblin la zona es la pampa, pero es otra pampa: la que vive en el estupor de las fumigaciones del agronegocio; mujeres sacudidas por la violentización de sus días intentan escapar del drama y volver, desde la desesperación, a la calma natural que, suponen, existe en algún lugar.

            Es en el realismo implacable de Gaiteri donde se puede leer una dislocación, un quiebre en la relación con la zona: quiebre que sin embargo determinará el modo de ser de sus personajes deambulantes, que en apariencia encuentran un lugar (las ciudades que rodean a Córdoba como ecosistema serrano, a veces atractivas por lo que dejan ver, a veces sórdidas por lo que pretenden ocultar). Esa dislocación se configura también como lengua, como memoria, como experiencia colectiva que se cuenta en el entrecruce de los textos.

            El conurbano es otro escenario que se convierte en zona en los cuentos de Enríquez; un universo que se abre como compleja trama social y cultural a una narrativa que adivina dónde late el terror revisitando sus rincones y devela los límites feroces de un paisaje donde se entremezclan desigualdad, desmesura y miedo en el vértigo inatrapable de los bonaerenses.             

            El personaje de Quirós no habla. En la zona que elige conviven la fiereza natural y el estremecimiento de lo extraño. Mudez que se hace estupor en el monte, en la casa, en el río. Esos espacios, despojados de atractivos turísticos, potencian la noción de naturaleza como maldición: la potestad final y fatal del mundo salvaje triunfando sin piedad ante la debilidad del hombre de la modernidad técnica.

            Impiedad que reaparece en las sierras cordobesas desde el paso devastador de un arroyo convertido en inundación en la narrativa de Eugenia Almeida. Hay un avance indetenible que transfigura el paisaje en calma y recibimiento en una zona de desborde, asombro y expulsión, espacio donde lo real tiembla para ser hiperreal, como la escritura.

            En Los llanos, de Falco, la quietud es el vacío de la pampa céntrica; la huerta que promete y desgasta se parece demasiado a la tarea del escritor.  La convicción de volver a un espacio reconocible, la ilusión de afirmar la existencia en la quietud y el desacople del ritmo urbano colisionan, sin embargo, con la conciencia del vacío, del campo como abismo, de la existencia como hueco insondable.

En la novela de Almada, el lugar es centro del mundo; la deixis espacial radicaliza el aquícomo diferenciación y pertenencia. Caminar el sitio de noche, sabiendo dónde pisar para no molestar culebras, esquivando espinas que no se ven, es la constatación de un vínculo íntimo, corporal, de los isleños al río, al monte, como una respiración común. El agua, el monte y el fuego gobiernan la zona donde tiritan las vidas de hombres y mujeres en una intemperie que cobija, pero también azota.

Hay perfiles y signos distintivos que esta generación de narradoras y narradores comienzan a marcar. Hay napas que sus lectores ya adivinan y valoran. La perspectiva feminista, al compás del movimiento cultural más impactante e influyente de los últimos tiempos, también en Argentina, potencia los textos y les otorga espesor ético: desde la reescritura que emprende Cabezón Cámara hasta la denuncia que late en los textos de Almada, desde la reivindicación de la escritura de mujeres en Almeida hasta el coraje de Schweblin para indagar la maternidad sacudida por el sistema donde el dinero es padre. También, en la novela de Falco, los modos del amor de pareja son tratados con la naturalidad y el respeto que las luchas de derechos igualitarios lograron convertir en paradigma.

La perspectiva ecológica también ingresa en esta narrativa, nunca para romantizarla, sino para focalizar desigualdades, tensiones y contradicciones que las miradas reduccionistas no logran advertir. Desde las zonas, las producciones literarias desnudan la relación de hombres y mujeres con la naturaleza y la cultura sin jerarquizaciones, entendiéndolas como universos en interrelación, desplazando la noción de la modernización que sobreestima a la cultura (donde la ciencia y la técnica son centro) decidiendo sobre lo natural; esa obsesión histórica del progreso arrasador escondió, como entienden algunos estudios feministas al respecto (4), las formas patriarcales en el espacio racional-técnico-científico y las femeninas más próximas a la “naturaleza”, desvirtuando la responsabilidad igualitaria del cuidado ambiental. Los textos que repasamos, producidos en esta última década, en el contexto ineludible del discurso ecofeminista y el debate sobre cambio climático, se dejan atravesar por estas problemáticas, ofreciéndose como escenarios para esta disputa de sentido, como nunca antes ocurrió con la literatura nacional.

El bosque oscuro de Quirós; el campo castigado en el texto de Schweblin; el otro campo, como vacío, en Falco; el arroyo devenido en furia en la prosa de Almeida; el desierto martinfierrista devenido en litoral que fluye y verdea, en la novela de Cabezón Cámara, son apenas algunas evidencias de un modo distintivo de ver, entender y escribir sobre el paisaje y los sujetos que le dan sentido, eso que intentamos llamar, aquí, las zonas.

Ese carácter distinto encuentra en algunos textos una variante que sondea los límites de la ficcionalidad. Entre el terror, que ya repasamos en los cuentos de Enríquez, ciertos registros paranormales (en Nuestra parte de noche, de la misma Enríquez, de 2019 o La maestra rural, de Luciano Lamberti, de 2016) pero también en otros que plantean metáforas como potentes símbolos oníricos (Conservas o Pájaros en la boca, de Schweblin, de 2009) u otros, tejiendo la trama del esoterismo que denuncia crímenes, miserias y violencias (Cometierra, de Dolores Reyes, de 2021). 

Algo nuevo tienen para decir, además, estos textos: una reformulación de los modelos genéricos de narración. En muchos de estas producciones es dificultosa la denominación del modelo literario. Las escritoras y escritores de la zonaobligan a interrogar a cada texto cuando se pretende la clasificación tradicional de su género: ¿Es una novela Los llanos, donde respira el monólogo poético de un narrador que no novela? ¿Qué nuevo género inventa Distancia de rescate aproximándose al diálogo psicoanalítico más que al discurrir habitual de un relato? ¿Cómo designar el fragmentarismo de Inundación? ¿Denominaremos simplemente novela al espesor narrativo-cinematográfico de La casa junto al tragadero? ¿A qué modo narrativo remite la respiración poética de No es un río? ¿Cómo se llama el cruce de cuentos de La vertiente, cuando su trama presagia un relato novelesco? ¿Qué es ese texto que opera sobre la poética gauchesca desde las formas, también poéticas, de una novela?

A partir de un lenguaje que reclama y ensaya formas nuevas, la literatura argentina de estos años comienza a buscar su sitio singular, las zonas donde murmuran sus propios nombres.

           

           

                                                                                                          Sergio G. Colautti

 

  • Saer Juan José, Discusión sobre el término zona, en Argumentos, en La Mayor.
  • Roa Bastos Augusto, prólogo a La lombriz, de Daniel Moyano. 1964.
  • Gramuglio María Teresa, El lugar de Juan José Saer. 1984.
  • Puleo Alicia, Feminismo y ecología. Un repaso a las diferentes corrientes del ecofeminismo. El ecologista. nro 31. Valladolid. España. 2002.

 

 


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