Octavio Paz de noche

Octavio Paz de noche

Por Joel Bulnes

Hace unos días, estando ya en la cama, mi esposa me pidió que le leyera “algo”; ese algo no debía poseer ninguna cualidad particular, si acaso, ser monocorde: lo que ella quería era escuchar cualquier cosa que le ayudara a dormir después de un largo día. Sobre su mesita de noche había un ejemplar de “Arenas Movedizas”, ilustrado por Gabriel Pacheco. Tomé el libro y empecé a hojearlo; se trata de un libro de relatos que desde luego yo había leído antes. Leí en voz alta “Prisa” y enseguida “Maravillas de la voluntad”, dos de los relatos más breves del volumen. Mi esposa se había quedado dormida entre uno y otro y yo opté por seguir, pues a esas alturas a mí ya se me había espantado el sueño por completo y me pareció que los textos de Paz no iban mal con la hora, al menos los de “Arenas movedizas” (que junto con “Trabajos del poeta” integran el libro “¿Águila o sol?”). Mis ojos terminaron en “Visión del escribiente”.¿Alguien recuerda este relato o lo ha leído últimamente? Voy a transcribir un pequeño fragmento para que se den ustedes una idea de su pertinencia: “Inútil salir o quedarse en casa. Inútil levantar murallas contra el impalpable. Una boca apagará todos los fuegos, una duda arrancará de cuajo todas las decisiones. Eso va a estar en todas partes, sin estar en ninguna. Empañará todos los espejos.” El texto continúa con su tono profético, estremecedor y exterminador. Me gustaría invitarles a leer o releer este texto de Paz, en especial a altas horas de la noche. Ya picado por la curiosidad, me fui a los “Trabajos del poeta” en donde me topé con esta negra joya de nuestra literatura: “A la palabra odio la alimento con basuras durante años, hasta que estalla en una hermosa explosión purulenta, que infecta por un siglo el lenguaje.” Aquí encontramos una resonancia de aquellos “odios purulentos” de que hablaba José Gorostiza en su poema “Muerte sin fin” de 1939. Al rencor, tema recurrente en Paz, también se refirió Gorostiza en su poema cuando habló de “rencores zánganos.” Odio y rencor destacan en la obra de Paz. Pero no solo odio y rencor. En Paz abundan el polvo, la ruina, las garras y los dientes; los alambres y los pinchos; si hay torres, las torres están cuarteadas y si hay paredes están agrietadas; no hay jardines sino maleza y matorrales. Los frutos están podridos, los muertos son más que los vivos; no hay piel, sino carne a secas o carne de gallina, pero también hay resuello, pedos, pus, vómito, huesos, sudor, sed, jadeos, llagas, pústulas, granos, hinchazones y heridas mal cicatrizadas. Y por supuesto, insomnio, aridez, sed, sequía, resentimiento, culpa, además de los ya mencionados odio y rencor. Echémosle ahora un vistazo al inventario de sus animales: alacranes, escorpiones, arañas, tigres, burros, perros, cocodrilos, tiburones, pájaros negros, cerdos, moscas, moluscos, lagartijas, serpientes, sapos y culebras. Sin mencionar el célebre poema “Las palabras” que por sí mismo constituye un inventario de la violencia, podríamos añadir los siguientes verbos: retorcer, masticar, escupir, roer, ahorcar, aullar, arrancar de cuajo, rasgar separar, hendir, desgarrar, descuartizar, degollar.¿Necesita usted un arma para llevar a cabo su crimen? En Paz encontrará usted espadas, hachas, picas, azagayas, dagas, ballestas, sables, cuchillos, látigos, fustas. Mención aparte merecen los términos judiciales y burocráticos: moratorias, interrogatorios, delaciones, alegatos, edictos, víctimas, testigos, jueces, adjuntos, sustitutos, oficiales en turno, secretarios, porteros, exculpantes… La gente no habla, sino gruñe, aúlla, susurra, cuchichea, se expresa a medias palabras, tararea o hace gorgoritos. El agua en Paz se convierte con enorme facilidad en charco, y su sol no tiene párpados: es un ojo atroz; y por su parte, el día no se levanta sino para aplastar a las estrellas pequeñas. Los vocablos que he enumerado provienen principalmente del mencionado “¿Águila o sol?” que Paz escribió entre 1949 y 1950; pero muchos de ellos también se pueden encontrar en los ensayos que componen “El laberinto de la soledad”, publicado precisamente en 1950. Sin embargo, también los he entresacado de mis recuerdos de “Pasado en claro”, de 1975, obra de madurez en que las grietas, las lagartijas, el vómito, la sed y los odios perduran. Paz nos describió —y se describió a sí mismo— sin mucho pudor ni delicadeza, por no decir que lo hizo despiadadamente, con la violencia de una caricatura. Un ejemplo, de Piedra de sol, del 57: el escorpión meloso y con bonete, el tigre con chistera, presidente del Club Vegetariano y la Cruz Roja, el burro pedagogo, el cocodrilo metido a redentor, padre de pueblos, el Jefe, el tiburón, el arquitecto del porvenir, el cerdo uniformado, el hijo predilecto de la iglesia que se lava la negra dentadura con el agua bendita y toma clases de inglés y democracia… No era virtud de Paz el equilibrio, pero describió con maestría los seres bárbaros, la barbarie y la barbaridad que abundan entre nosotros.¿Quién puede, en efecto, tener equilibrio en estas tierras en las que el sol no nos calienta suavemente ni nos acaricia sino que nos arrasa, y no nos alumbra y permite ver con detalle las cosas sino que nos inunda con su luz? Lo mejor de Paz está precisamente en su falta de equilibrio, cuando linda con lo grotesco y la caricatura, cuando se burla de todo y de todos y nos reduce a los consabidos huesos mondos. Es cierto que también hay sol y transparencia, amor, luz y claridad en su obra, pero me parece que lo mejor de Paz ocurre a altas horas de la noche, en el tiempo de las visiones, del insomnio o la duermevela, de los espectros, del crimen que se comete antes del amanecer en el cuarto del insomne.


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