Fernando Pessoa: Diarios Completos
(2ª ed.) Ed. Hermida, Madrid, 2020.
Hablar de la obra de Pessoa y utilizar el adjetivo completo para referirse a ella es correr un riesgo perfectamente evitable a sabiendas del famoso baúl (o baúles) de inacabable contenido, por revisar. Diríase, incluso, que uno de los atractivos que alimentan su precisa e iluminadora prosa es la condición de infinitud, y ahora ya no tanto en la cantidad, sino en la multiplicidad de los significados que de ella –casi de cualquier fragmento, por corto que éste fuere- se pueden derivar. Para un lector atento, creo que se puede sostener que esa aura de múltiple, de rica perspectiva es lo que atrae y atraerá a todo aquel que se acerque al contenido –exterior, pero, sobre todo interior- que su literatura posee. “Mi gran melancolía es de nada, es nada” Y ahí radica un todo inabarcable. Lo que se nos presenta en este texto es una antología que, bajo la coordinación y traducción de Gonzalo Torné –una traducción metódica y cuidada- pretende prolongar la vida de su pensamiento (a veces pareciera que Pessoa no narra o cuenta, sino que piensa permanentemente en discurso literario) Tal vez, como se nos explica en la introducción, el autor “pese a estar interesadísimo por su vida, antes que vivirla (acumular experiencias variadas) pretendía usarla para lograr algo que la trascendería: posteridad literaria” Y aquí estaríamos de nuevo ante esa susceptible infinitud de su obra de que hablábamos un poco más arriba. Siempre, eso sí, siempre leerle será un festín, y casi me atrevo a decir que, sea la condición del lector la que fuere, y más allá de su interés concreto, quien accede a sus textos necesariamente ha de quedar transformado por cuanto no solo en ellos encontrará el hecho, sino algo así como la significación interiorizada del hecho. Es como haber pisado una telaraña; inevitablemente quedará prendido en ella y su vida será otra en adelante. No sólo literariamente hablando. Es difícil escapar al hechizo de estas palabras tan únicas, tan elegidas y precisas que nos reclaman al texto, además sin demora: “El menor cambio de mi rutina habitual le proporciona a mi espíritu un sudor frío, un placer vagamente desesperanzado” Aquí, el lector, que estaba lejos antes de iniciar la lectura de este breve fragmento, al leerlo ya se encuentra más cerca de quien le dirige esas palabras, esas dudas o sugerencias. Y en ocasiones para referirle, muy brevemente, una anécdota que, siendo común y sabida, Pessoa la transforma para otorgarle un cierto valor de trascendencia: “El calor como una ropa invisible, qué ganas dan de quitársela” Hacer el camino con este autor –y todas sus sombras invisibles que hablan por él, sus heterónimos- puede resultar agotador pero al mismo tiempo liberador. El hacer el camino se trata, pues, de una cuestión de ritmo, de acompasar el paso; cada cual el suyo. Todos, creo, los lectores de Pessoa tienen la condición de únicos pero, a la vez múltiples. Los sentidos han de estar abiertos en todo momento al menor detalle, a la mayor sorpresa. Se asiste, al poco, a una forma de embriaguez: “Al anochecer, estas calles –siempre Lisboa, siempre su Lisboa como escenario- están dominadas por una sensación de calma que no significa nada; de día quedan bajo la influencia de un bullicio que tampoco significa nada. Me miro: de día soy nulo, es de noche cuando soy yo mismo. La única diferencia entre las calles y yo es que ellas son calles y yo soy alma, pero, ¿qué vale esta diferencia si pensamos en lo esencial de las cosas?” Lo más clarividente del poeta, del pensador, es, pudiera decirse, su propia oscuridad. Lo que nos deja como enigma cada vez que le leemos. Si en lugar de decir, ‘me miro’, hubiese escrito, ‘te miro’, ¿la diferencia de lo dicho, de la pensado, hubiera sido tan radical?. Es más, ¿acaso nos sorprenderíamos o, antes bien, nos dejaríamos llevar por sus especulaciones interiores toda vez que, implícitamente, entendemos que él piensa en sí pero nos define, esto es, piensa por nosotros? Por eso, cuando concluye su pensamiento al decir: “El destino abstracto es idéntico para los hombres y para las cosas”, el lector acaso enmudezca al sentirse vinculado a ese destino que nos ha sido dado. En ocasiones confieso que me es inevitable asemejar el discurso intimista de Pessoa con el de otro gran escritor portugués, Raúl Brandâo, quien, aludiendo al mar –su tema personal, su sangre como escritor- ha sido capaz de definirle como si él fuese mar. Pues bien, así Pessoa aludiendo infinitamente al hombre, a cada hombre.