¿Son esenciales las librerías?
Por Joel Bulnes
Por estos días de pandemia surge la pregunta de si las librerías forman parte o no del grupo de las actividades esenciales y si debemos o no permitir su reapertura. Las librerías son esenciales, ¡no cabe duda!, y deberían gozar de estímulos y protección por parte de la sociedad civil y de las autoridades, cuanto más en momentos de crisis como este, pues, ¿cuándo si no ahora que, en efecto, no pasa un solo día en que oigamos frases como “Fulano está entubado” y “Mengano acaba de perder la batalla contra el COVID”, necesitamos de palabras significativas que nos den un poco de consuelo y nos ayuden a mantener cierta cordura? Es seguro que, entre quienes han desarrollado el gusto y la necesidad de la lectura, el comercio de libros no se ha detenido, al contrario, es probable que hasta se haya intensificado debido precisamente a la situación de zozobra en que vivimos. Si no se puede acudir a una librería, los libros se pueden adquirir en línea sin demasiados problemas. Ahora bien, supongo que este grupo de entusiastas de la lectura es tan reducido que no alcanza para sostener a la industria editorial del país, ni del mundo. Concluyamos esta parte afirmando que el comercio de libros, pese al cierre de librerías debido a la pandemia, no se ha detenido entre un reducido grupo de consumidores que ha podido continuar sus adquisiciones por medio de internet. Creo que la mayoría de los lectores vivimos el confinamiento como una especie de retiro espiritual forzado que nos hace recordar los primeros versos de aquel célebre soneto de Quevedo que dice: “Retirado en la paz de estos desiertos / con pocos, pero doctos libros juntos”.¿Qué es entonces lo que sí hemos perdido con el cierre de las librerías? El paseo, el esparcimiento, el prolongado y placentero mariposeo entre los interminables estantes de libros. En una palabra, ese inalienable derecho de todo ciudadano a perder el tiempo en divagaciones. Es cierto que se puede divagar en cualquier sitio, pero tenemos que reconocer que las librerías proveían un inmejorable escenario para hacerlo. No soy de los que suelen ponerse a platicar con otros lectores ni con los libreros, en general ambas especies me parecen desagradables, pero debo admitir que el cierre de las librerías me ha hecho pensar en todas esas caras que me eran familiares y a quienes, aunque no hayamos intercambiado una sola palabra, empiezo a extrañar. Me parece que una librería digna de ese nombre, es el lugar en el que se va edificando una sociedad. Allí no solamente acuden los intelectuales duros y racionales, sino también y, tal vez, especialmente, aquellos seres dedicados a la subterránea e imperceptible labor de soñar, de edificar mundos más comprensibles que el caótico mundo en que vivimos.