Geoffrey Hill: Poesía reunida
Lumen, Barcelona, 2020.
El poeta es, o debe ser (representa, o debe representar en su obra), claridad en la conciencia, belleza ante la confusión premeditada, redención contra la tiranía de la maldad; y el caso de este poeta es un ejemplo de tal exigencia, de tal valor. En sus famosos Himnos de Mercia, en el poema ‘Breve historia de la India británica-III’, escribe: “Malcolm y Frere, Colebrook y Elphinstone,/ la vida del imperio como la vida de la mente/ ‘simple, sensual y ardiente’, ajustada/ al claro tema de justicia y orden, ida.// Idos los ascéticos pasatiempos, la erudición/ persa, el jabalí salvaje escondido,/ las acuarelas del sol y del viento./ Los nombres surgen cual filones en rico suelo,// como caparazones de las tumbas mongoles/ torcidas en los campos de arroz, tapiadas/ cerca de cruces ferroviarios y aeródromos.// ‘India es el templo del pavorreal junto a la tienda/ que vende mangola, cítaras y amuletos,/ Budas celestiales sonriendo en su sueño” Es como si toda la ambición del poder y sus símbolos –una forma material de entendimiento- debiera resumirse en las más sencillas realidades cotidianas, las que le den sentido humano y vivo al discurrir cotidiano, a la existencia como referente, como manifestación lejos de cualquier representación más o menos interesada. El poeta, en efecto, ha de aunar las palabras por dentro para que éstas signifiquen a la vez que revelen el verdadero interior, el argumento del ser. Y para ello transforma radicalmente, a través del lenguaje, los vanos discursos en sentimientos vivos que digan del ser lo real, no sus apariencias. En ‘El argumento de la máscara’ leemos: ”De la personalidad como una màscara;/ de carácter como autoinducido e inductor de uno;/ y de la sacralidad de la persona.// De licencia y exorbitancia, de esquema/ y fidelidad; de costumbre y falta de costumbre;/ de disimulo, de envidia// y detracción. De pura preservación, de obligación al mutuo amor; y de nuestros pactos con el lenguaje// contra tyrannos” Si bien en ocasiones a través de un lenguaje de carácter casi simbólico, alude en todo momento a esa parte relevante del hombre donde su identidad viene dada por su comportamiento: ‘costumbre’, ‘pura preservación’, en fin, ‘sacralidad de la persona’ Sólo esa persona es en sí, es representativa y válida como argumento de vida, como sustancia primigenia y a la vez de futuro. Su decir, siendo aparentemente seco, casi metálico, encierra en sí un trasfondo un tanto geológico, mítico, representa en esencia un vínculo inexcusable que va más allá de la inmediata realidad para extender su significación hacia un horizonte hímnico, de libertad.