FILOSOFÍA Y POESÍA: RELACIÓN Y DIÁLOGO
George A. Reyes
Juntos están, los más amados, en las más separadas montañas Hölderlin Hay quienes piensan que entre la filosofía (razón) y poesía (literatura) existe una enemistad acérrima que no puede ser solucionada ni disimulada, que se comprueba en el hecho de que esta última fue desterrada de la ciudad ideal por parte de Platón en su obra La República. En cambio, para otros, pareciera que la filosofía es sinónimo de poesía o viceversa; por ejemplo, el Materialismo filosófico como teoría de la literatura considera que esta enemistad no procede, ya que la literatura es el resultado de la razón humano y, como tal, es construcción humana que brota de la razón humana; cuando se habla de irracionalismo en la literatura este no es más que de diseño, es decir, fingido. En línea con el materialismo filosófico, en contextos académicos la opinión generalizada es que durante el siglo XX y XXI la filosofía francesa ha requerido de la literatura y de las artes en general para construir su pensamiento; en otras palabras, en esta filosofía la literatura y las artes en general han servido no solo de tema u objeto de estudio, sino también de material para construir su pensamiento tanto crítico como creador, piensa Cuitláhuac Moreno Romero. Desde el ángulo sicoanalítico, Margarita Carrera, poeta y ensayista guatemalteca laureada, sostiene que hay una relación estrecha entre filosofía y poesía; el lenguaje poético revela verdades que luego la ciencia descubre mediante sus métodos rigurosos. En este contexto de multiplicidad de opiniones, pretendo en este ensayo expresar mi opinión sobre la relación analógica, es decir, equilibrada existente entre la filosofía y poesía, y el diálogo que se establece entre ambas, sin olvidar sus reales diferencias. Obviamente, será sin rigor académico y sin pretensión de palabra final. Diferencias El discurso filosófico es, además de racional, proposicional, esto es, afirma determinadas cosas y niega a la vez el opuesto de ellas; por ejemplo, afirma Antonio Cícero (en “Filosofía y poesía”, La jornada semanal N° 806 (2010), la filosofía empírica afirma que todo conocimiento proviene de la experiencia, en tanto la racionalista considera que no todo conocimiento proviene de la experiencia, puesto que hay cosas que se pueden conocer a priori. Es más, prosigue Cícero, cuando uno se interesa por el contenido filosófico de determinado discurso, quiere saber qué afirma y qué niega y si lo que afirma es verdadero y lo que niega es falso; en efecto, se argumenta que la filosofía tiene por objeto la verdad objetiva que jamás ha sido bella y, la poesía, lo bello que es como decir lo falso o una verdad relativa y limitada a la mera experiencia subjetiva. El discurso poético, en cambio, no es proposicional porque no afirma ni niega nada, aunque todo poema es una mímesis o representación de la realidad porque siempre parte de esta y nunca totalmente de la imaginación pura. Con todo, cuando un poema dice: “No podía respirar porque moría como olas de río urbano”, pareciera una proposición afirmando una determinada cosa que nos es familiar. Sin embargo, se podría afirmar que se trata de una pseudo proposición por tres razones esenciales, como bien propone Cícero (en “Filosofía y poesía”). Destaco solamente dos de ellas; una es porque, aparte del poeta, nadie más podría saber si tal declaración es verdadera o falsa, aunque se puede entender y hasta saber en algún grado aquello que afirma; la otra es porque la verdad o falsedad de lo dicho en el poema no tendría importancia en su valoración estética. Con lo anterior, sin embargo, no quiero decir que la poesía sea producto total de la imaginación u obra total de la imagen y que carezca de ideas (verdades) objetivadas.¿Acaso no es producto de todas las facultades humanas: intelecto, intuición, emoción, experiencia, sensibilidad, cultura y hasta sentido del humor? Por lo tanto, la poesía es concepto e imagen, pensamiento y lenguaje que exige a la razón conocimiento, sin olvidar que es también musicalidad de la expresión verbal y escrita, y elaboración de material fónico. La filosofía, en cambio, es producto irreductiblemente abstracto del intelecto o de la razón, aunque ciertamente también se sirve de la imaginación (G. Vattimo; Sergio Givone, citando a G. Leopardi). Para distinguir entre la verdad que posee y se experimenta en la obra de arte, y la verdad objetiva que persigue la filosofía a través de la argumentación, piensa G. Vattimo, hay que tener clara la diferencia entre concepto e imagen. Además, agregaría, habría que evitar no solo identificar totalmente la filosofía con la poesía, sino también separarlas tajantemente. Esto nos lleva al apartado siguiente. Relación y diálogo Al igual que la filosofía, la poesía aspira a conocer y exige conocimiento, ya que ella contiene y comunica ideas (verdades) objetivadas formalmente en el poema, pero mediante estrategias y recursos distintos como son la oblicuidad metafórica y simbólica. Margarita Carrera sostiene que el lenguaje poético revela de manera profunda la verdad y que esto es sostenido por los psicoanalistas freudianos —entre otros—, pero que adversan filósofos tradicionales. Juntamente con E. Trías considero lo que ya he dicho: la filosofía y la razón, también precisan de imaginación/imágenes, pues lo exige no solo la materialidad de la escritura y de la palabra, sino también la comunicación; según Trías, no existe palabra ni escritura que no se encarne en la materialidad del discurso o del diálogo, o del texto literario. Sin embargo, continúa Trías, lo que en primer plano debe promoverse en la filosofía es otra cosa. Y esa otra cosa se nutre, como de su naturaleza física, de la imagen y del sonido, pero estilizando ambas hacia una tensión radical de elaboración conceptual. Por eso, prosigue Trías, el ensayo filosófico, cuando lo es de verdad, constituye el género más complejo y expresivo, ya que hace tientos con la escritura y el lenguaje, pero siempre dejando que asomen, y finalmente se produzcan, verdaderas construcciones conceptuales. Con todo, según Trías, no hay filosofía sin estilo, escritura (expresión escrita) y creación literaria, pero tampoco sin elaborada carga o urdiembre conceptual que, de alguna indirecta manera, nos deje ver alguna familiaridad con la buena poesía. En este sentido, Trías piensa que es falso pensar que la filosofía o el concepto es alérgico a la experiencia o que es incapaz de despertar, al igual que la buena poesía, emociones estéticas. El buen concepto filosófico logra mucho de lo anterior. Es por eso que el entendimiento cabal de las mejores propuestas filosóficas produce una profunda emoción estética. Así, la filosofía es literatura de conocimiento; hay quienes piensan que, de algún modo, es un género literario y, así, en muchas ocasiones, no procede distinguírsela de la literatura. Se puede hacer filosofía literariamente; pero también, según Trías, se puede leer filosóficamente un texto literario, pues la poesía puede proveerse de argumentación filosófica para suscitar su despliegue de imágenes y ritmos, así como sucede en los “Cuatro cuartetos de Eliot, donde el unísono argumental de una lección filosófica sobre el tiempo permite la conjugación de Muchas Voces; Muchas Voces y Muchos Dioses, como el Mar”. Un ejemplo de lo anterior sería Nietzsche; siendo filósofo, fue también poeta, ya que hizo del pensamiento asistemático y aforístico una de sus máximas a través de un estilo poético cautivador, aunque en Así habló Zaratustra acusa a los poetas de superficialidad. Otro sería el filósofo (epistemólogo), poeta, físico y crítico literario francés G. Bachelard (1884-1962); él se distinguió como filósofo de la ciencia, pero también por aceptar la imaginación y el sentimiento poéticos y no solo la razón, y por encontrar contenido filosófico en la poesía (M. Beuchot).¿Y por qué no también Rubén Darío con su antología Poemas filosóficos? Habría que agregar algo del aporte de Heidegger, seguidor de la poesía de Hölderlin. Este célebre filósofo le da especial importancia al lenguaje en el campo de la filosofía, a tal punto que lo que plantea no es tanto una filosofía del lenguaje, sino una reflexión ontológica de la relación del hombre a través del lenguaje, con el Ser. Esto lo llevaría a considerar “la esencia del lenguaje desde la esencia del ser”. De aquí, según Margarita Carrera, la expresión “el lenguaje [en el que se manifiesta o se da la poesía] es la casa del ser”, sobre la que Heidegger levanta su filosofía, solo había un paso; pero este paso fue —aunque él se niegue a reconocerlo— metafórico, poético. Pues, continúa Carrera, por prejuicios de la filosofía tradicional —de la que él no escapa—, este niega que su bella y verídica frase sea imagen y, mucho menos, una manera “metafórica” de pensar, ya que ello sería impropio de lo que se considerara filosofía. “La metafórica expresión heideggeriana”, concluye Carrera, “alcanza significados no previstos por el mismo Heidegger: el lenguaje es la morada, el recóndito albergue de ser del hombre y del ser de todas las demás cosas, gobernada de manera inexorable por una poderosa fuerza, equivalente a la fuerza del inconsciente del humano”. De ahí que Carrera, antecedida por los españoles, Miguel de Unamuno y María Zambrano, reivindique el poder cognoscitivo de la metáfora que, rica en sentido y extraña a la abstracción, se opone a la sequedad del concepto (Javier González Serrano, “María Zambrano: sabiduría del ‘dejarse ir’”). Ahora bien, si entre la filosofía y poesía hay una relación en que ambas combinan la ciencia (razón) y la poesía (literatura), esta relación también es analógica, con lo cual la poesía no resulta totalmente racionalista ni intelectualista ni totalmente irracionalista ni sentimentalista pura. Esto es porque ella sabe unir esos opuestos (razón y poesía) en una dialéctica abierta, más allá de la contradicción, encontrando las compatibilidades y la manera de hacer complementarios tales opuestos y sin que ellos pierdan sus características antagónicas. Así, aun con riesgo de caer en el equivocismo ―múltiples significados― en la poesía esos opuestos se mantienen en un equilibrio proporcional que es el del analogismo. Es la actitud analógica de Nietzsche, Bachelard y de muchos otros filósofos-poetas y poetas-filósofos contemporáneos anónimos.