Yuval Noah Harari: Homo sapiens. De animales a dioses
Debate, Madrid, 2019 y 2020.
El hombre es el gran enigma, el gran argumento. La literatura no tendría fundamento, no tendría sentido, sin la trayectoria vital del hombre (acaso validada esta razón por lo seductor de sus secretos) Para tal cometido expositivo, tres estadios bien definidos en este libro de valorada suerte- pues va ya por la decimosexta edición-, sirven como hilo conductor para resaltar la importancia material y espiritual que adorna la condición del hombre. Reparemos. En un primer estadio o referencia, el titulado ‘El telón de silencio’, leemos: “Si el panorama general de la vida de los antiguos cazadores-recolectores es difícil de reconstruir, los acontecimientos concretos son irrecuperables, en gran medida (…) De ellos podemos extraer información acerca de la anatomía humana, la tecnología humana, la dieta humana y quizá incluso la estructura social humana. Pero no revelan nada acerca de la alianza política establecida entre bandas de sapiens vecinas, sobre los espíritus de los muertos que bendijeron dicha alianza o sobre las cuentas de marfil que se dieron en secreto al hechicero local con el fin de asegurarse la bendición de los espíritus” Y concluye: “Lo cierto es que hicieron muchas cosas importantes. En particular, modelaron el mundo que nos rodea en un grado mucho mayor de lo que la mayoría de la gente piensa” Una argumentación nada desdeñable Como segundo paso digresivo y de interpretación –apartado ‘El ideal de progreso’-, el autor escribe: “Hasta la revolución científica, la mayoría de las culturas no creían en el progreso. Pensaban que la Edad de Oro era cosa del pasado, y que el mundo se había estancado, si no algo peor (…) Muchas religiones creían que algún día aparecería un mesías y acabaría con todas las guerras y hambrunas e incluso con la muerte misma (…) Cuando la cultura moderna admitió que había muchas cosas importantes que todavía no sabía, y cuando esta admisión de ignorancia se unió a la idea de que los descubrimientos científicos nos podrían proporcionar nuevos poderes, la gente empezó a sospechar que, después de todo, el progreso real podía ser posible” Y ello gracias a la voluntad y a la inteligencia de ese originario primitivo. Por fin, en un nuevo apartado, ‘Perpetuum Mobile’, se nos dice, oportunamente: “las revoluciones de los dos últimos siglos han sido tan céleres y radicales que han cambiado la característica más fundamental del orden social (…) A lo largo de los dos últimos siglos, el ritmo del cambio se hizo tan rápido que el orden social adquirió una naturaleza dinámica y maleable. Ahora se halla en un estado de flujo permanente. Cuando hablamos de revoluciones modernas tendemos a pensar en 1789 (Francia), en 1848 (revoluciones liberales) o en 1917 (Rusia), pero lo cierto es que, en estos días, cada año es revolucionario” Una vez más, el hombre y sus cualidades en acción. La dinámica de la inteligencia artificial ha acelerado incluso el sentido del envejecimiento. Y el concepto de revolución, gracias (o por causa de) tanta innovación, está implícito en el acto, cada acto del propio hombre (ese mismo que un día se paseaba por la sabana atento a su necesidad, que sería inmediata, pues poco había asegurado y sin esfuerzo) El caso es que, un poco como sensación a la sombra, la inmediatez de hoy a veces pareciera que, engañosamente, pretende robarnos no solo la identidad, sino el mismo futuro; tan lleno de ferviente ansiedad se nos ofrece que no da tiempo a pensarlo, a sustentarlo. Leer para el silencio * ¿Ha sido una sensata evolución la de ese hombre primitivo tan emprendedor? ¿Cuál es, o será, la naturaleza de la tal evolución? Acaso llegados a este punto sería bueno reflexionar, y para ello la misma editorial nos ofrece ahora, creo que oportunamente –y bajo el marchamo de la inexcusable presencia de la imagen- una nueva entrega del mismo libro; algo así como una exposición distinta del mismo tema, más con visos especulativos de futuro. Es decir, no por ello, sin más, repetitiva. Y es que en el nuevo libro un tribunal, presidido nada menos que por la ilustre jueza Gaia (la tierra) pasa revista a los resultados de la labor de ese Sapiens novedoso, revolucionario y responsable del aparente progreso del que presumen muchos Una vez habiendo reparado en el bien del libro anterior como formación-información, he aquí que la editorial, acaso con un criterio didáctico más extenso (desde luego, como experiencia, interesante) da a la imprenta este libro-imagen que cautiva por su originalidad y visualidad. Así es, el texto ha sido organizado de tal modo que al discurso originario se le añadido, a modo de argumento crítico, una fiscal y un abogado defensor. Unas figuras, una imágenes que, por su condición y en función de tales, ayudan a identificar (y a responsabilizar, en última instancia) la ruta aparente de progreso de que se hacía mención en la primera entrega. Desde luego, proporciona una como a modo de lectura colectiva que puede resultar beneficiosa. Y más por lo relevante de su condición de autocrítica. Nada que decir respecto de las imágenes que el diseñador ha ideado para cada protagonista, es su hacer, pero sí el gesto de convicción, o la forma de transmitir estos contenidos-reflexiones como tales (ahora es el icono con perfil de profesor de secundaria quien nos alienta a pensar): “Los humanos antiguos se parecían mucho a los chimpancés. Si lo piensas, somos embarazosamente parecidos a estos primates –el profesor y el alumno examinan unas láminas-, como individuos y en familia” El que sea una instrucción dialogada parece que introduce una convicción de realismo útil y necesaria (p.67) Otras veces son figuras distintas, nativos indígenas africanos (hombre y mujer, por cierto; p.143) quienes expresan, con gesto reivindicativo, lo siguiente: “A veces las bandas vecinas unían fuerzas contra los extranjeros” Y añade, en una nueva viñeta entre explicativa y expositiva: “Esta consideración era uno de los distintivos más importantes de Homo Sapiens, y le dio una ventaja crucial sobre otras especies humanas” El discurso resulta deliberadamente razonado, convincente, y, desde luego, explícito en cuanto a la enseñanza a deducir de lo que ha venido siendo considerado como evolución. Un discurso novedoso, animado y no menos didáctico, antes al contrario, para aquel que quiera entender, no solo leyendo, sino también ‘imaginando’ el razonamiento expositivo’ Y es que este libro-imagen va a concluir con este delator y rotundo veredicto final por parte de la preclara jueza, dotada de toda autoridad: “Remitiré este caso al Tribunal Supremo del Futuro. Todos somos responsable y habremos de responder de nuestras acciones” Y se refiere a lo que ha derivado, como resultado de la acción de ese sapiens, la destrucción progresiva de la tierra; un aldabonazo para despertar la conciencia a favor de la biodiversidad, del mantenimiento de la tierra Hemos asistido, así, a una novedad plausible en lo que tiene de guión crítico, elaborado con criterio y rigor. Y como quiera que este segundo libro es complemento ‘imaginado’ del otro, vienen aquí juntos para la mejor instrucción y provecho del atento lector. Una propuesta muy interesante hacia la conciencia del lector Sea dicho, por fin, que de esta historia, al parecer, habrá continuación editorial. En la previsible voluntad didáctica ya exhibida. Pues bien, bienvenida sea si así es: toda enseñanza es buena, más si es a favor de la conservación de nuestro propio planeta.