DELIA CHINELLATO Y EL ARJÉ DEL ARTE DE ESCRIBIR
Delia Chinellato en su exquisito volumen “Ensayos irreverentes.¿La literatura en juego?” incurre audazmente en el abordaje del arjé de la literatura de un modo ameno, inteligente, creativo y didáctico. Como sabemos el término griego arjé significa etimológicamente principio, fundamento de todas las cosas y del universo, la razón primigenia y fue utilizado por los primeros filósofos para referirse al elemento esencial del que está compuesta y del que deriva toda la realidad material. Precisamente el arjé del libro que propone la autora es desentrañar la naturaleza y fundamento de la literatura, esto es, del arte de escribir bella y creativamente. Para ello se vale en sus inicios del leit motiv del oficio de escribir y recurre a una aseveración egregia de Odysséas Elýtis, Premio Nobel de Literatura: “ Escribo para que la muerte no tenga la última palabra”. Sobre la base de este punto de partida, Chinellato no deja de jugarse con una confesión insoslayable respecto de la raíz de su vocación literaria cuando dice sucintamente:”Porque no puedo dejar de de hacerlo”. La solidez y hondura de estos ensayos residen en un compromiso supravital con la disciplina literaria desde una perspectiva existencial. Alejada de todo cerrado dogmatismo o frío enciclopedismo, Delia Chinellato elige un itinerario de exploraciones de la sensibilidad humana y de los fenómenos mundanos, no exentos del misterio de la imaginación y de lo espiritual. A su vez, la autora no hace concesiones con los soportes mediáticos que suelen recostarse en la banalidad, como la televisión. Lo contrapone con lo arcano y lo onírico. El rescate del cosmos de los sueños nos recuerda a aquella excelsa definición del pantagruélico Hölderlin cuando nos define con la magia de su elevado decir poético: “El hombre es un dios cuando sueña y es tan sólo un mendigo cuando piensa”. Sin embargo, para Chinellato la disciplina literaria se sitúa en lo intrínseco que podemos visualizar en todos los elementos constitutivos de lo humano, donde conviven lo cotidiano, lo pasional y lo racional, el entusiasmo y las cicatrices de los duelos que debemos transitar, lo físico y lo metafísico, lo consciente y lo inconsciente. Todo ello parece constituir en la autora una suerte de corpus que nutre a la literatura y la aproxima a lo abismal y terrenal en consonancia con el más allá. Pero podemos rastrear la literatura tanto en Frankenstein, de Mary Shelley, en Blancanieves, en El mago de Oz como en la personalidad de Galileo Galilei, en la figura homérica de Penélope, en la pintura de Miguel Ángel Buonarroti, en la maravillosa actuación de Al Pacino en “Perfume de mujer”, ópera prima del séptimo arte, o en la sensualidad transgresora de la Chicholina. Las figuras literarias no arquitecturan artificios extrahumanos o extravitales, sino todo lo contrario. La humanidad es, en definitiva, literatura en la medida en que el lenguaje mundano se nutre de esas figuras literarias. Tanto las formas coloquiales como las escritas se hallan gobernadas por las metáforas, las imágenes, la hipérbole, la comparación o el pleonasmo, entre otras. El miedo a la repetición que aterroriza a muchos escritores y lectores, confundiéndola con la opaca redundancia, es un fenómeno proveniente de la cultura española que los argentinos seguimos al pie de la letra. Pero es menester una minuciosa revisión de este concepto o actitud. Los géneros literarios poseen el encantamiento de lo lingüístico y lo vivencial. El proceso existencial, presente siempre en la creación literaria, abunda no sólo en lo agónico, sino además en lo antagónico, no sólo en el yo sino en el compromiso con nuestros semejantes. Esto no hay que entenderlo como un deber del escritor, ya que lo creativo se embarca en la libertad y no en los mandatos de aquello que es ajeno a la condición artística. Porque la literatura es una vocación que nos enamora con las palabras, que no es equidistante del deseo de felicidad, y es afin a los objetivos de libertad, igualdad y fraternidad. La literatura posee una evidente sustancia humanística y su acontecer quimérico es la de los alquimistas de la razón. Leamos un pasaje de estos ensayos para aprehender el efluvio de este volumen que nos reconcilia con la soledad del sueño y el acompañamiento de lo lexical: Entre las causas más inmediatas del impulso o deseo de escribir, supongo que está la búsqueda del aplauso, del reconocimiento, detrás del que va siempre el artista, sea cual fuere la rama del arte en la que trabaja. García Márquez dijo alguna vez: «Escribo porque quiero que me quieran» Otras veces se usa la palabra escrita como herramienta de lucha contra las injusticias, la defensa de posturas políticas o simplemente por la necesidad de comunicarse cuando las circunstancias o la propia subjetividad hacen difícil la expresión oral. El fragmento sintetiza claramente la idiosincrasia del ser literario. La literatura es la vida y la vida es literatura. Escribir no representa un aislamiento del mundo, una cuarentena, vocablo afecto a estos tiempos dolorosos del planeta. El monumental Albert Camus sostenía que “la vida no tiene sentido, pero vale la pena vivir, siempre que reconozcas que no tiene sentido.” Parafraseando al célebre escritor existencialista francés, nosotros deberíamos detenernos en el cautivador sinsentido de la literatura, y que vale la pena gozar siempre que asumamos que es el reino del sinsentido. “Ensayos irreverentes”, de Delia Chinellato, cumple una función fundamental en este siglo XXI caótico, pero a la vez próximo al renacimiento de la necesidad de cambio, Y el libro nos ayuda a sustentar una exploración indagadora de la vida, de las letras y a generarnos esa necesidad de cambio en el marco de la literatura.
Alejandro Elissagaray