“Éramos unos necios, lo sé” – Reseña de El mundo de ayer, de Stefan Zweig
Un mundo seguro y despreocupado, en avance imparable hacia un futuro que se da por descontado. Una cotidianidad cuyas preocupaciones son inofensivos animales domésticos, que ocupan el tiempo, pero que en realidad no se temen. Hoy, como en 1914, ¿qué sabe Europa de la muerte, del hambre, de la pérdida? En esta historia de su vida, Stefan Zweig relata el hundimiento de una sociedad sin pasaportes, madura y discreta, en un estruendo joven, cuyo impulso habría de traernos el que para nosotros es ya, irónicamente, el mundo de ayer. La distancia nos permite observar cómo el empeño cerril de los adultos de finales del XIX por proteger su inocencia y mantenerse ajenos a la crudeza de la vida encendió la curiosidad de sus jóvenes por las ideas revolucionarias como solución para los interrogantes sociales, que les llevaría, en última instancia, al violento compromiso de la ideología de masas. Vamos conociendo al autor a través de la finura de su prosa, que traslada una extraordinaria joie de vivre (“el día tenía 24 horas y todas eran mías”) y nos regala, con vívido deleite, la descripción de un mundo que ya no existe y su encuentro con hombres que fueron, sobre todo, fieles a sí mismos. Rilke, Rodin, Strauss, Joyce, Freud… se acaba perdiendo la cuenta, pero no puede dejar de compartirse el delicado entusiasmo del autor en cada nuevo descubrimiento. Quizá resulte más implícito deducir en el idealismo de Zweig un frágil intelectualismo y cierta rigidez moral. Uno no quiere que suceda, pero inevitablemente llega esa “desgana de cultura” que con su dialéctica de trincheras hizo retroceder a la Humanidad, dos veces, hasta la Edad Media. Sobrecoge reconocer en los dramáticos episodios de la escasez o la inflación, cómo ayer, igual que hoy, nuestras pequeñas ambiciones y preocupaciones se desvanecen en un solo instante ante el encuentro con la inapelable sinceridad de una realidad que, siendo libre, solo puede ser también salvaje.
Nimo